Pseudo-soviético
En primer lugar, debe entenderse la compleja y algo paradójica relación que mantienen los rusos de hoy con su pasado soviético. Resumidamente se podría decir que una mayoría no lo rechaza, incluso lo rememora positivamente (unos por la seguridad que proporcionaba al trabajador medio, otros por contraste con la corrupción que gangrena el país hoy en día, otros por la nostalgia del estatus de superpotencia...). Pero al mismo tiempo sólo una minoría declara querer volver a lo que había antes. Este contradictorio sentimiento ha sido bien intuido y manejado de forma políticamente muy hábil por el grupo que llega al poder bajo el liderazgo de Vladímir Putin.
Sus votos han sido obtenidos con excelentes equilibrios políticos parecidos a los que han permitido sistemas de partido hegemónicos en otros momentos históricos: la España socialista de los años 80, la Italia demócrata-cristiana o la Suecia social-demócrata de la segunda mitad del siglo XX. Y un papel fundamental en este éxito ha tenido su posicionamiento, ambiguo a más no poder, respecto al período soviético. Condenando duramente las represalias, financiando una versión de la historia en la que los rojos son los responsables (únicos) de la Guerra Civil, apoyándose cada vez más en la Iglesia... Pero al mismo tiempo resucitando muy activamente el recuerdo de la victoria sobre el fascismo, calificando la desaparición de la Unión Soviética de "la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX" (2), haciendo guiños a la figura de Stalin en tanto que gran estadista...
Quizás nada mejor para ilustrarlo que mencionar las dos principales organizaciones juveniles orgánicamente ligadas al Kremlin: la muy nacionalista Joven Guardia de la Rusia Unida y Los Nuestros que ha venido poniendo el acento en su autodefinición como antifascista... Casi sobran los comentarios. El juego a dos bandas está servido.
La operación del control político se completa en el arco parlamentario con dos partidos completamente domesticados (el fascista PLDR y el social-demócrata Rusia Justa) y uno casi completamente domesticado (el PCFR).
Esta intención de hegemonizar el espacio social y electoral, absorbiendo, sin indigestarse, corrientes muy diversas, es semejante, en realidad, a la deriva en que entró (con mayor torpeza y nefasto balance) el PCUS a partir de la muerte de Stalin. Los parecidos no terminan allí: la parafernalia propagandística o la implantación de Rusia Unida en el funcionariado (46% de su militancia) son otros ejemplos. Pero nada de eso justifica la denominación de "cuasi-soviético" para el actual régimen ruso: son todo formas de actuar, tácticas, márketing electoral. Lo que hace diferente un régimen de otro son las políticas que lleva a cabo y las bases sociales en las que se asienta. Y en ese sentido, la Rusia de Rusia Unida no es ni por asomo cuasi-soviética y todos los parecidos son meras apariencias. Las apariencias de una Rusia pseudo-soviética...
Cuasi-occidental
Los votos que Rusia Unida recibe en las elecciones (Dmitri Medvédev alcanzó el 70% de votos emitidos con un 70% de participación) no están falsificados: han sido obtenidos en unas elecciones plurales, con un sufragio universal, libre, igual, directo y secreto. Posiblemente más universal, directo y secreto que en los propios EE.UU., la cuna de la democracia, donde estos aspectos padecen algunas graves distorsiones.
Por tanto, es necesario descartar la visión, interesada, de que Rusia es una dictadura regida por Putin desde la sombra. Le pese a quien le pese, tiene un ordenamiento perfectamente democrático si nos ajustamos al modelo formal de democracia occidental (lo que, por otra parte, tampoco dice nada bueno sobre el modelo formal de democracia occidental).
La libertad de movimientos es casi total (salvando algunas trabas como la obligación de registrarse al llegar a Moscú). La censura de Internet inexistente. La libertad de prensa -a pesar de varios asesinatos muy sonados de periodistas- es un hecho, de lo que dan fe los diarios abiertamente opuestos al régimen, sin que a nadie se le ocurra clausurar periódicos o emprender otras acciones contra ellos.
La libertad de empresa y el derecho a la propiedad privada están sobregarantizados. Es cierto que algunas grandes empresas de sectores considerados estratégicos son públicas, pero lo mismo pasaba hasta hace bien poco en el Occidente. Y las medidas proteccionistas adoptadas, por otra parte, en algunos sectores tampoco son nada excepcional en las diferentes etapas de desarrollo capitalista.
Es verdad que existen burocracias aisladas del pueblo y la Justicia no siempre es demasiado independiente. Pero, ¿acaso los políticos occidentales no viven a espaldas de la calle? ¿Y quién puede creerse que la Justicia aquí es realmente independiente cuando hay grandes intereses políticos o económicos implicados?
La represión física de la oposición, la vulneración de los derechos fundamentales... por supuesto que se dan en Rusia. Son un complemento imprescindible, pero no la base del sistema. Y apenas se dan, si lo hacen, de una forma más grave que en el Occidente donde, no viene mal recordarlo, se prohíben partidos políticos, se encierra a personas sin órdenes judiciales en guantánamos o en CIEs, la concentración mediática cancela con frecuencia la libertad de prensa, la pena de muerte (prohibida en Rusia) se aplica con regularidad en algunos Estados, etc. etc.
Inozémtsev resume en una frase acertadísima porqué cayó el sistema soviético: se vio condenado porque a nadie le convenía. El actual, por el contrario, maniobrando sin cesar, y aún constantemente criticado, consigue mantener una base suficiente de aquellos a los que conviene: curas, funcionarios, empresarios... Asimismo Inozémtsev apunta como base de la realidad política rusa la libre conversión del poder en dinero y bienes, y viceversa. Todo ello se podría decir sin faltar a la verdad (y cada vez con más razón) sobre las democracias occidentales.
La fuerza momentánea del capitalismo moderno reside en haber liberalizado el mercado de respuestas individuales: se ha comprendido que, por crítica que sea, la contestación será impotente mientras no se haga colectiva. Su crítica estará castrada desde el principio. Reprimir resulta ineficiente cuando, de todas formas, no está amenazado el estatus del poder. Lo han aprendido los poderosos de Rusia tan bien como los de aquí:
(...) el descontento social no tiene incidencia alguna. Los ciudadanos que lo cuestionan son plenamente libres de expresarse en otras esferas que no sean las políticas; a los que quieren jugar a agitadores nada les impide hacerlo: simplemente carecen de público y no movilizan a nadie.Inozémtsev lo dice de Rusia pero, palabra por palabra, me suena a lo que tenemos aquí. El sociólogo, para mí, contempla el sistema ruso como algo demasiado sui generis. No deja de tener sus peculiaridades (sobre todo, quizás, en la orientación de su economía), pero a fin de cuentas no es tan diferente. Como él mismo dice:
La sociedad rusa ha asimilado (...) el cinismo que impera también, de un modo más discreto, en el funcionamiento de las sociedades occidentales: primacía del dinero y el consumo, nivelación de las normas culturales, docilidad de la población, difusión masiva de tecnologías alienantes.Hemos llegado al quid de la cuestión: el sistema se sostiene sobre la omnipresencia y omnipotencia del cinismo. En Rusia menos disimulada que en el Occidente. Pero a fin de cuentas cuasi-occidental...
(1) Rusia, una sociedad sin ciudadanos, VLADISLAV INOZÉMTSEV, Le Monde Diplomatique, Noviembre de 2010.
(2) Misiva de Putin dirigida a la Asamblea Federal el 25 de abril de 2005
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