La palabra rusa воля (volya), de raíz latina y emparentada, entre otras, con la catalana voler o la alemana wollen tiene dos acepciones. Dos acepciones con las que pone en relieve la relación, velada en el castellano, entre, por un lado, la voluntad y, por el otro, la libertad, el libre albedrío, sus dos significados.
Si la libertad es la existencia de opciones y se mide por la amplitud del abanico que éstas abarcan, se puede decir que la libertad es algo potencial, no devenido. Tener libertad para hacer algo es una posibilidad, no una realidad material*. Hacerlo es muy diferente. Implica elegir una de las opciones disponibles y hacerla real precisamente mediante la voluntad. La voluntad, por tanto, es lo que realiza la libertad. ¿Qué es la libertad sin voluntad?
La libertad sin voluntad es potencia sin acto. La libertad sin voluntad es impotente. Una teoría sin praxis. Un espectro, nada.
Pero también podría invertirse la relación: resultaría que a menos fuerza de voluntad, menor libertad. Una fuerza de voluntad mayor siempre ensancha nuestras opciones. La fuerza de voluntad nos hace, por tanto, más libres.
* De hecho, es tan poco material que se podría cuestionar su propia existencia más allá de lo ideológico. Pero esta no es la cuestión aquí.
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