El paro convocado por los sindicatos minoritarios hace un mes puede que fuera importante para impulsar sus dinámicas internas, pero su capacidad para frenar la que se nos venía encima fue nula. Ya se sabía de antes, yo no creo en los milagros.
Parece que aquí nadie contempla más alternativas que la huelga o el pactismo desenfrenado. A nadie se le ocurre que, en lugar de pactar se puede ir construyendo, poco a poco, en el día a día, el apoyo social. Y en lugar de ir a la huelga se puede recurrir a otros medios de menor alcance, pero también menos costosos para los movilizados.
Así, uno de los problemas del sector de servicios es que los trabajadores, al ir a la huelga, se exponen a la presión tanto del patrón como de los clientes. Pero este punto débil es al mismo tiempo fuerte: la empresa es muy vulnerable a su imagen pública. Las campañas orientadas a compartir con la sociedad lo que sucede dentro de las corporaciones son en estos casos extraordinariamente eficaces para conseguir objetivos puntuales, reforzando la confianza de los trabajadores en que las cosas sí pueden cambiar y sumando crédito a los sindicatos.
Estas campañas de información de cara al público también pueden ser parte de las medidas de presión regulares y cotidianas. ¿Cómo consigue el capital financiero que tiemblen los gobiernos y apliquen sus políticas, sin entrar siquiera en discusión? Pues a través de la calificación del riesgo. ¿Por qué no establecer como una prioridad de la política sindical la publicación regular de clasificaciones de respeto a los trabajadores? Se puede hacer tanto entre empresarios como entre diferentes directivos de una misma empresa. Se podrán hacer mucho los machotes pero lo cierto es que, a medida que se vaya acercando la próxima fecha de calificación, se van a estar meando de miedo.
Por supuesto la eficacia de todas estas medidas estará muy vinculada a la publicidad que se les consiga dar. Una asignatura pendiente de los sindicatos, que han desaprendido por completo a trabajar en la calle.
En sectores no abiertos al público la huelga es más eficaz, pero, si por las razones que sean, la movilización general es difícil, otras medidas de presión clásicas funcionan a la perfección: sabotaje, huelgas de celo, brazos caídos, etc. Intercambios de favores entre trabajadores de diferentes empresas, con el objetivo de sortear las represalias en el centro de uno...
En momentos como este es necesario ir recuperando las buenas viejas tradiciones de la clase obrera y poner toda la imaginación en marcha para idear nuevas formas de lucha. Pero limitarnos a convocar huelgas a las que nadie va o a firmar porquerías para seguir siendo "importantes" no me parece demasiado productivo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario