La principal especialidad del animal humano es masacrar a las gallinas de los huevos de oro. Explotar y abusar desenfrenadamente de todo filón que encuentra. La otra es poner absurdamente a todo nombres en inglés. En el cruce de ambas nos encontramos con el face to face, la forma más impresentable de la captación de fondos (perdón, fundaraising).
El modo de producción capitalista es, sin duda, gracias a su infame capacidad para organizar científicamente su avaricia, el mayor especialista en agotar todas las fuentes de riqueza agotables. Pero lo cierto es que otras instituciones sociales, supuestamente no comprometidas con el ánimo de lucro, últimamente no le van a la zaga en ese sentido.
Hasta hace poco, la mayoría de las ONGs europeas existían en gran medida gracias a las subvenciones. Muchas de ellas eran, de hecho, servicios públicos externalizados. Y ahora que el Estado se automutila amputando los servicios públicos que prestaba, el Tercer Sector no iba a ser una excepción.
La situación creada es realmente dramática: miles de entidades se enfrentan a la extinción y la única salida que vislumbran es a la americana: métodos gerenciales de gestión y profesionalización de la captación de fondos. Y por encima de todo buscan desesperadamente liquidez.
Eso ha provocado que, de la noche a la mañana, el ciudadano se haya visto asediado por una oleada de causas que le demandan su aportación. Y sobre todo el ciudadano ya de por sí concienciado. Porque esa es la primera cosa que se enseña a los captadores de fondos: si alguien te da el dedo, persíguelo hasta comerle el brazo.
El peor método, el más antisocial, el que mejor imita los destructivos métodos de la empresa capitalista, es el face to face, que las grandes ONGs pusieron en funcionamiento hace ya algún tiempo. Los captadores, trabajadores a comisión, con su chaleco y su carpeta, impiden el paso de los viandantes con preguntas absurdas del tipo ¿Te preocupa el medio ambiente?, para exigirles a continuación una donación para su respectiva causa.
Los datos no mienten: es la forma más eficaz de conseguir dinero rápido. Y eso aunque la duración de la colaboración de la gran mayoría de los donantes obtenidos de esta forma acaba siendo muy breve (han sido prácticamente extorsionados para hacer su donación y normalmente enseguida se dan de baja). Pero cuantos más transeúntes rechazan el acoso de los captadores, más se desesperan estos, más agresivos se vuelven, y más rechazo causan. La pescadilla que se muerde la cola...
Yo no tengo fe alguna en el empresario capitalista, no espero que le preocupe de cómo consigue el dinero ni de qué es del consumidor, una vez ha vaciado la bolsa. Pero el Tercer Sector no es (no debería ser) una empresa capitalista: ¿cómo puede actuar sin preocuparse por las consecuencias de sus actos?
Estamos asistiendo a la expansión de una auténtica competición en un verdadero mercado de la solidaridad. Pero la solidaridad no casa con la competición. Ni con la extorsión. Por este camino sólo podemos terminar mal: contrayendo y concentrando los fondos disponibles para las donaciones y, en cierta manera, privatizando las actividades sin ánimo de lucro. Porque al final, como pasa en los Estados Unidos y como es lógico que pase, los principales donantes -los millonarios y las grandes corporaciones- acaban exigiendo voz y voto sobre el empleo de esos fondos entregados. Y los utilizan descaradamente para lavar su imagen y tapar sus miserias. La desnaturalización del propio concepto de actividad sin ánimo de lucro está servida.
¡Pero hay formas de mantener la coherencia con las causas que defendemos! Propongo aquí dos que ni son excluyentes, ni son las únicas.
Una es ampliar las actividades económicas propias: desarrollar servicios de pago y comercios, fundar cooperativas, apoyar la banca ética... Profundizar en una economía propia que desvíe recursos financieros hacia las necesidades sociales es una garantía de independencia y autonomía.
Otra es unirnos en un esfuerzo común para exigir a los poderes públicos, a las autoridades democráticamente elegidas, que reasuman sus responsabilidades, que recuperen la capacidad redistributiva de los Estados y que abran la elaboración de los presupuestos públicos a la participación ciudadana para que un sistema impositivo justo encauce recursos hacia aquello que la sociedad considere prioritario.
En resumidas cuentas, no se puede vivir de subvenciones, pero tampoco de donaciones. Hay que hacer política. Y hay que hacer economía.
sábado, 25 de febrero de 2012
lunes, 13 de febrero de 2012
Historia al servicio del pesimismo antropológico
La Historia, en tanto ciencia y no mera historiografía, es una disciplina analítica, reveladora de las relaciones causales e incluso dotada de una cierta capacidad predictiva.
La Historia es una ciencia absolutamente necesaria. Sin ella, estamos irremediablemente condenados a la impotencia, al bucle de los mismos errores una y otra vez. A acumular quizás (bienes, conocimientos...), pero sin progresar, sin ser más racionales y conscientes.
Pero en manos conservadoras la Historia, en lugar de ayudarnos a avanzar hacia donde queremos, se convierte en el medio para hacer que nos quedemos donde estamos. Sazonada de pesimismo antropológico, de teologías basada en el pecado original o de individualismo metodológico, proclama que el ser humano es incorregible y que más vale lo malo conocido...
Se convierte en una teoría de largo alcance que intenta convencernos de que el ser humano ha sido siempre igual de insolidario y egoísta, un lobo para sus hermanos. Niega que pueda existir progreso alguno. Afirma que siempre y en todas partes ha prevalecido la guerra de todos contra todos, y que apenas existe un instinto de sociabilidad en nosotros.
Una teoría muy conveniente para algunos, alérgicos a cualquier insinuación de que podamos esforzarnos por ser mejores y actuar en común. También para aquellos, claro, que se sienten cómodos con las cosas tales como están.
Pretende seguir siendo ciencia, pero se vuelve ideología. Porque una ciencia de verdad explica, previene y ayuda. Pero nunca, jamás, una ciencia nos dice lo que no podemos ser.
La Historia es una ciencia absolutamente necesaria. Sin ella, estamos irremediablemente condenados a la impotencia, al bucle de los mismos errores una y otra vez. A acumular quizás (bienes, conocimientos...), pero sin progresar, sin ser más racionales y conscientes.
Pero en manos conservadoras la Historia, en lugar de ayudarnos a avanzar hacia donde queremos, se convierte en el medio para hacer que nos quedemos donde estamos. Sazonada de pesimismo antropológico, de teologías basada en el pecado original o de individualismo metodológico, proclama que el ser humano es incorregible y que más vale lo malo conocido...
Se convierte en una teoría de largo alcance que intenta convencernos de que el ser humano ha sido siempre igual de insolidario y egoísta, un lobo para sus hermanos. Niega que pueda existir progreso alguno. Afirma que siempre y en todas partes ha prevalecido la guerra de todos contra todos, y que apenas existe un instinto de sociabilidad en nosotros.
Una teoría muy conveniente para algunos, alérgicos a cualquier insinuación de que podamos esforzarnos por ser mejores y actuar en común. También para aquellos, claro, que se sienten cómodos con las cosas tales como están.
Pretende seguir siendo ciencia, pero se vuelve ideología. Porque una ciencia de verdad explica, previene y ayuda. Pero nunca, jamás, una ciencia nos dice lo que no podemos ser.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)