sábado, 21 de mayo de 2011

El más adaptable, el más inadaptado

A pesar de no tener vello abundante, ni fuerza física excepcional, ni gran velocidad, ni colmillos enormes... el animal humano se ha expandido a las zonas más áridas del planeta, desde los desiertos de nieve de Groenlandia hasta los desiertos de arena del Sáhara... Lo ha hecho gracias a su ingenio pero también -y quizá en la misma medida- a su capacidad de sufrimiento. A diferencia de las claves evolutivas de otros animales (que sólo les ayudan a sobrevivir con éxito en un hábitat determinado) estas dos características han sido herramientas polivalentes que, como una llave inglesa ajustable, le han valido para ser aplicadas en cualquier condición adversa.

Pero al mismo tiempo el ser humano es el ser más inadaptado. Nunca, jamás, se ha sentido del todo a gusto, ni ante las circunstancias más favorables. Siempre ha visto alguna cosa que fuera posible mejorar. Y se ha aplicado a mejorarla. De ahí su tormentosa historia de bastante continuo progreso tecnológico y no tan continuo progreso social.

Religiones como el budismo violan la naturaleza humana cuando pretenden que nos quedemos quietos, parados, contemplando sin más. Hay algo dentro de nosotros que nos impide ser completa y permanentemente felices, conformarnos. Nunca nos ha bastado saciar el hambre: siempre hemos buscado además la forma óptima de hacerlo.

Un perfeccionismo imposible que ha convertido nuestra Historia en una carrera hacia un horizonte que se aleja un paso de nosotros con cada paso que damos hacia él. La fuente de nuestra permanente insatisfacción...

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