viernes, 4 de marzo de 2011

Comisiones, adeu!


Tras bastantes años dando la cara por el sindicato, habiendo militado como el que más y habiendo llevado una sección durante tres años, decidí, hará un mes, dejar Comisiones Obreras.

El detonante inmediato fue evidentemente el pensionazo. Pero, ¿por qué ahora? ¿Si anteriormente (con el deleznable Fidalgo, por ejemplo) se llegaron a tomar decisiones tan malas o peores? Pues por contraste. Por haber hundido las ilusiones (bastante matizadas, por otra parte) que algunos nos habíamos hecho tras la huelga del 29-S.

Escribí, por aquellas fechas, una especie de desideratum, enumerando los aspectos en los que me parecía necesario avanzar para devolver a la vida el sindicalismo. Parecía en aquel momento que esos sindicatos que se dicen de clase (aunque sin precisar nunca de qué clase exactamente) pudieran estar emprendiendo un camino diferente. Pero, tras unas movilizaciones mal organizadas y fracasadas en diciembre, volvieron con el rabo entre las piernas al redil del concierto social. La imagen era la de dos cebados animalillos que, tras años de cautividad, ven la verja abierta y asoman fuera, pero, al darse cuenta de que la libertad puede suponer hambre, frío y lucha, dan la vuelta y regresan con su amo, pidiéndole perdón con las orejas gachas.

Se ha desaprovechado una oportunidad histórica (quizá la última) de mantener un espacio social amplio para la resistencia de una cultura de izquierdas.

La deriva

Los incentivos materiales individuales -unos legítimos, otros no tanto- se han convertido desde hace un tiempo en la única razón para afiliarse. Comisiones y UGT han terminado por ser auténticas empresas de servicios, y así son entendidos tanto por los asalariados como por los propios cargos sindicales. Muy atrás quedan los tiempos en que un sindicato era una organización de trabajadores, pertenecer a la cual tenía sus ventajas materiales, claro, pero donde al mismo tiempo se cultivaban valores tales como la militancia, la solidaridad, etc. El modelo sindical de hoy es sólo el de una subvencionada organización de profesionales que prestan una serie de servicios a trabajadores asalariados.

Esta reforma se habría hecho igual con o sin la firma de CC.OO. y UGT. ¿Cuáles entonces han sido las razones y los efectos de haberla firmado?
  1. Dar legitimidad a una medida injusta y antisocial, que -todos los estudios lo apuntan- causará graves situaciones de pobreza en la futura tercera edad.
  2. Sostener al PSOE, un Titanic que se está hundiendo.
  3. Desacreditar a los sindicatos mayoritarios, ahuyentando de ellos más todavia a los elementos más coherentes, más íntegros, con mayor voluntad transformadora y, lo cual es grave, a muchos jóvenes que ya estaban contemplándolos con gran escepticismo.
  4. Garantizar a sus cúpulas la continuidad en su papel de interlocutores formalmente legitimados. Son, por tanto, dentro de los sindicatos, los únicos beneficiados de la operación.
Su gran argumento a favor es que se ha salvado la acción colectiva. Pero en primer lugar ésta desde hace mucho tiempo es papel mojado, papeleo sin sentido, en sectores no sindicalizados, donde nadie vigila su cumplimiento (y con "sindicalizado" obviamente no me refiero a que tenga su Comité de Empresa, sino a que la mayor parte de la plantilla esté afiliada y los delegados hagan concienzudamente su trabajo). Y en segundo lugar -seamos realistas- no se ha salvado nada porque los sindicatos están con una mano por delante y otra por detrás, el Gobierno y el capital son conscientes de ello, y su ofensiva ya no va a parar hasta arrasar con todo.

En resumen, firmar esta reforma ha supuesto ir en contra de los intereses:
  • DE LOS TRABAJADORES. Por razones evidentes.
  • DE LOS PROPIOS SINDICATOS. Dentro de unos años, los sindicatos serán como cualquier empresa privada: una cúpula directiva que manda exclusivamente en beneficio propio, un plantel de técnicos asalariados sin otro interés que el de hacer su jornada y largarse, y una cartera de clientes (de momento, conocidos como afiliados). Pero el error está en que la fuerza de un sindicato está en su apoyo social. Y éste no se obtiene de clientes.
  • DEL SINDICALISMO. Ojalá los descontentos se escindieran o se fueran a otro sindicato... Pero mucho me temo que eso no va a pasar. La gran mayoría de los decepcionados abandonarán la lucha, hartos de todo. Pasarán a engrosar las ya amplias filas de los que ya pasan de todo. Y encima alguno de los culpables tendrá la desfachatez de echárselo en cara... Así que esto se podría considerar un golpe para el futuro del sindicalismo en general, no solamente de Comisiones y UGT.
El sindicalismo sigue siendo tan necesario hoy como ayer. Pero un sindicalismo vivo. Como un cuerpo sólo puede vivir si están vivas sus células, un sindicato está vivo si son sindicalistas quienes lo integran. Si se compone, por el contrario, de profesionales y clientes, será un cuerpo muerto, una momia embalsamada con mera apariencia de sindicato.

Que cada uno haga lo que quiera: yo, por mi parte no me quiero herniar peleando inútilmente contra un orden bien amarrado por una maraña de intereses bastardos, que toma el pelo y se ríe de cualquiera que intente mejorarlo desde dentro. De momento, me voy a la CGT porque en CC.OO. no me puedo quedar. Ya veremos si es un acierto o no. Lo que sí tengo claro es que, allá donde esté, seguiré haciendo sindicalismo, aunque no tenga un sindicato al lado. La dignidad del trabajo siempre ha estado y estará por encima de siglas y banderas.

Viva la lucha de los trabajadores. Que se pudran quienes la han vendido.

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