jueves, 30 de diciembre de 2010

Pseudo-soviético y cuasi-occidental

El sociólogo y economista ruso Vladislav Inozémtsev califica, en un lúcido e instructivo artículo sobre la Rusia actual (1), su régimen de"cuasi-soviético" y "pseudo-occidental". Siguiendo su hilo pero parafraseando quiero hablar un poco de esta Rusia que a mí me parece más bien "pseudo-soviética" y "cuasi-occidental".

Pseudo-soviético

En primer lugar, debe entenderse la compleja y algo paradójica relación que mantienen los rusos de hoy con su pasado soviético. Resumidamente se podría decir que una mayoría no lo rechaza, incluso lo rememora positivamente (unos por la seguridad que proporcionaba al trabajador medio, otros por contraste con la corrupción que gangrena el país hoy en día, otros por la nostalgia del estatus de superpotencia...). Pero al mismo tiempo sólo una minoría declara querer volver a lo que había antes. Este contradictorio sentimiento ha sido bien intuido y manejado de forma políticamente muy hábil por el grupo que llega al poder bajo el liderazgo de Vladímir Putin.

Sus votos han sido obtenidos con excelentes equilibrios políticos parecidos a los que han permitido sistemas de partido hegemónicos en otros momentos históricos: la España socialista de los años 80, la Italia demócrata-cristiana o la Suecia social-demócrata de la segunda mitad del siglo XX. Y un papel fundamental en este éxito ha tenido su posicionamiento, ambiguo a más no poder, respecto al período soviético. Condenando duramente las represalias, financiando una versión de la historia en la que los rojos son los responsables (únicos) de la Guerra Civil, apoyándose cada vez más en la Iglesia... Pero al mismo tiempo resucitando muy activamente el recuerdo de la victoria sobre el fascismo, calificando la desaparición de la Unión Soviética de "la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX" (2), haciendo guiños a la figura de Stalin en tanto que gran estadista...

Quizás nada mejor para ilustrarlo que mencionar las dos principales organizaciones juveniles orgánicamente ligadas al Kremlin: la muy nacionalista Joven Guardia de la Rusia Unida y Los Nuestros que ha venido poniendo el acento en su autodefinición como antifascista... Casi sobran los comentarios. El juego a dos bandas está servido.

La operación del control político se completa en el arco parlamentario con dos partidos completamente domesticados (el fascista PLDR y el social-demócrata Rusia Justa) y uno casi completamente domesticado (el PCFR).

Esta intención de hegemonizar el espacio social y electoral, absorbiendo, sin indigestarse, corrientes muy diversas, es semejante, en realidad, a la deriva en que entró (con mayor torpeza y nefasto balance) el PCUS a partir de la muerte de Stalin. Los parecidos no terminan allí: la parafernalia propagandística o la implantación de Rusia Unida en el funcionariado (46% de su militancia) son otros ejemplos. Pero nada de eso justifica la denominación de "cuasi-soviético" para el actual régimen ruso: son todo formas de actuar, tácticas, márketing electoral. Lo que hace diferente un régimen de otro son las políticas que lleva a cabo y las bases sociales en las que se asienta. Y en ese sentido, la Rusia de Rusia Unida no es ni por asomo cuasi-soviética y todos los parecidos son meras apariencias. Las apariencias de una Rusia pseudo-soviética...

Cuasi-occidental

Los votos que Rusia Unida recibe en las elecciones (Dmitri Medvédev alcanzó el 70% de votos emitidos con un 70% de participación) no están falsificados: han sido obtenidos en unas elecciones plurales, con un sufragio universal, libre, igual, directo y secreto. Posiblemente más universal, directo y secreto que en los propios EE.UU., la cuna de la democracia, donde estos aspectos padecen algunas graves distorsiones.

Por tanto, es necesario descartar la visión, interesada, de que Rusia es una dictadura regida por Putin desde la sombra. Le pese a quien le pese, tiene un ordenamiento perfectamente democrático si nos ajustamos al modelo formal de democracia occidental (lo que, por otra parte, tampoco dice nada bueno sobre el modelo formal de democracia occidental).

La libertad de movimientos es casi total (salvando algunas trabas como la obligación de registrarse al llegar a Moscú). La censura de Internet inexistente. La libertad de prensa -a pesar de varios asesinatos muy sonados de periodistas- es un hecho, de lo que dan fe los diarios abiertamente opuestos al régimen, sin que a nadie se le ocurra clausurar periódicos o emprender otras acciones contra ellos.

La libertad de empresa y el derecho a la propiedad privada están sobregarantizados. Es cierto que algunas grandes empresas de sectores considerados estratégicos son públicas, pero lo mismo pasaba hasta hace bien poco en el Occidente. Y las medidas proteccionistas adoptadas, por otra parte, en algunos sectores tampoco son nada excepcional en las diferentes etapas de desarrollo capitalista.

Es verdad que existen burocracias aisladas del pueblo y la Justicia no siempre es demasiado independiente. Pero, ¿acaso los políticos occidentales no viven a espaldas de la calle? ¿Y quién puede creerse que la Justicia aquí es realmente independiente cuando hay grandes intereses políticos o económicos implicados?

La represión física de la oposición, la vulneración de los derechos fundamentales... por supuesto que se dan en Rusia. Son un complemento imprescindible, pero no la base del sistema. Y apenas se dan, si lo hacen, de una forma más grave que en el Occidente donde, no viene mal recordarlo, se prohíben partidos políticos, se encierra a personas sin órdenes judiciales en guantánamos o en CIEs, la concentración mediática cancela con frecuencia la libertad de prensa, la pena de muerte (prohibida en Rusia) se aplica con regularidad en algunos Estados, etc. etc.

Inozémtsev resume en una frase acertadísima porqué cayó el sistema soviético: se vio condenado porque a nadie le convenía. El actual, por el contrario, maniobrando sin cesar, y aún constantemente criticado, consigue mantener una base suficiente de aquellos a los que conviene: curas, funcionarios, empresarios... Asimismo Inozémtsev apunta como base de la realidad política rusa la libre conversión del poder en dinero y bienes, y viceversa. Todo ello se podría decir sin faltar a la verdad (y cada vez con más razón) sobre las democracias occidentales.

La fuerza momentánea del capitalismo moderno reside en haber liberalizado el mercado de respuestas individuales: se ha comprendido que, por crítica que sea, la contestación será impotente mientras no se haga colectiva. Su crítica estará castrada desde el principio. Reprimir resulta ineficiente cuando, de todas formas, no está amenazado el estatus del poder. Lo han aprendido los poderosos de Rusia tan bien como los de aquí:
(...) el descontento social no tiene incidencia alguna. Los ciudadanos que lo cuestionan son plenamente libres de expresarse en otras esferas que no sean las políticas; a los que quieren jugar a agitadores nada les impide hacerlo: simplemente carecen de público y no movilizan a nadie.
Inozémtsev lo dice de Rusia pero, palabra por palabra, me suena a lo que tenemos aquí. El sociólogo, para mí, contempla el sistema ruso como algo demasiado sui generis. No deja de tener sus peculiaridades (sobre todo, quizás, en la orientación de su economía), pero a fin de cuentas no es tan diferente. Como él mismo dice:
La sociedad rusa ha asimilado (...) el cinismo que impera también, de un modo más discreto, en el funcionamiento de las sociedades occidentales: primacía del dinero y el consumo, nivelación de las normas culturales, docilidad de la población, difusión masiva de tecnologías alienantes.
Hemos llegado al quid de la cuestión: el sistema se sostiene sobre la omnipresencia y omnipotencia del cinismo. En Rusia menos disimulada que en el Occidente. Pero a fin de cuentas cuasi-occidental...

(1) Rusia, una sociedad sin ciudadanos, VLADISLAV INOZÉMTSEV, Le Monde Diplomatique, Noviembre de 2010.
(2) Misiva de Putin dirigida a la Asamblea Federal el 25 de abril de 2005

viernes, 17 de diciembre de 2010

Miedo a la soledad

Cuando se habla de comportamientos compulsivos vienen a la mente el consumo de alcohol, la ingesta de alimentos, tics diversos, el tabaco, el sexo... Pero en contadas ocasiones he oído hablar sobre la necesidad compulsiva de no estar solo.

Evidentemente el contacto humano es una necesidad natural. Pero también lo es comer. Y cuando se hace compulsivamente nadie discrepa en que nos encontramos ante una patología. El miedo a estar solo afecta, en diferentes grados, a muchísimas personas. Una gran mayoría, por ejemplo, es incapaz de salir a cenar sola o ir sola al cine. Muchos lo pasarían mal viviendo solos: evitarían permanentemente estar en casa. Pero es que además hay no pocas personas que buscan compañía de forma aún más desesperada y son incapaces de afrontar los problemas por su cuenta cuando se presentan.

No saber estar solo puede limitar drásticamente el disfrute del ocio: se renuncia a toda afición que no sea compartida con otros. Puede llegar a perturbar hasta la realización profesional (como cualquier otra adicción puede llegar a hacerlo). He visto como se sacrificaban principios, integridad y hasta la misma dignidad, con tal de no quedarse solo. Como toda dependencia, ésta hace a las personas más vulnerables: se coloca el bienestar de uno en función de factores que no puede controlar. Y lo peor de todo es que se nos vuelve extraña la única persona que jamás nos abandonará: uno mismo.

Somos tanto lo que los demás esperan que seamos que olvidamos quiénes somos realmente. Nuestra voz, nuestros gestos, nuestras palabras, ideas, pensamientos, reacciones... se vuelven cada vez más un reflejo condicionado al entorno social. Si no entendemos el valor de la soledad... nos perdemos, desaprendemos a ser nosotros mismos y nos convertimos en una penosa máscara social (y yo, personalmente, detesto las máscaras). Tiranizados por el entorno inmediato, olvidamos también lo que queremos ser y pasamos a querer ser lo que el grupo, la familia o la pareja quiere que seamos.

Quizá la causa de este pánico a estar solo, paradójicamente, sea social. Una soledad íntima es, con frecuencia, completamente real en una sociedad individualista, hipercompetitiva, insolidaria... El sujeto la intuye, pero, por una falsa atribución, la relaciona con la soledad física. Conclusión: busca no estar físicamente solo y, aunque sigue sintiendo la otra soledad, la real, piensa que la solución es estar aún más acompañado. Y su búsqueda se hace compulsiva, espasmódica. Como quien está convencido de que comiendo más va a calmar la sed.

O puede que la razón esté en el rechazo de uno mismo. En no soportarse, en no querer quedarse nunca a solas consigo mismo, en tener miedo a afrontar lo que uno es. Negándose, al mismo tiempo, la oportunidad de cambiar porque es imposible cambiar sin conocerse a sí mismo. Quién sabe.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

...De cada cual según sus posibilidades

La idea central es que no se le pueden pedir peras al olmo. Cada persona es como es y es inútil enfadarse por ello. Unas veces tendremos razón, otras no la tendremos, otras será simplemente una cuestión de incompatibilidades...

Por eso de cada amigo hay que tomar aquello en lo que más aporta y cada amistad construirla de forma diferente. No existe, de hecho, jugando un poco con las palabras, la Amistad. Existen Amistades... También amistades... Pero no una única cosa que se corresponda plenamente con nuestra idea (siempre preconcebida) de lo que debe ser un amigo.

Cuando algo no gusta se debe decir. Pero llega un punto en que todo ya está dicho, y entonces cagas o sales del water: aceptas a la persona tal como es o pones por medio la suficiente distancia como para que no te afecte.

Aceptar no siempre es fácil (sobre todo, para cabezones empedernidos como algunos de nosotros). Debe hacerse un ejercicio de racionalización, de comprensión de que hay cosas que se escapan a nuestro control, más cuando se trata de otras personas. Y algo aún más difícil: debe eliminarse el poso de resquemor que puede quedar en el inconsciente. La aceptación debe ser profunda y auténtica para no envenenar en lo sucesivo la mirada sobre esa persona. Es posible conseguirlo. Y a veces lo que antes irritaba llega incluso a convertirse en un simpático rasgo que forma parte de la particular idiosincrasia de un amigo, una más de las cosas por las que lo queremos.

Poner distancia tampoco es fácil. Una amistad siempre es una inversión y cuesta asumir que se estaba equivocado, que se ha fallado, que se ha perdido. Pero igual de necesario que saber aceptar a las personas, es saber poner límites para no sufrir abusos.

En los casos más extremos, la distancia puede ser definitiva. Es decir, hay personas con las que es mejor no tratar, personas que, como suelo decir, sientan mal. Pero la mayoría de las veces basta con evitar aquellos aspectos que nos resultan problemáticos. Por ejemplo, a mí me molesta mucho la impuntualidad. Porque además normalmente va acompañada de otras faltas de consideración sin querer. Ante los impuntuales no puedo más que expresar mi desagrado pero no puedo cambiarlos: por tanto elijo no quedar con ellos. Si quieren verme, tendrán que venir adonde esté yo. Evidentemente ello enfriará nuestra relación. Pero es preferible a seguir aguantando, sufriendo y, al final, odiándoles. De esa forma, podemos seguir siendo amigos, de una forma más comedida pero a fin de cuentas cordial.

Lo mismo sirve para amigos que resultan nefastos para nuestra higiene moral o aquellos otros que, consideramos, no corresponden como deberían a nuestra amistad: poner distancia hasta neutralizar el sentimiento negativo. Alcanzar el punto de equilibrio en el que sea posible llevarse bien sin exponerse a situaciones molestas. ¿Qué le vamos a hacer? No todos podemos ser amigos del alma...

domingo, 5 de diciembre de 2010

Primero vinieron a por los controladores aéreos

Primero vinieron a por los controladores aéreos,
y yo no hablé porque no era controlador aéreo.

Luego vinieron por los funcionarios,
y yo no dije nada porque había suspendido las oposiciones.

Después vinieron por los sindicalistas,
y yo no hablé porque ni siquiera estaba afiliado.

Luego vinieron por los comunistas
y se encontraron con que ya no quedaba ninguno de verdad.

Y se llevaron a los gitanos
(porque a alguien había que llevarse).

Entonces vinieron por mí,
pero resultó que yo sólo era un pobre pastor belga
y no interesaba a nadie.

Los 30

En menos de un año cumplo 30 años.

Muchos de mis amigos, entrando en la treintena, se encuentran ante microcrisis existenciales de dos tipos:

a) La crisis de "no puede ser que ya haya pasado de los 30, si me siento como un/a chaval/a".

b) La crisis de "joder, ya tengo más de 30 y no he conseguido nada en la vida..."

Pues yo... sigo haciendo muchas de las cosas que hacía hace 10 años, pero me siento de una forma muy diferente. Tampoco me siento demasiado mayor, aunque conseguir, lo que se dice conseguir, no he conseguido nada...

Me tomo mis cervezas, salgo a caminar por la montaña, los fines de semana me veo los partidos del Rayo, me busco la vida como buenamente puedo... Y los 30 no me parecen ni demasiado ni demasiado poco para hacerlo, la edad justa. Ahora mismo no quiero hijos, no quiero comprarme un piso... Pero tampoco echo de menos ser un adolescente atormentado, que se preguntaba constantemente por su lugar en el mundo, tan rebosante de inquietudes que no está a gusto en ningún lado.

A ver si los 40 traen algo de emoción o algo... Porque lo que son los 30, de momento, se me presentan como una edad... pues muy tonta.