domingo, 5 de junio de 2011

De asamblearismo y sectas


Lo mejor del incipiente movimiento asambleario nacido a raíz de las acampadas, un auténtico tesoro a conservar, es la ausencia del sectarismo que nos ha venido corroyendo y envenenando en las últimas décadas. Eso, más allá de todas las debilidades del proceso, es lo que abre una esperanza para la regeneración de la izquierda.

Casi ninguna bandera -ni roji-negra, ni republicana, ni roja-, casi ningún logotipo sindical -ni "revolucionario" ni "reformista"... Y un cartel que lo resumía todo: "No me pongáis etiquetas!"

Durante décadas quienes hemos militado en organizaciones tradicionales hemos sentido encima el peso agobiante de los "referentes", de las "tradiciones" políticas, de los rencores personales y mezquinas luchas por el poder, de imbéciles debates ideológicos... Y quizá la sensación de libertad estas semanas, en las plazas, se deba tanto a la superación de este asfixiante sectarismo como a la alegría de insubordinarnos al poder del opresor...

La esclerosis de las izquierdas tradicionales había conducido al olvido de lo más importante. Habíamos acabado luchando por los símbolos, en lugar de luchar por aquello que estos representan. Defender las ideológicas pajas mentales de nuestro propio grupúsculo o los intereses de nuestra corriente llegó a ser más importante que entender y reconocer la realidad social.

Construimos espacios impenetrables incluso a un nivel psicológico: demasiados mecanismos preconstituidos, demasiadas relaciones personales... Un nuevo tenía que tener mucha voluntad y paciencia para terminar integrándose. Voluntad y paciencia, bienes escasos hoy más que nunca...

Todo el mundo debe encontrar un lugar en este nuevo asamblearismo. Y para eso no es tan importante que cualquiera pueda agarrar el micrófono -aunque la igualdad de palabra es fundamental-, sino que todo el mundo pueda aportar algo, ayudar, contribuir aunque sea con un par de horas de trabajo a la semana. Pero de trabajo, no de frustrante cháchara...

Una persona que se siente útil, que siente que está participando en una creación colectiva, se comprometerá a largo plazo con la transformación social. Y si conseguimos que muchos lo hagan, está claro que tenemos un futuro.... ¡Y tanto que lo tenemos!

miércoles, 1 de junio de 2011

Noche y día

A veces me siento personas completamente diferentes por la mañana y por la noche.

Me levanto con una energía descomunal. No quiero ni fumar, ni comer, ni beber... No es sólo que tenga la determinación consciente de no dejarme llevar por los vicios -que también-, sino que simplemente no me apetece, no me entra... Me da asco pensar en la comida, en el alcohol y en el humo del tabaco (sobre todo, en el humo del tabaco).

Mi cuerpo se siente fuerte, vigoroso, vivo, optimista, capaz de afrontar cualquier vicisitud. Los músculos me obedecen, la cabeza piensa con claridad y fluidez. Corro mirando incluso con algo de compasión a esas personas medio dormidas, arrastrando los pies, o a esas otras que prenden el cigarro antes incluso de haberse tomado el café, abordando tan temprano esa tarea cotidiana de autodestrucción que llaman vida. Luego camino al trabajo con la cabeza bien alta, disfrutando de cada paso, de cada bocanada de aire...

Trabajo, como, me echo media hora, recojo la casa, estudio, saco al perro...

Cuando llega la noche me encuentro con que el día prácticamente ha terminado: me queda una triste hora de vida. Tengo la vista cansada y el cerebro me pide a gritos una inyección rápida de endorfinas... Me tomo una copa, quizás otra y quizás otra más. Cocino algo rápido, para no recortar más aún el tiempo de descanso, a ser posible con mucho picante y queso derretido. Y pongo algún capítulo de alguna serie imbécil confiando en que el alcohol me haga efecto pronto para poder reír con sus chistes para retrasados mentales...

Eso si no hay visita. Cenar con gente es todavía peor porque ni siquiera deja margen para esa media hora de desconexión cerebral antes de dormir y va acompañado de una compulsiva ingesta de pitillos. Además siempre conlleva la tentación de prolongarlo un poco más, hasta que la hora deja de importar... con dramáticas consecuencias para el día venidero...

Al menos me duermo rápido, de tan cansado que estoy por haberme levantado a las 6...