La crisis de la izquierda en Europa trajo consigo penosos divorcios en sus desarrollos teóricos.
Por una parte, los think tanks de los macrotraficantes de votos, los social-demócratas partidos "atrápalotodo" no se dedicaron más que a desarrollar el márketing electoral. Nada de extrañar, son empresas y hacen lo que saben hacer las empresas: vender.
Los grandes sindicatos fueron por un camino parecido, centrando sus desarrollos cada vez más en justificar su propia existencia, en un contexto en que se iban convirtiendo cada vez más en representantes de los empresarios ante los trabajadores que viceversa.
¿Y qué pasó con los teóricos de la izquierda que mantuvo, en mayor o menor medida una voluntad transformadora, aquella que realmente me importa a mí y con la que me siento identificado? Pues que su pensamiento se iba volviendo, cada vez más, pura ideología. Más o menos radical, se fue encerrando en argumentos circulares, escuchándose sólo a sí misma. Se recluyó en grupúsculos cerrados dentro de los que sus miembros se realimentaban con sus propias leyendas y tradiciones. Rehuyó toda realidad social, despreciando cada vez más cualquier cosa que pudiera oler a vida real, aferrándose a complejos constructos ideológicos o remitiéndose a los constreñimientos superestructurales (políticos, ¡no sociales!) para justificar sus acciones. Imposible ser más antimarxista.
Y lo peor de todo es que dejaron de escuchar al "ciudadano de a pie". Y eso va tanto por aquellos que perdieron el pulso a la sociedad recluyéndose en su maximalismo como por quienes lo hicieron huyendo "hacia arriba", hacia las "enseñanzas" de "gurús" universitarios, sindicales, parlamentarios o mediáticos.
Pena, penita, pena... ¿Ya nadie en la izquierda es lo bastante valiente como para escuchar y conocer? No necesariamente aceptar... pero al menos entrar en interacción con la sociedad y salir de su burbuja ideológica, dentro de la cual llevamos décadas cociéndonos como en nuestra propia salsa.
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