La tortuosa relación del Occidente con el totalitarismo islámico en Afganistán en breves trazos:
- El islamismo militante fue bueno (buenísimo) cuando se trataba de destruir la República Democrática de Afganistán (aliada de la Unión Soviética) en los años 80.
- Los talibanes fueron vistos con mejores ojos incluso en los 90 como una solución a la guerra civil de todos contra todos en que se sumió el país tras la retirada soviética: el restablecimiento del orden convenía tanto a la explotación de recursos naturales, como a la política interior pakistaní.
- Algunos ceños fruncieron cuando Al-Qaeda, con la que estaban íntimamente relacionados, atentó contra las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania.
- Los talibanes de volvieron malos (malísimos) tras los atentados contra el WTC y la prensa de repente descubrió las barbaridades que hacían a las mujeres, los ataques a la diversidad cultural, etc. (como si nada de eso hubiera pasado antes)
- Ahora, en el callejón sin salida de la guerra, los estadounidenses, los pakistaníes y el presidente Karzai (ex representante de la petrolera californiana Unocal, por cierto) tienden la mano otra vez a los talibanes del mulá Omar para poder hacer frente de alguna manera a los talibanes pakistaníes, plenamente identificados desde hace algunos años con la yihad global de Bin Laden y que amenazan con desestabilizar por completo dicho país. Si al final resulta que tampoco era para tanto lo de las mujeres...
Con razón se pregunta, irónico, el antropólogo y diplomático Georges Lefeuvre: si las negociaciones con los talibanes no llegan a buen fin, ¿se debería entonces negociar con Al Qaeda?
El circo afgano continúa...
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