El aspecto más destacable de estas últimas elecciones catalanas (aparte de que Cataluña ha seguido, de forma mimética, el camino de moda en toda Europa) para mí fue la exhibición del poder mediático que significó el éxito de Laporta.
Con cuatro escaños y un hexasilábico programa (independència) su formación, Solidaritat Catalana per la Independència (SI), ha entrado a lo grande en el Parlament de Catalunya. Un resultado que, a priori, le permite proyectarse hacia el futuro y aspirar a la consolidación.
De paso, ha contribuido a la histórica debacle de Esquerra Republicana (ERC) y ha dejado fuera a toda una miríada de candidaturas independentistas que intentaban aprovechar la crisis de los republicanos. ¿Por qué precisamente SI y ninguna otra lo ha conseguido cuando la diferencia era, en algunos casos, completamente imperceptible?
Para mí, la respuesta es evidente: porque estaba en los medios. Desde hace meses, toda una legión de "periodistas" a sueldo de Laporta venían elevando loas a su persona en los medios de comunicación más importantes de Cataluña. Mientras otros (y no necesariamente de mi agrado) habían estado años construyendo núcleos locales, intentando contactar directamente con la sociedad, conversando y tratando de convencer cara a cara...
La lección es evidente: de nada sirve trabajar, jugando con el nombre de una de esas candidaturas, desde abajo. Hay un amplio rechazo en la sociedad contra la política tradicional, pero la participación electoral no baja y los beneficios de este rechazo son cosechados por marcas cuyo único mérito es venderse mejor en televisión. Todo el mundo se queja de la clase política, pero nadie es capaz de construir una alternativa propia. Una aplastante mayoría de la ciudadanía se queda en el sillón esperando a que un Laporta les venda que él es diferente a los demás.
No estoy de acuerdo con culpar únicamente al sistema parlamentario de que las alternativas de base tengan cerrado el camino. Sí, claro, el parlamentarismo está diseñado para trabar en la mayor medida posible la emergencia de fuerzas no controladas por el establishment. Y además llegar a ocupar escaños tampoco es garantía de nada. Está muy bien pensar en construir alternativas de sociedad, aparte de las urnas. Pero tampoco nos engañemos: ¿de qué alternativa social se puede hablar cuando no se tiene el peso numérico ni para conseguir un escaño?
Se oyen algunas voces pidiendo abrir las listas y reformar el sistema de reparto de escaños. Se acusa a los partidos de funcionar como mafias que impiden la renovación de la clase política y la consiguiente regeneración de la política.
Pero Joan Laporta (y en la elecciones anteriores Ciutadans) ha demostrado que el verdadero hándicap para entrar en la gran política no es ése. Porque la verdadera mafia que controla los accesos son los medios de comunicación: unos pocos nombres, unas pocas fortunas... Nos encanta creernos listos y pensar que no nos manipulan. ¿Pero de qué nos sirve si al final -y a los hechos me remito- acabamos siendo gobernados por aquellos a quienes los grandes grupos mediáticos (= los grandes grupos empresariales) deciden otorgar su voto de calidad?