El paralelismo se puede llevar tan lejos como la imaginación nos lo permita: la irrelevancia de los tejemanejes millonarios (políticos o futbolísticos), el agrupamiento del espacio electoral/futbolístico en torno a dos polos claramente definidos... etc. etc.
Este tipo de lealtades se adquieren por toda una constelación de factores: la familia, el grupo de pares, la región, los medios de comunicación, etc. Pero nunca por argumentación. Y eso que el votante-hincha sí argumenta. Pero para su propio proceso psicológico esa argumentación es irrelevante, es pura racionalización de sus deseos irracionales. Es decir, lo mismo que quien "argumenta" por qué el Barça es mejor que el Madrid o viceversa.
Debido a esa costumbre de "argumentar" (básicamente reproducir sin ningún criterio crítico lo oído a los padres o al locutor del turno) no siempre se identifica a este tipo de personas de otras que están interesadas en la política de forma más sincera, aunque quizá un tanto superficial. La diferencia aflora en momentos críticos cuando todo parece estar perdido para su partido-equipo pero ellos siguen manteniendo la lealtad y se aferran a argumentaciones ya del todo inverosímiles y, con frecuencia, a todo tipo de teorías conspiranoicas, tan sólo con tal de exculpar a los suyos. Valgan dos ejemplos para ilustrarlo, antes de terminar.

La sociedad del espectáculo, el formato mediático, ha acabado por hacer de la política algo muy parecido al fútbol. ¿Qué nos queda por hacer a los que no queremos renunciar a la política pero tampoco queremos hacerla con estas reglas de juego? Unas reglas de juego, que, por otra parte, favorecen desproporcionadamente a quien dispone de mayores recursos económicos para poner en marcha una mayor puesta en escena... Allí se queda la pregunta.
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