jueves, 3 de septiembre de 2009
No vivimos para conocer. Conocemos para vivir.
En origen, no vivimos para conocer, sino que conocemos para vivir. Esto, que puede parecer muy evidente, en realidad nos dice mucho sobre la naturaleza de nuestro conocimiento y, por tanto, sobre cómo entendemos el mundo. El amor a la verdad como inclinación natural humana o el conocimiento puro como sentido de la vida no son sino construcciones ideológicas o reacciones psicológicas a unos contextos determinados.
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