jueves, 26 de mayo de 2011

La cobardía

Para hacer lo correcto, para ser bueno con los demás, para responder por los actos propios... hay que tener valor. La cobardía fabrica malas personas y es la fuente de muchas de nuestras miserias.

Por eso no entiendo porqué tiene una apariencia más excusable que otros vicios. A nadie se le ocurre decir "No es que sea mala gente, sólo que es avaricioso" y sin embargo es muy normal el "No lo hace a mal, es que es muy cobarde"... ¿Será que al cobarde no se le achaca mala fe ni, por tanto, dolo en la acción? Pero, ¿y acaso el avaricioso tiene mala intención? Si él sólo quiere lucrarse... ¿Y el crimen pasional? Tiene menos maldad todavía: se hace por un exceso de amor... ¿Y el ideológico? Si es lo contrario a la mala intención: se hace para construir un mundo mejor...

Quizá al cobarde se le consienta más porque sus faltas son por omisión. Pero la omisión no es poco... El cobarde dejará a un accidentado a su suerte. Traicionará. Se callará ante las injusticias. No responderá por sus actos: podrá hacer cualquier cosa y luego mirar para otro lado, con la excusa de que es demasiado cobarde para responder por ello.

Socavará la confianza, porque en un cobarde no se puede confiar: a cada momento te puede dejar con el culo al aire y nunca sabes si te está diciendo realmente lo que piensa o es que le faltan huevos para decir la verdad. Y si los cobardes son muchos, uno deja de saber en quién puede confiar. La desconfianza se convierte en una constante de las relaciones humanas.

No entiendo porqué la miseria del cobarde despierta lástima o pena. Y no cabreo como otras miserias humanas.

¿Quizá sólo pasa en nuestra sociedad, porque nosotros mismos nos hemos vuelto tan cobardes que nos identificamos con él y, al encubrirlo, en realidad nos estamos encubriendo a nosotros mismos? Algo parecido pasa cada vez más con la avaricia: todo el mundo se está volviendo tan avaricioso que termina por justificar incluso al que se lucra a su costa.

¿O quizá sea por culpa de nuestro instinto social? Un rasgo básico de la sociabilidad humana es la defensa del débil. ¿El cobarde se percibe como débil y de allí que le protejamos? ¿Como a un cachorro que tras haberse meado por todas las moquetas se tumba panza arriba y nos sentimos incapaces de castigarlo?

Pero yo no entiendo que el cobarde sea débil. La cobardía es la voluntad de ahorrarse un esfuerzo, la debilidad es un impedimento objetivo.

La cobardía sólo tiene un castigo habitual. Al generar desconfianza, incertidumbre, impide al cobarde construir relaciones profundas con los demás. Deviniendo en una íntima soledad...

martes, 24 de mayo de 2011

Burbujas

Es el mayor drama de la especie humana. Cada uno vive en su propia burbuja. Hasta tal punto estamos encerrados cada uno en nuestro propio mundo informativo que en ocasiones el hecho de la comunicación parece un auténtico milagro.

Siempre vivimos en la ilusión de formar parte de la mayoría gracias a que nuestro entorno cotidiano es muy poco representativo y está fuertemente sesgado. Incluso en un mundo tan "abierto" como el nuestro -con, aparentemente, numerosísimas fuentes de información- nos las apañamos para centrar nuestra atención en aquello que confirma nuestras visión del mundo y rechazamos por minoritario y raro lo contrario. ¡Cuántas veces que me he encontrado personas de izquierda tachando de frikis a los votantes del PP... en Madrid, donde la derecha lleva cosechando amplias mayorías desde hace ya décadas!

Si las suposiciones de uno encima son reforzadas no sólo por el entorno personal sino también por el mediático la cosa se agrava. Políticamente eso se traduce, por ejemplo, en el bucle PP-PSOE y el propio sistema de democracia representativa que tiene absortos a más de siete millones de españoles que ni se imaginan otras alternativas.

De la misma fuente mana también la incomprensión del mundo socio-político-mediático en el que viven los catalanes y los vascos. A partir de allí, ya no importa cuántas personas pueden salir a la calle ni cuántas votarán a qué opción, que serán todos irracionales, obcecados, malvados, desleales, egoístas, etc.

De hecho, esa es una tendencia recurrente: tachar a cualquiera a quien no comprendemos de irracional...

Una cosa paradójica pasa con el individualismo ideológico. Parecería que las ideologías más sociales debieran hacernos más cerrados con lo extraño. Pero curiosamente el florecimiento del individualismo ha dirigido nuestros esfuerzos tanto en la reivindicación de nuestra originalidad e individualidad, relajando el esfuerzo necesario bien informados.

Tan limitados han resultado los antiguos rehenes de su grupo, como los nuevos "librepensadores". Aquellos por la homogeneidad de la información de la que se nutrían, éstos por la falta de información y/o de herramientas interpretativas para procesarla. La libertad de opinión es importante pero no una cura para la ignorancia.

Como decía, es un drama: no nos entendemos, no nos escuchamos... Nos hemos vuelto demasiado listos para hacer caso a nadie. Pero en realidad sólo vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. Ni nos damos cuenta de cómo desviamos la mirada de lo que contradice nuestras preconcebidas ideas. De que constantemente respondemos antes de haber entendido lo que se nos está diciendo, porque lo único que importa ya es responder...

sábado, 21 de mayo de 2011

El más adaptable, el más inadaptado

A pesar de no tener vello abundante, ni fuerza física excepcional, ni gran velocidad, ni colmillos enormes... el animal humano se ha expandido a las zonas más áridas del planeta, desde los desiertos de nieve de Groenlandia hasta los desiertos de arena del Sáhara... Lo ha hecho gracias a su ingenio pero también -y quizá en la misma medida- a su capacidad de sufrimiento. A diferencia de las claves evolutivas de otros animales (que sólo les ayudan a sobrevivir con éxito en un hábitat determinado) estas dos características han sido herramientas polivalentes que, como una llave inglesa ajustable, le han valido para ser aplicadas en cualquier condición adversa.

Pero al mismo tiempo el ser humano es el ser más inadaptado. Nunca, jamás, se ha sentido del todo a gusto, ni ante las circunstancias más favorables. Siempre ha visto alguna cosa que fuera posible mejorar. Y se ha aplicado a mejorarla. De ahí su tormentosa historia de bastante continuo progreso tecnológico y no tan continuo progreso social.

Religiones como el budismo violan la naturaleza humana cuando pretenden que nos quedemos quietos, parados, contemplando sin más. Hay algo dentro de nosotros que nos impide ser completa y permanentemente felices, conformarnos. Nunca nos ha bastado saciar el hambre: siempre hemos buscado además la forma óptima de hacerlo.

Un perfeccionismo imposible que ha convertido nuestra Historia en una carrera hacia un horizonte que se aleja un paso de nosotros con cada paso que damos hacia él. La fuente de nuestra permanente insatisfacción...

jueves, 19 de mayo de 2011

Simetrías

Parecemos simétricos pero, como es bien sabido, no lo somos. Tenemos un corazón a la izquierda y un hígado a la derecha. Pero ni siquiera lo aparentemete simétrico –como nuestro rostro o nuestras manos- lo es. Y para el colmo siempre existe un lado dominante: el derecho en los diestros, el izquierdo en los zurdos.

Pero a pesar de todo la evolución ha querido que parezcamos simétricos y que además nos sintamos atraídos por la simetría. No sé porqué ha pasado, pero sí sé que estas pseudosimetrías se encuentran en todas partes. El mundo está estructurado de esta forma: a primera vista, desde los cuerpos celestes hasta las partículas subatómicas, todo parece simétrico… y nada lo es. Como si todo tendiera al orden, al tiempo que el orden fuera una absoluta quimera.

Nuestra organización social parece que ha heredado esta especie de principio universal. Buscamos el orden, lo anhelamos, nos angustiamos cuando no existe. Pero al mismo tiempo nos conformamos, como por una especie de cinismo natural, con su apariencia.

Inventamos ficciones jurídicas, tales como naciones, Estados, democracias, socialismos… Pero luego nos conformamos con que todo funcione más o menos. Nos molestan menos las grietas en el orden ideológico que quien denuncia esas grietas. Un ejemplo claro son, por ejemplo, los países tan gangrenados por la corrupción o la economía informal que una amplia mayoría acaba por aceptarlas tanto como las propias ideologías formales que las censuran. Y todo ello sin excesivo perjuicio para su salud mental.

Posiblemente ninguna otra invención humana ha hecho tanta apología del orden, la simetría, la previsibilidad y la exactitud como la burocracia. Pero quien ha asomado a los bastidores de la realidad funcionarial sabe cómo funcionan las cosas: por los pelos. El factor humano cuenta mucho más de lo que dicta la norma… Pero al público se le sigue apareciendo como un monolito coherente e inamovible.

Desde niños, nos acostumbramos a que la realidad sea siempre una mezcla de mantenimiento de exigencia de orden y transigencia con el infractor. De hecho, se censura mucho más a un infractor que amenaza la susodicha apariencia que a otro que no lo hace aunque cause un daño mayor según los propios parámetros valorativos del sistema. Así, existe más animadversión social (convenientemente estimulada, claro, por los medios de comunicación) contra el okupa que contra el especulador que impide cuyo negocio impide la realización del derecho constitucional a la vivienda digna para todos…

La simetría es orden. La simetría es belleza. Pero al mismo tiempo es un fantasma: la vemos pero no existe ni puede existir. La ansiamos. Pero al mismo tiempo nos conformamos con fingirla colectivamente...

miércoles, 18 de mayo de 2011

Un trípode cojo

SALUD, DINERO y AMOR... ¿A nadie más le parece que algo no termina de encajar en esta clásica receta de felicidad?

La salud es un concepto eminentemente biológico: el buen estado de la máquina de vivir que somos. Músculos elásticos, respiración profunda, cerebro bien regado, los pies firmes en la tierra... Un cuerpo sano es también un medio para disfrutar de la vida pero, por encima de todo, es una fuente directa de felicidad. El mero hecho de sentirnos sanos nos hace feliz.

El amor, esa leve forma de enajenación mental, es la fuente de endorfinas por excelencia. En todas sus formas posibles –tanto la atracción sexual o el enamoramiento, como el amor al arte o a la naturaleza- es nuestra química cerebral que entra en efervescencia, nos hace entender las cosas bellas y nos da gustito... Otra vez algo sumamente biológico.

Pero, ¿y el dinero? Ni un papel impreso, ni una tarjeta con banda magnética, ni siquiera los lingotes de oro son en sí mismas fuentes de endorfinas. El dinero, en este trípode, obviamente no es el dinero. Es lo que el dinero puede comprar: poder sobre otras personas, sexo de pago, ingenios que nos facilitan la vida, servicios varios, etc. etc.

En todo caso, nada concreto, una especie de cajón de sastre, un etcétera. Lo mismo daría decir “Salud, amor y lo que con dinero se pueda comprar” o “Salud, amor y lo demás” o “Salud, amor, etc.” Con lo cual todo el potencial del susodicho aforismo como una guía de vida se ve claramente menguado: decir que la fuente de la felicidad está en esto, en aquello y en lo demás... es un poco no decir nada.

Por otra parte, también se diferencia el dinero de los otros dos pies del trípode en la forma en que se consigue. No sólo conseguir o conservar la salud y el amor depende más de lo que uno haga o deje de hacer, sino que la desigualdad al nacer es enormemente menor. Todos somos un trozo de carne hambriento y llorón en el momento de ver la luz. Pero enseguida el dinero ya nos ha asignado a una cuna o a otra. Al equiparar salud, dinero y amor, entramos, por tanto, en un injustificado proceso de culpabilización y responsabilización del desposeído, al que negamos la posibilidad misma de ser feliz.

Por último está la cuestión de la cuantificación. La salud es la ausencia de enfermedad. Y el amor un estado en el que no nos preguntamos si podríamos tener más amor. Todo lo contrario sucede con el dinero. Pocos tienen claro –y quienes creen tenerlo claro nunca se ponen de acuerdo entre sí- cuánto dinero exactamente haría falta para ser feliz. Por no hablar de aquellos, que son muchos, y que piensan que la respuesta es “siempre más”, postulando una persecución inacabable, en clara disonancia con el objetivo de “alcanzar” la felicidad.

En fin. Que el dinero no es nada... Si quieres ser infeliz, consagra a él tu vida.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Intenta argumentar con un niño al que intentas quitar un caramelo...

Los agitados debates en torno a la solución para el futuro energético de la Humanidad han producido en los últimos meses un sinfín de argumentos y contraargumentos a favor y en contra de las diferentes soluciones que se proponen.

Afortunadamente ya no queda casi nadie tan idiota como para abogar por la profundización en la dependencia de los fósiles. Por otra parte, las petroleras tampoco necesitan realmente que nadie las defienda. Probablemente hemos llegado ya a un punto tal de dependencia en que, sin necesidad de propaganda, solamente con algo de lobbying, se terminarán de explotar las últimas reservas que quedan, los industriales se embolsarán sus últimos enormes beneficios y se irán felices a casa.

Entre los defensores de las renovables, y dejando aparte a los representantes de la industria, como es lógico abundan los militantes y simpatizantes ecologistas. Muchos están sencillamente mal informados sobre el potencial sustitutorio de estas fuentes de energía, así como sobre el impacto que su exlotación, por muy renovable que sea, causa en el medio ambiente. Aquellos que sí lo son no tienen reparos en reconocer que la única solución real es la reducción de nuestro nivel de consumo.

Pero los más obstinados son, con diferencia, los defensores del nuclear. Ante el amplio reconocimiento científico y social de la inviabilidad de la energía basada en fósiles, el lobby nuclear desde hace una década ha visto la suya y, apoyándose en un tropel de expertos obsesionados con la posibilidad técnica de realización de los proyectos y completamente ignorantes de sus condicionantes políticos y sociales, ha llevado a cabo una exitosa ofensiva que le ha permitido rehabilitar en buena medida su imagen pública... al menos, hasta Fukushima.

Con estos bien o malintencionados defensores de las centrales nucleares el esquema siempre se repite: ya les puedes sacar a colación los residuos, la imposibilidad de garantizar la seguridad de las plantas, la proliferación... que te responderán siempre con el cambio climático y la insuficiencia de las renovables. Entonces tú les dices que, por tanto, la única solución pasa por la reducción del consumo, no por el atolladero nuclear. Que l
o insostenible no es una u otra fuente de energía... sino el ritmo al que consumimos.Y entonces... ellos callan o responden con otra cosa o, en el mejor de los casos, simplemente lo tachan de imposible.

Y esto es precisamente lo que me hace temer que, cuando pase el jaleo de Fukushima, la cosa nuclear seguirá su camino. Porque la irracionalidad de un ser humano compulsivamente aferrado a sus lujos es más poderosa que cualquier argumento. Porque le daremos mil y una vueltas, nos escaquearemos de afrontar la verdad, insultaremos al que nos la eche en cara o le tacharemos condescendientemente sus propuestas de utópicas e imposibles...

Cualquier cosa antes que reconocer abierta y honestamente algo muy sencillo...

¡QUE NO NOS SALE DE LOS COJONES CONSUMIR MENOS!

¡QUE QUEREMOS SEGUIR TRAGANDO COMO PATOS HASTA QUE NOS REVIENTE EL HÍGADO!

¡QUE NOS IMPORTA UNA MIERDA NUESTRO FUTURO Y EL DE NUESTROS HIJOS SI ESO SUPONE RENUNCIAR A LA SATISFACCIÓN INMEDIATA DE NUESTROS DESEOS!


Y es que en el fondo somos una sociedad inmadura, una sociedad de críos obedientes ante la autoridad del fuerte y sin la tolerancia a la frustración necesaria para los necesarios ejercicios de responsabilidad de la vida adulta...

sábado, 7 de mayo de 2011

Por qué creo que ser de izquierdas es de mejor persona

A ver, antes de nada, conozco un montón de mierdas que se dicen de izquierdas. Conozco a cabrones que militan en sindicatos o en partidos de izquierdas y luego explotan a su mujer en casa. También a otros que son gilipollas insolidarios, egoístas y egocéntricos, pese a ser tan radicales y reivindicativos que ni siquiera militan en un sindicato o un partido. También alguno que es de izquierdas por tradición familiar y, en el fondo, más rancio que Libertad Digital. Y algún otro que se ha obsesionado tanto con la Humanidad que se le ha olvidado ser humano con las personas.

También conozco a alguno que es de derechas y que no es un hijo de puta redomado.

Y a pesar de todo ello sigo pensando que ser de izquierdas es tendencialmente de mejores personas. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque la política, entendida de una forma sana, viva, no se separa de la vida, del día a día, de lo que una persona es. Si una persona es solidaria, respetuosa con el débil o con el diferente, amante de la razón y de la justicia en su vida cotidiana (es decir, lo que yo entiendo por "buena persona"), la proyección social de sus valores personales debería llevarla a posicionarse políticamente en la izquierda.

Claro, que todos sabemos muy bien que la lógica no termina de funcionar en la realidad social. De allí tantas y tantas excepciones que impiden que por regla la gente de izquierdas sea mejor que la de derechas.

Pero sí buscamos (aunque nunca la terminemos de encontrar) una cierta coherencia interna entre nuestras cogniciones. Y ello precisamente es lo que me permite afirmar que tendencialmente, a igualdad de condiciones, sí se cumple el argumento de este post.

Al fin y al cabo, creo firmemente en ese ya manido chistecillo que dice que Dios, cuando creo al hombre lo dividió según sus naciones de origen y así dijo:

"- Los franceses seran cultos y refinados

- Los ingleses serán aventureros y puntuales

- Los italianos serán creativos y divertidos

- Los alemanes serán formales y trabajadores

- Los norteamericanos seran luchadores y patriotas

- Los argentinos serán intelectuales y sociables

- Los españoles serán inteligentes, buenas personas y votantes del PP."

A esto le dijo el arcángel San Gabriel: "Dios, que todos los países tienen dos virtudes y los españoles tienen tres.
Eso no es justo." Dios dijo: "Es verdad, pero ya no me puedo echar para atrás. Bueno, estas serán las virtudes de los españoles, pero cada español sólo podrá tener dos de ellas a la vez..."

Y así, desde entonces los españoles que son inteligentes y votantes del PP no son buenas personas. Los españoles que son buenas personas y votantes del PP no son inteligentes. Y los españoles que son inteligentes y buenas personas no son votantes del PP.