Cuando se habla de comportamientos compulsivos vienen a la mente el consumo de alcohol, la ingesta de alimentos, tics diversos, el tabaco, el sexo... Pero en contadas ocasiones he oído hablar sobre la necesidad compulsiva de no estar solo.
Evidentemente el contacto humano es una necesidad natural. Pero también lo es comer. Y cuando se hace compulsivamente nadie discrepa en que nos encontramos ante una patología. El miedo a estar solo afecta, en diferentes grados, a muchísimas personas. Una gran mayoría, por ejemplo, es incapaz de salir a cenar sola o ir sola al cine. Muchos lo pasarían mal viviendo solos: evitarían permanentemente estar en casa. Pero es que además hay no pocas personas que buscan compañía de forma aún más desesperada y son incapaces de afrontar los problemas por su cuenta cuando se presentan.
No saber estar solo puede limitar drásticamente el disfrute del ocio: se renuncia a toda afición que no sea compartida con otros. Puede llegar a perturbar hasta la realización profesional (como cualquier otra adicción puede llegar a hacerlo). He visto como se sacrificaban principios, integridad y hasta la misma dignidad, con tal de no quedarse solo. Como toda dependencia, ésta hace a las personas más vulnerables: se coloca el bienestar de uno en función de factores que no puede controlar. Y lo peor de todo es que se nos vuelve extraña la única persona que jamás nos abandonará: uno mismo.
Somos tanto lo que los demás esperan que seamos que olvidamos quiénes somos realmente. Nuestra voz, nuestros gestos, nuestras palabras, ideas, pensamientos, reacciones... se vuelven cada vez más un reflejo condicionado al entorno social. Si no entendemos el valor de la soledad... nos perdemos, desaprendemos a ser nosotros mismos y nos convertimos en una penosa máscara social (y yo, personalmente, detesto las máscaras). Tiranizados por el entorno inmediato, olvidamos también lo que queremos ser y pasamos a querer ser lo que el grupo, la familia o la pareja quiere que seamos.
Quizá la causa de este pánico a estar solo, paradójicamente, sea social. Una soledad íntima es, con frecuencia, completamente real en una sociedad individualista, hipercompetitiva, insolidaria... El sujeto la intuye, pero, por una falsa atribución, la relaciona con la soledad física. Conclusión: busca no estar físicamente solo y, aunque sigue sintiendo la otra soledad, la real, piensa que la solución es estar aún más acompañado. Y su búsqueda se hace compulsiva, espasmódica. Como quien está convencido de que comiendo más va a calmar la sed.
O puede que la razón esté en el rechazo de uno mismo. En no soportarse, en no querer quedarse nunca a solas consigo mismo, en tener miedo a afrontar lo que uno es. Negándose, al mismo tiempo, la oportunidad de cambiar porque es imposible cambiar sin conocerse a sí mismo. Quién sabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario