- La salud y la enfermedad mentales siempre lo son en función de un grupo de referencia. Para que un comportamiento sea definido como enfermizo es condición previa que sea desviado. Un comportamiento común y aceptado (o sea, normal) no suele ser etiquetado como enfermedad.
- Además, no puede tratarse de una desviación cualquiera, sino de una señalada como maligna, lo que requiere un juicio social de valor.
¿Qué relevancia tiene esto? El ejemplo más claro es la homosexualidad, catalogada, hasta 1973 por la APA y nada menos que hasta 1990 por la OMS, como una enfermedad mental. Actualmente, al menos en sectores muy amplios de las sociedades occidentales, la homofobia tendría más papeletas de ser considerada enfermedad mental que la homosexualidad.
No es el único ejemplo posible pero sí el más ilustrativo: permite ver como, en función de una transformación social, una "enfermedad" deja de serlo. Y, de paso, pone de manifiesto como la comunidad científica y todos sus consensos (en este caso representados por la APA y la OMS) no dejan de ser parte inseparable de la sociedad y con ella evolucionan. En suspenso queda la cuestión de quién catalizó el cambio: ¿la academia en el público o viceversa? Ninguna necesidad de precipitarse con la respuesta. Ni de ignorar la relación, a fin de cuentas, dialéctica, de ambos.
Conocer el componente social de la definición de enfermedad mental nos sirve para relativizarla, para tener más cuidado a la hora de repartir estigmas, para sortear el etnocentrismo... pero no alivia el sufrimiento del que padece. Porque evidentemente, aunque parte del sufrimiento del enfermo es causado por la actitud del entorno, en muchos casos se trata de trastornos bioquímicos que simplemente imposibilitan una vida autónoma y satisfactoria.
Pero la mayoría de las patologías no tienen una etiología genética y ni siquiera biológica (aunque ésta sea normalmente la de mayor potencial dañino). He allí los comportamientos y actitudes obsesivo-compulsivos que proyectan frustraciones y vacíos sobre fines superfluos con un celo sobrecompensador. He allí la violencia multiplicada y desplazada desde el opresor hacia objetivos psicológicamente más seguros. O el estrés y los complejos generados por no responder a las expectativas de quienes consideramos nuestros referentes.
Todas estas "dolencias del alma":
No es el único ejemplo posible pero sí el más ilustrativo: permite ver como, en función de una transformación social, una "enfermedad" deja de serlo. Y, de paso, pone de manifiesto como la comunidad científica y todos sus consensos (en este caso representados por la APA y la OMS) no dejan de ser parte inseparable de la sociedad y con ella evolucionan. En suspenso queda la cuestión de quién catalizó el cambio: ¿la academia en el público o viceversa? Ninguna necesidad de precipitarse con la respuesta. Ni de ignorar la relación, a fin de cuentas, dialéctica, de ambos.
Conocer el componente social de la definición de enfermedad mental nos sirve para relativizarla, para tener más cuidado a la hora de repartir estigmas, para sortear el etnocentrismo... pero no alivia el sufrimiento del que padece. Porque evidentemente, aunque parte del sufrimiento del enfermo es causado por la actitud del entorno, en muchos casos se trata de trastornos bioquímicos que simplemente imposibilitan una vida autónoma y satisfactoria.
Pero la mayoría de las patologías no tienen una etiología genética y ni siquiera biológica (aunque ésta sea normalmente la de mayor potencial dañino). He allí los comportamientos y actitudes obsesivo-compulsivos que proyectan frustraciones y vacíos sobre fines superfluos con un celo sobrecompensador. He allí la violencia multiplicada y desplazada desde el opresor hacia objetivos psicológicamente más seguros. O el estrés y los complejos generados por no responder a las expectativas de quienes consideramos nuestros referentes.
Todas estas "dolencias del alma":
- Son tan comunes en las sociedades en las que se dan que, con frecuencia, ni son consideradas enfermedades.
- Cuando son abordadas terapéuticamente, siempre lo son desde el individualismo metodológico.
Pero lo que no es genético en el ser humano, como es bien sabido, es cultural. Llámese, si se quiere, social. La cultura determina el modelo educativo y las frustraciones que éste nos causará. La cultura dicta hacia dónde proyectaremos estas frustraciones. Nuestros referentes a imitar y el grado en el que estamos obligados a hacerlo también son culturales. Las formas de opresión y la respuesta a ésta -conflicto abierto o desplazamiento- también están culturalmente previstos.
Pero reconocer todo ello implicaría algo inasumible: que nuestras sociedades están enfermas. Que, más allá de los "antiinflamatorios" que administran los psicoterapeutas para paliar las dolencias particulares, la enfermedad no se cura. Y es imposible que se cure sin una transformación social.
Enfermos educan enfermitos; enfermos con poder gobiernan a enfermos que les envidian; enfermos que trabajan con papeles desprecian a enfermos que trabajan con las manos; enfermos insatisfechos pero con dinero consiguen que enfermos sin dinero pero igual de insatisfechos trabajen para ellos para tener aún más dinero y seguir siendo unos insatisfechos con éxito...
Nuestra cultura nos hace ser demasiado avariciosos, demasiado competitivos, demasiado controladores. Pero al mismo tiempo demasiado sumisos, demasiado conformistas, demasiado pasotas. La cultura viola lo que somos y por ella enfermamos. Y cada cultura diferente trae probablemente sus propias enfermedades: no se trata de idealizar ninguna. Y al mismo tiempo no existe ni puede existir un ser humano sin una cultura. ¿Estamos condenados a estar enfermos?
Pero reconocer todo ello implicaría algo inasumible: que nuestras sociedades están enfermas. Que, más allá de los "antiinflamatorios" que administran los psicoterapeutas para paliar las dolencias particulares, la enfermedad no se cura. Y es imposible que se cure sin una transformación social.
Enfermos educan enfermitos; enfermos con poder gobiernan a enfermos que les envidian; enfermos que trabajan con papeles desprecian a enfermos que trabajan con las manos; enfermos insatisfechos pero con dinero consiguen que enfermos sin dinero pero igual de insatisfechos trabajen para ellos para tener aún más dinero y seguir siendo unos insatisfechos con éxito...
Nuestra cultura nos hace ser demasiado avariciosos, demasiado competitivos, demasiado controladores. Pero al mismo tiempo demasiado sumisos, demasiado conformistas, demasiado pasotas. La cultura viola lo que somos y por ella enfermamos. Y cada cultura diferente trae probablemente sus propias enfermedades: no se trata de idealizar ninguna. Y al mismo tiempo no existe ni puede existir un ser humano sin una cultura. ¿Estamos condenados a estar enfermos?
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