domingo, 20 de junio de 2021
Huir, aguantar, confrontar
Así es como las especies han reaccionado a sus problemas de supervivencia. Y su proceder ha quedado grabado de múltiples maneras en su código genético: las migraciones (huir), el camuflaje (aguantar), la territorialidad (confrontar). Los animales a veces tienen un estrecho margen para valorar sus opciones y decidir. Pero la mayoría de las veces el instinto no les deja demasiada elección y eso puede llegar a ser fatal.
El ser humano tiene una especie de superpoder que es poder optar por cualquiera de las tres estrategias y, no solo eso, sino también tiene la posibilidad de estimar sus potenciales riesgos y beneficios para tomar la decisión. Así es como el mismo animal humano ha colonizado todos los habitats del planeta (y más allá), ha desarrollado complejos sistemas tecnológicos, y ha aprendido a resistir lo indecible en donde otros animales se hubieran lanzado a una huida o una confrontación suicidas.
Huir, aguantar o confrontar: lo decidimos a cada momento y a todos los niveles. A nivel civilizatorio, el acento se ha desplazado en los últimos 500 años, de unas culturas de la resignación basadas en aguantar a unas culturas basadas en confrontar los problemas y buscar soluciones. Pero también nos enfrentamos a esta disyuntiva a cada paso a nivel personal: en nuestras relaciones laborales, habitacionales, afectivas o cuando el niño que tienes al lado hace sin cesar un ruido insoportable mientras uno intenta escribir un post. ¿Huir, aguantar o confrontar?
Estas decisiones dejan su huella en los códigos culturales de forma parecida a lo que pasaba con el código genético: así, hay culturas más propensas a aguantar y otras más decididas a confrontar. Pero el código cultural "muta" de forma mucho más rápida y dirigida. Tanto más rápida y dirigida cuanto más conscientes somos de que tenemos opciones. Y esa conciencia es lo que no ha cesado de expandirse desde los albores de la humanidad. El fatalismo se ha ido desmoronando poco a poco, a medida que se expandían los horizontes tecnológicos, los humanos nos organizábamos en grupos cada vez más amplios mutiplicando nuestras posibilidades, e íbamos comprendiéndonos cada vez mejor a nosotros mismos.
Por muy imperfectos que seamos y que nos creamos, mirar hacia atrás nos da una perspectiva del camino recorrido. Y nos señala al mismo tiempo el camino a recorrer.
viernes, 14 de mayo de 2021
La propiedad privada y la contaminación radiactiva
Pero en algún momento de la Historia alguien dijo: no, esto no solo será mío mientras lo utilice y lo necesite sino para siempre, aunque me vaya, aunque me muera. Y así nació la propiedad privada, un derecho divino que trasciende la realidad del uso y trasciende incluso la muerte.
Pero ni siquiera el hombre más fuerte era capaz de defender una cueva de la que se ha ido. Entonces reunió las pieles de oso que había acumulado (por ser el cazador más hábil, o por un golpe de suerte, o por haberlas robado, quién sabe) y las repartió entre otros hombres fuertes. Les grapó una placa a la piel de oso, les dio una porra y los puso a vigilar su cueva mientras él no estaba.
Al principio los demás no entendían nada. ¿Cómo que no puedes entrar en una cueva vacía si te estás mojando? Pero a golpe de porras lo fueros entendiendo, interiorizando y confundiendo con el derecho de uso.
Los efectos de la propiedad privada son semejantes a la contaminación radiactiva. Una vez privatizado algo, es muy difícil descontaminarlo. Se convierte en un suelo que no podrá pisar el ser humano sin cumplir determinadas condiciones durante siglos, mucho más tiempo del que vive una persona, del que vive una civilización incluso. La privatización es la sustracción permanente de una parte de la realidad no solo a otras personas sino a futuras generaciones con una justificación que raya en lo religioso.
La propiedad privada es un robo y la privatización, un crimen.
miércoles, 24 de febrero de 2021
Sobre el "ex preso de conciencia" Alekséi Naválny y el "nunca fue preso de conciencia" Pablo Hasèl
A raíz de la retirada de la condición de "preso de conciencia" a Alekséi Naválny por parte de Amnistía Internacional se ha agudizado en determinados sectores el debate sobre la solidaridad que merece el opositor ruso por parte de la izquierda occidental. Me ha parecido interesante recordar, a este propósito, que los términos del debate y las "preguntas prohibidas" condicionan las conclusiones a las que llegamos al hablar de derechos, libertades y realidades. De paso, trazo alguna analogía con el caso de Pablo Hasél al que Amnistía Internacional nunca se planteó otorgar la condición de "preso de conciencia".
¿En qué nivel de realidad queremos quedarnos al hablar de Naválny y Hasél? La elección es nuestra.
Podemos quedarnos en el nivel jurídico. En ese caso tenemos unas leyes en España y unas leyes en Rusia. Un sistema judicial en España y otro en Rusia que hacen cumplir esas leyes. Se presentan unos cargos y un juez decide si el acusado ha delinquido o no y lo manda a la cárcel. En la ficción jurídica todo eso nada tiene que ver con las luchas por el poder ni con la arbitrariedad, todo está procedimentado y simplemente hay una máquina en funcionamiento. Y nada se puede objetar. ¿No te gusta la máquina? Participa en otra máquina, la electoral, y haz que cambien las leyes. Todo muy simple como suele pasar con las ficciones. Si acaso, podríamos plantearnos si determinadas leyes, como la de injurias contra la corona, contravienen normas de rango superior como los tratados internacionales. En el caso de Naválny ni eso porque sus cargos son de malversación y otros parecidos.
Pero si vamos más allá de lo jurídico, enseguida queda patente que la legislación y el sistema judicial no son sino un tinglado para proteger un régimen. Tanto el uno como el otro están en la cárcel por haber llegado demasiado lejos en su amenaza al orden político vigente, lo cual ningún sistema, por su propio instinto de supervivencia, lo va a permitir. Este es el nivel en el que deciden quedarse los "defensores de los derechos humanos puros", el nivel de las abstracciones liberales. Es menos ficticio que el jurídico pero sigue siendo una especie de juego cerrado sobre sí mismo: se establecen unas reglas (los valores liberales) y se descartan otras a conveniencia. Un buen ejemplo de cómo funciona es la forma en que se define la libertad de prensa: una intervención de los poderes públicos sobre los medios de comunicación privados es un atentado, pero la disciplina laboral a la que están sometidos los periodistas es irrelevante.
Ambos niveles son tableros y, según interesa a quien habla, intenta jugar en uno o en otro. Pero si no nos interesa jugar, si nos interesa la realidad, no tenemos por qué encorsetarnos con sus tabúes y podemos preguntarnos todo lo demás: ¿de dónde viene esa lucha de poder? ¿qué consecuencias tiene? ¿Es bueno y para quién el sistema atacado? ¿Es bueno y para quién el cambio que se intenta imponer? No hay razones para limitarse a la pregunta "¿respeta las normas del juego legales?" como no hay razones para limitarse a la pregunta "¿respeta las normas del juego liberal?" Y si no nos autoimponemos estas limitaciones, obtenemos un cuadro completo de Naválny que es el que sigue:
a) Defiende unas ideas que condujeron a unos estragos brutales a una población de cientos de millones en los años 90. Hablamos de realidades, no de abstracciones: de hambre y muertes, acortamiento de la esperanza de vida, de muchísimo empobrecimiento, de propagación sin freno del alcoholismo y la violencia, etc.
b) En la política interna rusa no disfruta de un apoyo masivo en la población, en parte por la propaganda del poder pero en gran medida porque la gente teme lo que él defiende más que a Putin. Para compensar esa falta de apoyo intentó en su momento flirtear con el nacionalismo ruso y de allí sus declaraciones abiertamente racistas de antaño que luego fueron poco a poco desapareciendo para no perder a sus seguidores más liberales y el apoyo occidental. De las que, en todo caso, nunca ha renegado. Su juego es el derrocamiento del poder: si puede ser por la vía electoral, bien, y si no, pues por cualquier otra.
c) En lo geopolítico no se puede ignorar que, si se mantiene en el candelero desde hace casi 20 años, es solo porque es un soldado de los rivales geopolíticos de Rusia: los poderes occidentales lo sostienen vigorosamente para tener una palanca de presión sobre una potencia rival. Los medios que pone Occidente a su disposición son muy amplios y no se limitan a la financiación: también son sus servicios secretos y sus medios de propaganda los que le permiten desarrollar su actividad anticorrupción contra el Kremlin. No es descartable la presencia de factores más psicológicos, es decir, que esa lucha obstinada contra Putin se haya convertido para Naválny en algo personal, pero lo cierto es que sin el apoyo de Occidente no sería nadie y no estaríamos hablando de él como no se habla de la represión contra tantos otros opositores rusos que por su ideario nunca han interesado a Occidente.
Nosotros elegimos, por tanto, cómo ver a Naválny.
La ficción jurídica nos dice que es un tipo que posiblemente ha quebrantado la ley y que será juzgado conforme a la ley de su país. Sin más.
La ficción liberal nos dice que es un opositor perseguido por un sistema judicial instrumentalizado por el poder para destruir a sus opositores. Sin más.
Y el cuadro completo es el de una persona que, sin un apoyo mayoritario de la población, intenta promover el derrocamiento de un régimen con medios que ponen a su disposición potencias rivales de dicho régimen y en aras de unas ideas tanto o más peligrosas para la clase trabajadora que las de sus enemigos. El régimen actúa contra él para impedir que alcance sus objetivos. Creo que en Rusia lo llaman "normalidad democrática".
Comparémoslo con Hasél:
Una persona, sin un apoyo mayoritario de la población, que intenta promover el derrocamiento de un régimen con los medios que ponen a su disposición los camaradas que están en su misma lucha y en aras de unas ideas favorables para la clase trabajadora. El régimen actúa contra él para impedir que alcance sus objetivos.
Entonces, ¿por qué exactamente deberíamos solidarizarnos con ambos por igual? ¿Porque Naválny, como Hasél, ha querido derrocar un régimen y ese régimen lo ha metido en la cárcel? ¿Y dejamos fuera de la ecuación lo relativo a sus ideas y a los intereses que favorecen porque así lo dictan las reglas de juego liberales? Entonces lo siguiente será un partidario de Putin que querrá dejar fuera de la ecuación los valores liberales. Dirá que es indemostrable que Naválny esté siendo perseguido por su postura política y que hay un sistema legal y judicial que se debe respetar. Y sansacabó. Es lo que tienen las simplificaciones de la realidad.
O hablamos de todo, o no hay mucho de qué hablar.