Buena parte de los problemas actuales de nuestras economías estaban prediagnosticados desde antes de la crisis. Habíamos cedido nuestra soberanía a instancias internacionales (como la Unión Europea), al tiempo que éstas estaban (y siguen estando) secuestradas por insensatos fanáticos ultraliberales y poderosos lobbies.
Y ahora, ¿quién defiende la soberanía de los pueblos? Los contados gobiernos de “izquierda” (social-demócratas) que quedan en Europa se alinean con las políticas más duras del liberalismo. Y los únicos que se enfrentan a Bruselas son... gobiernos de extrema derecha o conservadores por cuestiones de una agenda de extrema derecha. Es decir, Hungría por lo de la libertad de expresión, Polonia por lo de los homosexuales, Francia por lo de los gitanos...
¿Cómo ha podido pasar que el discurso de la soberanía popular –el principio democrático por anonomasia-, se haya encontrado tan hegemonizado por el fascismo más puro y duro?
Las expectativas parecen poco esperanzadoras. Unos seguirán en la deriva controlada casi sin intermediarios políticos por el gran capital, otros encauzarán la disconformidad popular hacia un retrógrado y xenófobo frenesí. En la mayoría de los casos, se dará alguna mezcla de ambas cosas: con una mano agitarán los banderines nacionales, mientras que con la otra seguirán expoliando nuestro trabajo y escatimándonos todo beneficio social.
No hay mal que cien años dure y seguro que será cuestión de tiempo que se produzca una reacción. Pero, ¿de cuánto tiempo? ¿Y cómo de dañadas estarán para entonces la mentalidad de lógica colectiva, la solidaridad entre los pueblos, la capacidad crítica de los ciudadanos?
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