Son las tres estrategias básicas ante una dificultad. Huir: alejarse de la fuente del problema. Aguantar: cambiar uno mismo para que el problema deje de serlo. Confrontar: buscar la forma de que desaparezca la fuente del problema.
Así es como las especies han reaccionado a sus problemas de supervivencia. Y su proceder ha quedado grabado de múltiples maneras en su código genético: las migraciones (huir), el camuflaje (aguantar), la territorialidad (confrontar). Los animales a veces tienen un estrecho margen para valorar sus opciones y decidir. Pero la mayoría de las veces el instinto no les deja demasiada elección y eso puede llegar a ser fatal.
El ser humano tiene una especie de superpoder que es poder optar por cualquiera de las tres estrategias y, no solo eso, sino también tiene la posibilidad de estimar sus potenciales riesgos y beneficios para tomar la decisión. Así es como el mismo animal humano ha colonizado todos los habitats del planeta (y más allá), ha desarrollado complejos sistemas tecnológicos, y ha aprendido a resistir lo indecible en donde otros animales se hubieran lanzado a una huida o una confrontación suicidas.
Huir, aguantar o confrontar: lo decidimos a cada momento y a todos los niveles. A nivel civilizatorio, el acento se ha desplazado en los últimos 500 años, de unas culturas de la resignación basadas en aguantar a unas culturas basadas en confrontar los problemas y buscar soluciones. Pero también nos enfrentamos a esta disyuntiva a cada paso a nivel personal: en nuestras relaciones laborales, habitacionales, afectivas o cuando el niño que tienes al lado hace sin cesar un ruido insoportable mientras uno intenta escribir un post. ¿Huir, aguantar o confrontar?
Estas decisiones dejan su huella en los códigos culturales de forma parecida a lo que pasaba con el código genético: así, hay culturas más propensas a aguantar y otras más decididas a confrontar. Pero el código cultural "muta" de forma mucho más rápida y dirigida. Tanto más rápida y dirigida cuanto más conscientes somos de que tenemos opciones. Y esa conciencia es lo que no ha cesado de expandirse desde los albores de la humanidad. El fatalismo se ha ido desmoronando poco a poco, a medida que se expandían los horizontes tecnológicos, los humanos nos organizábamos en grupos cada vez más amplios mutiplicando nuestras posibilidades, e íbamos comprendiéndonos cada vez mejor a nosotros mismos.
Por muy imperfectos que seamos y que nos creamos, mirar hacia atrás nos da una perspectiva del camino recorrido. Y nos señala al mismo tiempo el camino a recorrer.
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