El 15M, con su pacifismo y su regeneracionismo, fue desde el principio mucho más ingenuo de lo que sus activistas nunca serán capaces de reconocer. Pero también fundamentalmente productivo.
En primer lugar, una masa crítica (que desde entonces no ha parado de aumentar) empezó a ser consciente del estado de las cosas, del sistema productivo y de las realidades represivas.
Y en segundo lugar, removió las bases de las fuerzas políticas tradicionales, situándolas ante la disyuntiva de cambiar (en ocasiones, recuperando su espíritu original) o perecer.
Qué flaco favor hicieron a nuestro común futuro quienes entonces no supieron ver en el movimiento más que estética superficial, vacío programático y retórica política mal formada. El 15M ha sido de todo menos estéril. Su ingenuidad era necesaria para despertar.
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