lunes, 27 de julio de 2009

Por las ciencias sociales

Impresiona la facilidad con la que todo el mundo opina sobre cuestiones referentes a las ciencias sociales. Se discute sobre conceptos como el Estado, la nación, la cultura, el género o la democracia con una desinhibición admirable que demuestra lo seguros que estamos de nosotros mismos los/las ciudadanos/as de esta nuestra avanzada civilización. Y sin embargo, cosas de la vida, a nadie se le ocurre discutir con un biológo sobre la telofase de la mitosis o con un físico sobre el neutrino tauónico. Mientras que en las cuestiones sociales cualquiera resulta ser experto. Los años y los miles de horas dedicados al estudio o a la investigación valorizan las palabras de un científico social lo justo para colocarlas, en el mejor de los casos, a ras de las de un tertuliano televisivo.

Esto no tiene que ver con el derecho a tener unos valores o una opinión: nada más lejos de mi intención que tecnocratizar la política. Es el proceso por el que organizamos nuestra convivencia en común y coordinamos nuestras respectivas convicciones, y en ese sentido todos/as tenemos unas opiniones políticas y todos/as hacemos política (por la activa o por la pasiva, consciente o inconscientemente). A lo que me refiero más bien es al manejo de conceptos y al conocimiento de realidades sociales. Por poner un ejemplo, para entender la problemática subyacente al nacionalismo no está de más saber lo que se entiende y en qué se diferencian las nociones de "nación", "Estado" y "Estado-nación", cómo emergió históricamente éste, qué clases de nacionalismos hay, qué argumentos utilizan y qué objetivos persiguen cada uno de ellos, cómo surgen y con qué dinámicas sociales están relacionados, etc. Y, de paso, también saber situar la propia posición de uno sobre el espectro ideológico. No digo que todo eso sea imprescindible para preferir tal o cual marco de soberanía. Pero sí que es recomendable antes de ponerse a divagar gratuitamente sobre cómo se originan las naciones o a echar pestes sobre posturas que fundamentalmente se desconocen o sólo se conocen de oídas.

No pretendo con esto tampoco hacer pasar los conceptos y los hechos sociales por algo que no son: carentes de polémica, como si estuvieran claramente definidos e inequívocamente aceptados por la academia en su conjunto. Todo lo contrario. El científico social tiene la ventaja no de saber exactamente lo que significa "nación" sino de entender la ambigüedad que el término esconde. Conoce su problemática, los distintos discursos, argumentos y posturas al respecto.

La ciencia ha hecho un enorme trabajo de desmentido del "sentido común". Así, ha conseguido que se acepte que el sol no es lo que parecía -un disco brillante que se mueve sobre el firmamento. Pero no que se entienda que no es exactamente lo mismo "nación" que "Estado". Algo igual de evidente a poco que se indague. Es como si alguien estuviera interesado en mantener la confusión...

Ya no parece que la sociología valga para nada más que para hacer estudios comparados de comportamiento sexual o predecir los resultados de las elecciones; la historia se ha visto reducida a un repertorio de curiosidades puramente anecdóticas; la antropología no va más lejos de exóticas y pintorescas fotos de los salvajes selváticos... Al menos de cara al público, las ciencias sociales no tienen derecho a ser útiles o profundas. En esa situación es normal que más de uno considere que no sirven para nada.


¿Cómo hemos ido a parar aquí? Sin ánimo de bucear en las causas más profundas, sólo indicar que, casi como en un acto reflejo, el dedo señala en dirección hacia los medios. La irresponsabilidad, la manipulación y la ignorancia con las que manejan los datos y las nociones de las ciencias sociales no parecen tener allí límite alguno. Detrás, las ambiciosas carreras de algunos periodistas. Mercenarios sin ética, industriales de la puesta en escena. Son los educadores de hoy.