Tengo una sugerencia para los que dedican buena parte de su tiempo a recrearse en lo dura que es su vida, en la mala suerte que les persigue, en lo miserables que se sienten… Para los que van a terapias año tras año, sin terminar nunca de averiguar qué les pasa. Para los que consideran que lo sano es estar todo el día compartiendo sus sentimientos y emociones (en realidad, agobiar a los demás con sus problemas, “problemas” y problemillas).
Que se olviden un poco de sí mismos y piensen en otras personas. Que lo hagan aunque fuera por su propio bienestar, aunque fuera desde el egoísmo.
La idea de “tengo demasiados problemas para andar pensando en los demás" es una trampa. No hablo de un compromiso con grandes causas de la Humanidad, ni del servilismo cristiano, sino de empatía, compañerismo, solidaridad, espíritu de colaboración, voluntad de estar al lado de aquellos que nos importan.
Para ello es necesario en primer lugar preguntarse: ¿quién realmente nos importa? ¿Acaso hay alguien que nos importa de verdad? Porque si la respuesta es negativa... estamos ante un problema más gordo de lo que pensábamos...
En segundo lugar, hay que intentar comprender a la otra persona. No desde nuestras propias obsesiones, sino realmente... ¿qué tiene dentro? ¿Cuál es el mundo en el que vive? Aunque es imposible meterse en la piel de otro, sí es posible relativizar un poco y no dejarse llevar por los propios sesgos, controlar nuestras proyecciones. Pero sólo se puede hacer desde una preocupación sincera y genuina por el otro.
En tercer lugar, ¿qué puedo hacer para que le vaya mejor?
Y por último, hacerlo.
No sé exactamente cómo funciona –supongo que viene de lo más profundo de la naturaleza social del animal humano- pero sí sé que preocuparse por otros, de una forma sana, constructiva, no compulsiva, ni impositiva, nos ayuda a sentirnos mejor con nosotros mismos. No se trata vivir por los demás, nada de morralla grandilocuente. Sólo acordarse regularmente y con genuino interés de que nuestros amigos, familiares, allegados... son personas en sí y no meras circunstancias de nuestra existencia.
Convirtiéndolos, de vez en cuando, en fines en sí mismos, como diría Kant, sólo podemos salir ganando:
- Nos distraeremos de nuestras, con frecuencia mezquinas, preocupaciones.
- Elevaremos nuestra propia autoestima.
- Mejoraremos la calidad de nuestras relaciones sociales.
Porque tratar a las personas como meros medios para otros fines -por muy loables que éstos puedan ser- terminará por hacernos infelices y miserables, a nosotros y a los demás. (A la derecha, la imagen de un mero medio.)
Afrontemos la paradoja: pensando en uno mismo, se debería dejar de pensar tanto en uno mismo.
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