En 1871 termina la guerra franco-prusiana provocada por la política imperial de Napoleón III y las estrategias bismarckianas. Finaliza con una contundente victoria germana y la firma del Tratado de Fráncfort en virtud del cual surge un nuevo estado-nación en Europa, Alemania. Además Francia es sometida a unas condiciones económicas draconianas: 5.000 millones francos a pagar en tres años. Con un esfuerzo monumental, los franceses consiguen liquidar la deuda antes del plazo estipulado y las tropas alemanas se retiran del país en 1873.
Para Alemania, además de la reunificación, la victoria significó una imponente inyección de liquidez. Los bancos alemanes absorbieron los 5.000 millones de francos de indemnización y eso sin contar las remesas procedentes del saqueo que durante más de dos años practicaron las fuerzas de ocupación en casi un tercio del país. Para la economía alemana fue un salto cualitativo. La explosión industrial de Alemania, que ya se estaba perfilando con la expansión de la producción bélica, consagró al Primer Reich como una de las grandes potencias del continente europeo.
629.000 franceses y 270.000 alemanes (entre soldados y civiles) murieron. La gran burguesía emergente en Alemania se cebó, pues, a base de sangre, mutilación, humillación y lágrimas. Hasta aquí nada sorprendente. Las víctimas del bando enemigo suelen importunar muy poco y las vidas de los soldados propios tampoco valen mucho, dados los estratos sociales de los que proceden.
Más que la insensibilidad y la avaricia de los financieros e industriales me llama la atención otra cosa. A la expansión económica le siguió una resaca brutal. La barra libre que se permitió el capitalismo alemán a costa de Francia le repitió violentamente con la crisis financiera de 1873. Las bolsas se descapitalizaron, los ciudadanos retiraron sus ahorros. Grandes masas desempleadas recién inmigradas a las ciudades, estancamiento y retroceso...
¿Qué recetas propuso entonces el gran capital a la crisis?
¿Un modelo más sostenible de crecimiento? Y qué más... Todos a una alzaron la voz por una expansión colonial de Alemania... Es decir, la guerra no había sido el problema. El problema era que no había habido suficiente guerra. ¿Que no quieres caldo? Toma dos tazas.
El resto de la historia ya se sabe: efectivamente Alemania se incorporó a la carrera colonial con Guillermo II, el colonialismo llevó el expolio y la esclavización a prácticamente todos los rincones del planeta, causó las dos guerras mundiales y finalmente, cuando el modelo de dominio territorial ya no daba más de sí, colapsó en los años 60 y 70 del siglo XX.
Y es que éste es precisamente el modus operandi del capitalismo. El capitalista intenta obsesivamente encarnar la ficción del individuo aislado y racional del liberalismo. Es lo que hace de él un ser miope, sólo capaz de buscar la maximización del beneficio monetario y además hacerlo al plazo más corto posible. Para ese proyecto necesita ampliar indefinidamente sus posibilidades de acumulación. No le importan las crisis bélicas, sociales, ecológicas o financieras en las que esa carrera demencial siempre desemboca. Porque para cuando sobrevienen, él ya ha recogido los beneficios.
Es lo que se llama una estrategia de "socialización del riesgo - privatización del beneficio".
La historia siempre se repite. Y la actual crisis no es diferente. Desde hace 30 años asistimos a una merma progresiva de derechos laborales y a un lento pero real desmantelamiento del Estado de bienestar. No se trata, efectivamente, sino de otra ofensiva del interés capitalista que, al igual que obligaba a gastar dinero público en expandir los imperios coloniales, avanza en esta ocasión sobre los derechos laborales y las ventajas sociales. Abaratamiento del despido, privatización de la educación, desregulación de los mafiosos mercados financieros... son ejemplos de tendencias que, aún siendo de naturaleza diferente, tienen en común el abrir nuevos espacios a la acumulación del capital. Al igual que en la época colonial, importan muy poco sus consecuencias reales.
Hoy, como ayer, la lógica del capitalismo nos impulsa sin cesar hacia la destrucción y el agotamiento. No entra dentro de esta lógica preguntarse "¿y luego qué?" A la crisis del turno respondemos con más privatizaciones, con más desregulaciones. Y cuando éstas causen nuevas crisis, diremos que es que no se ha privatizado y desregulado lo bastante.
Los alemanes del s. XIX no se preguntaban sobre lo que pasaría cuando el mundo entero estuviese colonizado. E igualmente no nos preguntamos ahora sobre lo que pasará cuando todo ya esté privatizado, cuando ya no quede nada por desregular. ¿Que no quieres caldo? ¡Toma dos tazas!
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