Como parte de su obsesión por convertir una ciencia social como es la Economía en una rama de las Matemáticas, el pensamiento liberal se ha visto forzado a postular la ficción del homo economicus, un decisor:
- individualista y egoísta
- racional en sus cálculos
- informado sobre el mercado
Es evidente que ni siempre pensamos de forma egoísta, ni siempre calculamos de forma racional, y mucho menos estamos siempre informados. Más aún, hay diferencias muy significativas entre nosotros: no todos somos igual de egoístas, ni igual de racionales, y mucho menos estamos igual de bien informados. Como fuese, los ideólogos liberales elevan un dique entre su Economía y todas estas interrogantes, construyendo una ciencia que, en el mejor de los casos, se podría decir que teoriza sobre una parcela del comportamiento humano y social (aceptando la ficción de que éste se puede parcelar). Pretendiendo luego elevar sus conclusiones al rango de dogmas universales.
Pero más que una crítica a fondo del concepto, lo que quería hacer ahora era llamar la atención sobre un aspecto particular: el papel de las expectativas en esta abstracción. Se reconoce pero se explicita muy poco el hecho de que el susodicho homo economicus tiene como fundamento de su decisión racional no un conocimiento cierto, sino una expectativa de acontecimientos. Pero como una buena parte de nuestras circunstancias son sociales, ello nos lleva a varias reflexiones interesantes.
En primer lugar, en un contexto social, basarse en una expectativa de acontecimientos significa basarse en una expectativa de las expectativas de los demás, que a su vez se basan en las expectativas de los demás, incluida nuestra propia expectativa sobre sus expectativas... Es decir, se introduce un elemento de incertidumbre potencialmente infinita. El libre juego del mercado consiste, en buena medida, en una partida en la que los participantes se esfuerzan constantemente por prever el comportamiento de los demás mejor que ellos.
Pero no se trata sólo de prever mejor que los demás. Lo que me lleva a una segunda reflexión: hay personas con herramientas materiales y culturales a su disposición suficientes para manipular las expectativas de sus congéneres. Cuando deciden utilizarlas en provecho propio, se convierten en lo que se conoce como especuladores.
El poder -ya no solamente económico, sino también político- de los grandes especuladores, de los grandes manipuladores de las expectativas humanas, se hace bien patente en la situación actual, en la que llegan a dictar, de forma muy poco disimulada, sus preferencias a los Gobiernos de todo el mundo (y en primer lugar a los nuestros, sometidos por la mordaza comunitaria).
Realmente su existencia es un puteo para los economistas liberales porque, aún sin salirse de los diques que se habían planteado, desbarata buena parte de sus teorizaciones y resta mucha credibilidad a sus previsiones. Una lástima que a nadie le importe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario