Al principio, existía una realidad: un grupo que usaba un territorio sobre el que cazaba o unas tierras que labraba y que protegía frente a otros por la necesidad de garantizarse la propia existencia. Hasta allí, nada necesita justificación como no la necesita ningún hecho natural.
Pero se produce una ruptura, al principio casi imperceptible. A esta situación de hecho se le acopla una afirmación de derecho: "Tengo derecho a poseer estas tierras y tengo derecho a defenderlas frente a cualquiera que me las intente arrebatar." Hemos pasado ya a un constructo de ideas, nos encontramos con una ideología edificada para proteger nuestras legítimas aspiraciones a la supervivencia.
Pero la ideología es como comer pipas: todo es empezar. La avaricia y las ansias de poder hacen el resto. Enseguida a alguien se le ocurre: "Esto no sólo lo poseo. Es de mi propiedad. Si me marcho, seguirá siendo mío. Si muero, se lo dejaré a quien me venga en gana." Nace así la propiedad privada: una ficción jurídica que hunde sus raíces en el uso, la necesidad y la posesión, pero que sirve fundamentalmente para justificar la desigualdad social.
Unas tierras que no eran de nadie (que equivale a decir que eran de todos) han sido valladas. Les han puesto hombres armados para guardarlas y quien quiera darles un uso -porque quizá las necesita para sobrevivir- debe pagar una parte de los frutos de su trabajo a su autodenominado "propietario".
Los empresarios se quejan de los impuestos a los que les obliga el Estado. Pero son ellos quienes obligan al trabajador a pagarles un "impuesto" sobre la riqueza que éste produce. Y lo hacen secuestrando los medios de producción y validando este mafioso procedimiento a través de la ideología de la propiedad privada.
¿Qué es esto si no un robo en toda regla?
¿Qué es esto si no un robo en toda regla?
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