La idea central es que no se le pueden pedir peras al olmo. Cada persona es como es y es inútil enfadarse por ello. Unas veces tendremos razón, otras no la tendremos, otras será simplemente una cuestión de incompatibilidades...
Por eso de cada amigo hay que tomar aquello en lo que más aporta y cada amistad construirla de forma diferente. No existe, de hecho, jugando un poco con las palabras, la Amistad. Existen Amistades... También amistades... Pero no una única cosa que se corresponda plenamente con nuestra idea (siempre preconcebida) de lo que debe ser un amigo.
Cuando algo no gusta se debe decir. Pero llega un punto en que todo ya está dicho, y entonces cagas o sales del water: aceptas a la persona tal como es o pones por medio la suficiente distancia como para que no te afecte.
Aceptar no siempre es fácil (sobre todo, para cabezones empedernidos como algunos de nosotros). Debe hacerse un ejercicio de racionalización, de comprensión de que hay cosas que se escapan a nuestro control, más cuando se trata de otras personas. Y algo aún más difícil: debe eliminarse el poso de resquemor que puede quedar en el inconsciente. La aceptación debe ser profunda y auténtica para no envenenar en lo sucesivo la mirada sobre esa persona. Es posible conseguirlo. Y a veces lo que antes irritaba llega incluso a convertirse en un simpático rasgo que forma parte de la particular idiosincrasia de un amigo, una más de las cosas por las que lo queremos.
Poner distancia tampoco es fácil. Una amistad siempre es una inversión y cuesta asumir que se estaba equivocado, que se ha fallado, que se ha perdido. Pero igual de necesario que saber aceptar a las personas, es saber poner límites para no sufrir abusos.
En los casos más extremos, la distancia puede ser definitiva. Es decir, hay personas con las que es mejor no tratar, personas que, como suelo decir, sientan mal. Pero la mayoría de las veces basta con evitar aquellos aspectos que nos resultan problemáticos. Por ejemplo, a mí me molesta mucho la impuntualidad. Porque además normalmente va acompañada de otras faltas de consideración sin querer. Ante los impuntuales no puedo más que expresar mi desagrado pero no puedo cambiarlos: por tanto elijo no quedar con ellos. Si quieren verme, tendrán que venir adonde esté yo. Evidentemente ello enfriará nuestra relación. Pero es preferible a seguir aguantando, sufriendo y, al final, odiándoles. De esa forma, podemos seguir siendo amigos, de una forma más comedida pero a fin de cuentas cordial.
Lo mismo sirve para amigos que resultan nefastos para nuestra higiene moral o aquellos otros que, consideramos, no corresponden como deberían a nuestra amistad: poner distancia hasta neutralizar el sentimiento negativo. Alcanzar el punto de equilibrio en el que sea posible llevarse bien sin exponerse a situaciones molestas. ¿Qué le vamos a hacer? No todos podemos ser amigos del alma...
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