...restaurar ese equilibrio natural, saludable y adecuado que la perfecta libertad necesariamente establece y que sólo ella puede preservar...He aquí, por boca de Adam Smith, el objetivo inalcanzable, la promesa siempre incumplida, de la Economía liberal y del capitalismo que ampara.
El tema del equilibrio es omnipresente y normativo. Se trata de un equilibrio natural (proviene de la Naturaleza) y que se supone que existió algún día. Por eso hay que "restaurarlo" para que la economía goce de buena salud.
Pero incluso Adam Smith sabe, como deja claro en otros capítulos de La Riqueza de las Naciones, que la "perfecta libertad" no lleva a ningún equilibrio: sólo la "liberticida" intervención pone freno a la arbitrariedad y al abuso.
Pero es que ahora sabemos además otra cosa que Adam Smith quizá no intuía: que las políticas liberales no sólo no llevan al equilibrio sino que son las más contraindicadas para preservarlo. El escocés habló de las convulsiones sociales que se producían como consecuencia de necesarios ajustes originados en excesos de regulación. Pero no de que la crisis, el cambio violento, es el estado normal del capitalismo. El capitalismo es desequilibrio permanente, es inestabilidad, es convulsión constante. El capitalismo es crisis estructural.
El mundo no puede parar en un punto de equilibrio perfecto, quedarse inmovilizado. Pero las recetas liberales no sirven sólo para responder eficientemente a las necesidades de reajuste (como pretenden). Producen esas necesidades, cada vez con mayor urgencia, magnitud e inmediatez. No sólo responden a desfases preexistentes, sino que son causa de unos desfases más graves. Favorecen a quien apuesta por el cambio de coyuntura (el especulador) y de esa manera obliga al cambio. Un cambio cada vez a un plazo más corto, cada vez más irracional e ineficiente.
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