¿Puede ser nuestra mortalidad la razón última de todas nuestras ansiedades?
La ansiedad nos impulsa a satisfacer compulsiva, desesperada, urgentemente nuestros deseos. Como si se fuera a acabar el mundo. Pero es que realmente se va a acabar. Para nosotros, claro. Moriremos y nunca podremos hacer esto o aquello que deseamos. Conscientemente o no, no lo aceptamos y por eso nos precipitamos en una frenética actividad por hacerlo todo mientras aún queda tiempo. Y nunca tenemos bastante porque olemos cerca el final. Nos afanamos siempre un poco más. Y nos ahogamos siempre un poco más.
¿Qué razones para la ansiedad tendríamos de ser inmortales? ¿Qué podría preocuparnos más que el momento? ¿Qué necesidad tendríamos de pensar en el futuro?
Lo más parecido a un ser inmortal no es aquel que pasa a los libros de Historia por sus proezas. Si está en los libros es porque, a fin de cuentas, está muerto. Tras una vida probablemente llena de ansiedades que le impulsaron a hacer todas esas cosas por las que los libros han terminado por recogerlo.
Las religiones niegan la muerte. Pero ésta es real: el creyente no hace más que mentirse a sí mismo. Hace un esfuerzo sobrehumano para insistir en que una pared es negra cuando evidentemente es blanca. Lo cual no le crea más que contradicciones que resuelve reafirmándose en compulsivos rituales. En resumen, la religión no aporta más que nuevos miedos, más ansiedad.
Lo más parecido a un ser inmortal es una persona libre de sus ansiedades. Una persona que vive como si fuera inmortal. Una que es inmortal mientras vive.
No hay comentarios:
Publicar un comentario