Una compulsión no es un simple deseo: es un impulso inapelable que no deja margen para plantearnos las consecuencias de nuestra acción. Nos precipitamos a fumar, comer, beber, tener relaciones sexuales... sin pensar en cómo nos vamos a sentir después. Más aún: ahuyentamos cualquier posibilidad de pensar en cualquier consecuencia negativa: resaca, arrepentimiento, enfermedad... Consumir rápida e irreflexivamente es lo único que importa.
No hay más "truco" para superar nuestras compulsiones que la fuerza de voluntad. Pero hay formas de ayudarse. Y una de ellas es adelantando en nuestra imaginación el momento del castigo.
Así fue como dejé de fumar porros cuando me empezaron a sentar mal. Llegó un momento en que ya sólo lo hacía por costumbre y por un vago recuerdo de lo bien que me hacían sentir antes. Cada vez que fumaba, luego me preguntaba: ¿ya para qué lo habré hecho?... Poco a poco, fui adelantantando la sensación de malestar: hacía un esfuerzo por recordar cómo me sentiría después de haber fumado en el momento justo anterior a fumar. Y el deseo se desvanecía: de repente, ya no asociaba el olor del hachís a nada agradable, todo lo contrario...
Estoy seguro de que el mismo mecanismo se puede aplicar a multitud de otras circunstancias. Porque anda que adoptamos comportamientos desordenados que luego hacen preguntarnos sobre porqué lo habremos hecho... Se puede intentar evitar tratando de pensar en lo pesado que te vas a sentir antes de abusar de la comida... O en la pasta que te vas a gastar antes de empezar a pedir copas por los bares, por ejemplo...
Suponer que el conocimiento y la conciencia son un antídoto contra nuestros vicios es mucho suponer, claro... Pero, desde luego, son un buen cable para quien quiera enfrentarse de una vez a sí mismo y salir ganando.
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