Con todo mi respeto y admiración por países más lejanos y exóticos con sus gigantescos desiertos y cordilleras, me cautiva la sencilla y sobria belleza de los acantilados, bosques, picos, campos y lagos de Europa. Viajando por el continente, siento (o al menos me imagino que siento) los espíritus de los pueblos que poblaron esta tierra y escribieron con sus vidas nuestra historia. Desde la aridez mesetaria hasta los monumentales valles alpinos, desde los campos de trigo sicilianos hasta el gris e intranquilo Báltico, pasando por los bosques, intransitables y salvajes en Bretaña, apacibles y encantadores en el centro... todo es diferente pero con algo bien común en sus entrañas.
Siempre me he sentido europeo, sentía que, mal que bien, compartíamos valores de justicia social, de aversión al oscurantismo religioso, de cierta conciencia ecologista y de liberalidad de costumbres. No es que Europa fuera un gran modelo a seguir, pero desde luego me parecía uno de los territorios más amables y mejores para vivir del mundo.
Sí, era europeísta, llegando al plano político: creía que un futuro progreso social sólo podía tener lugar dentro de una agenda común de los pueblos europeos.
Bueno, pues todo esto se está yendo a tomar por culo. Europa da cada vez más asco. Cada vez más reaccionaria y racista, de una forma brutal que también sólo Europa ha sabido ser a lo largo de la historia. Olvidando sus propias lecciones, se deja llevar por discursos demagógicos que persiguen al diferente, al tiempo que destruyen con esmero los Estados de Bienestar que tanta sangre y sudor costó a la trabajadores de nuestro continente conquistar.
Día sí, otro también, aparecen noticias de extrema derecha que se afianza en los parlamentos. La última, desde Suecia, donde el pasado 20 de septiembre obtuvo un 5,7% de los votos y 20 escaños. Las primeras declaraciones de los vencedores de los comicios, una coalición de centro-derecha, apuntan que no van a pactar con los nazis. Pero las palabras, en la política, se las lleva el viento. Y es difícil que un partido quede realmente marginado sólo porque no le caen bien los trabajadores inmigrantes. A fin de cuentas, no suele haber ningún trabajador inmigrante en los parlamentos. He allí los ejemplos recientes de Italia, Austria, Suiza, Holanda... o el no tan reciente pero bien ilustrativo de la Alemania de entreguerras. Los partidos de centro-derecha son bien conocidos en su papel de prostitutas políticas, miopes y capaces de dar legitimidad a un Hitler, mientras ello les permita conservar espacios de poder.
Por si Sarkozy y Berlusconi no se comportaran ya de forma bastante fascista, sus respectivos rivales dentro de la derecha son aún más extremos: el Frente Nacional y la Liga Norte, respectivamente, son verdaderos partidos nazis. El primero ya participó en una segunda vuelta presidencial hace años y su reciente escalada en los sondeos le augura bastantes posibilidades para volver a hacerlo en 2012. El segundo hace años ya que ha conseguido la aceptabilidad mediática de un partido burgués cualquiera y ha participado en las sucesivas coaliciones de gobierno del Gran Payaso.
Desde la izquierda española siempre nos hemos "alegrado" de que el PP ya fuera de por sí un partido tan extremo que no dejara espacio para que entraran en las Cortes los hooligans de la derecha. Ya veremos lo que nos dura la alegría: de momento, si bien es verdad que la extrema derecha española está muy fragmentada y le cuesta abrirse camino por el sistema electoral, también vemos en los ejemplos de Italia y Francia que es perfectamente posible tener un gobierno ultra y un candidato más nazi aún royéndole el terreno por la derecha. No nos engañemos: todo aún puede ir a peor.
El independentismo catalán está dejando de ser, como históricamente ha sido, principalmente de izquierdas y están emergiendo fuerzas xenófobas y con alguna planta local de la que partir, a imitación del separatismo flamenco.
Noruega, Dinamarca, Flandes, Países Bajos, Finlandia, Grecia, Rumanía y Suiza "disfrutan" de la presencia de fuerzas de extrema derecha de entre el 10 y el 30% en sus asambleas representativas, siendo en algunos casos aliados de conservadores más moderados. Y, por supuesto, Austria, donde la extrema derecha participa sistemáticamente en los gobiernos de la nación.
De Europa Oriental es mejor no hablar. Varios países, como Hungría, Eslovaquia, Letonia y Bulgaria cuentan con poderosos partidos de extrema derecha. Bastantes de ellos, por cierto, se dedican, de acuerdo con conservadores gobernantes, a rehabilitar oficialmente la memoria del nacional-socialismo (sí, sí, la de Hitler, el Holocausto, las SS, etc.). Qué decir de Polonia donde dos gemelillos psicópatas (felizmente menguados) dirigieron el país durante buena parte de esta década hacia la locura del ultracatolicismo.
Además de los mencionados, el Reino Unido (el que nos faltaba...) también aportó diputados de extrema derecha al Parlamento Europeo en 2009.
Así está, muy por encima, el panorama en la UE. Hablar del resto de Europa (los estados que conformaban la URSS o Yugoslavia) sólo podría empeorar las cosas.
Quienes confían en que Europa vaya por la vía de EE UU probablemente se equivocan. El salvajismo del capitalismo norteamericano (y correspondientemente el de sus crisis, cuando sobrevienen) ha ido siendo sorteado por una ideología radicalmente individualista y fuerte aversión a las grandes agregaciones. El yanqui, ante la inseguridad, se ha refugiado bien en su secta o bien en la ficción del hombre solo frente a la adversidad, lo que le ha permitido en ocasiones aguantar lo inaguantable (o perecer en las cloacas del sueño americano).
Pero Europa no es así: la gente aquí, ante las dificultades se une. Las respuestas en momentos de crisis han sido colectivas. Y, si el internacionalismo, la más elemental solidaridad, respeto y amistad entre pueblos terminan de ser desterrados, ya nada podrá parar los pies a la agregación por razón étnica. El siguiente paso va implícito: la mutua agresión.
No sería la primera vez... A fin de cuentas, recordemos, no es necesario que una mayoría participe en la barbarie. Basta con que calle, dejando que ésta sea perpetrada.
Siempre me he sentido europeo, sentía que, mal que bien, compartíamos valores de justicia social, de aversión al oscurantismo religioso, de cierta conciencia ecologista y de liberalidad de costumbres. No es que Europa fuera un gran modelo a seguir, pero desde luego me parecía uno de los territorios más amables y mejores para vivir del mundo.
Sí, era europeísta, llegando al plano político: creía que un futuro progreso social sólo podía tener lugar dentro de una agenda común de los pueblos europeos.
Bueno, pues todo esto se está yendo a tomar por culo. Europa da cada vez más asco. Cada vez más reaccionaria y racista, de una forma brutal que también sólo Europa ha sabido ser a lo largo de la historia. Olvidando sus propias lecciones, se deja llevar por discursos demagógicos que persiguen al diferente, al tiempo que destruyen con esmero los Estados de Bienestar que tanta sangre y sudor costó a la trabajadores de nuestro continente conquistar.
Día sí, otro también, aparecen noticias de extrema derecha que se afianza en los parlamentos. La última, desde Suecia, donde el pasado 20 de septiembre obtuvo un 5,7% de los votos y 20 escaños. Las primeras declaraciones de los vencedores de los comicios, una coalición de centro-derecha, apuntan que no van a pactar con los nazis. Pero las palabras, en la política, se las lleva el viento. Y es difícil que un partido quede realmente marginado sólo porque no le caen bien los trabajadores inmigrantes. A fin de cuentas, no suele haber ningún trabajador inmigrante en los parlamentos. He allí los ejemplos recientes de Italia, Austria, Suiza, Holanda... o el no tan reciente pero bien ilustrativo de la Alemania de entreguerras. Los partidos de centro-derecha son bien conocidos en su papel de prostitutas políticas, miopes y capaces de dar legitimidad a un Hitler, mientras ello les permita conservar espacios de poder.
Por si Sarkozy y Berlusconi no se comportaran ya de forma bastante fascista, sus respectivos rivales dentro de la derecha son aún más extremos: el Frente Nacional y la Liga Norte, respectivamente, son verdaderos partidos nazis. El primero ya participó en una segunda vuelta presidencial hace años y su reciente escalada en los sondeos le augura bastantes posibilidades para volver a hacerlo en 2012. El segundo hace años ya que ha conseguido la aceptabilidad mediática de un partido burgués cualquiera y ha participado en las sucesivas coaliciones de gobierno del Gran Payaso.
Desde la izquierda española siempre nos hemos "alegrado" de que el PP ya fuera de por sí un partido tan extremo que no dejara espacio para que entraran en las Cortes los hooligans de la derecha. Ya veremos lo que nos dura la alegría: de momento, si bien es verdad que la extrema derecha española está muy fragmentada y le cuesta abrirse camino por el sistema electoral, también vemos en los ejemplos de Italia y Francia que es perfectamente posible tener un gobierno ultra y un candidato más nazi aún royéndole el terreno por la derecha. No nos engañemos: todo aún puede ir a peor.
El independentismo catalán está dejando de ser, como históricamente ha sido, principalmente de izquierdas y están emergiendo fuerzas xenófobas y con alguna planta local de la que partir, a imitación del separatismo flamenco.
Noruega, Dinamarca, Flandes, Países Bajos, Finlandia, Grecia, Rumanía y Suiza "disfrutan" de la presencia de fuerzas de extrema derecha de entre el 10 y el 30% en sus asambleas representativas, siendo en algunos casos aliados de conservadores más moderados. Y, por supuesto, Austria, donde la extrema derecha participa sistemáticamente en los gobiernos de la nación.
De Europa Oriental es mejor no hablar. Varios países, como Hungría, Eslovaquia, Letonia y Bulgaria cuentan con poderosos partidos de extrema derecha. Bastantes de ellos, por cierto, se dedican, de acuerdo con conservadores gobernantes, a rehabilitar oficialmente la memoria del nacional-socialismo (sí, sí, la de Hitler, el Holocausto, las SS, etc.). Qué decir de Polonia donde dos gemelillos psicópatas (felizmente menguados) dirigieron el país durante buena parte de esta década hacia la locura del ultracatolicismo.
Además de los mencionados, el Reino Unido (el que nos faltaba...) también aportó diputados de extrema derecha al Parlamento Europeo en 2009.
Así está, muy por encima, el panorama en la UE. Hablar del resto de Europa (los estados que conformaban la URSS o Yugoslavia) sólo podría empeorar las cosas.
Quienes confían en que Europa vaya por la vía de EE UU probablemente se equivocan. El salvajismo del capitalismo norteamericano (y correspondientemente el de sus crisis, cuando sobrevienen) ha ido siendo sorteado por una ideología radicalmente individualista y fuerte aversión a las grandes agregaciones. El yanqui, ante la inseguridad, se ha refugiado bien en su secta o bien en la ficción del hombre solo frente a la adversidad, lo que le ha permitido en ocasiones aguantar lo inaguantable (o perecer en las cloacas del sueño americano).
Pero Europa no es así: la gente aquí, ante las dificultades se une. Las respuestas en momentos de crisis han sido colectivas. Y, si el internacionalismo, la más elemental solidaridad, respeto y amistad entre pueblos terminan de ser desterrados, ya nada podrá parar los pies a la agregación por razón étnica. El siguiente paso va implícito: la mutua agresión.
No sería la primera vez... A fin de cuentas, recordemos, no es necesario que una mayoría participe en la barbarie. Basta con que calle, dejando que ésta sea perpetrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario