Los núcleos de resistencia son cada vez menos. Mires por donde mires, ves gente abatida, derrotada, sin confianza en sus propias posibilidades... Abandonando el barco común en el que ha navegado tanto tiempo la clase trabajadora, pisándose y mordiéndose los unos a los otros como ratas en desbandada.
Y el enemigo no perdona ni afloja. No toma prisioneros: masacra sin piedad todos los derechos sociales y laborales que consigue alcanzar.
Ya no podremos ni jubilarnos dignamente, ni llevar a nuestros hijos a escuelas de calidad, ni tener una cobertura sanitaria decente... El paisaje urbano también empieza a reflejar esta masacre: si en los años 80 se tiraron la mayoría de los poblados y emergieron barrios populares de aspecto aceptable, ahora vuelven poco a poco a llenarse de basura, de delincuencia y calzadas descalabradas.
Por contra, proliferan a más no poder las urbanizaciones con seguridad privada, privados servicios de limpieza, donde vive gente con seguros privados de salud, que lleva a sus hijos a colegios privados y que, por supuesto, tiene su privado plan de pensiones. No sólo eso: para que esta gente, que lo tiene todo, también pueda disfrutar del paisaje urbano cuando le plazca, muchos barrios céntricos se habilitan para ellos, al tiempo que la policía y precios prohibitivos se encargan de que los jóvenes de clases populares no molesten la vista a los señores.
La Historia demuestra que, para que los trabajadores pudieran llevar una existencia digna, más importante que la presencia de partidos de izquierda en los gobiernos (cosa que, claro está, ayuda), ha sido la capacidad autoorganizativa de la clase. La facultad de erguirse, sacar pecho, sentirse fuerte, orgullosa de sí misma. Nutrir y controlar sus propios sindicatos, asociaciones vecinales, cooperativas. Formar un tejido social vivo y musculoso. Tan lejos de lo que nos ha tocado vivir...
La Historia demuestra que, para que los trabajadores pudieran llevar una existencia digna, más importante que la presencia de partidos de izquierda en los gobiernos (cosa que, claro está, ayuda), ha sido la capacidad autoorganizativa de la clase. La facultad de erguirse, sacar pecho, sentirse fuerte, orgullosa de sí misma. Nutrir y controlar sus propios sindicatos, asociaciones vecinales, cooperativas. Formar un tejido social vivo y musculoso. Tan lejos de lo que nos ha tocado vivir...
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