lunes, 21 de mayo de 2012

El derecho a vivir en casa

Quede bien claro: me lo pregunto siempre desde el antirracismo más radical y el más convencido odio a las fronteras. ¿Son buenas las migraciones? ¿Es una idealización el mestizaje?

Siempre las hubo y siempre las habrá. Pero ahora todo se acelera: la economía, el desarrollo tecnológico y también la movilidad territorial. Las migraciones son principalmente función de las desigualdades territoriales percibidas y estas hoy en día fluctúan constantemente, ordenando a la dócil mano de obra global ir en busca de empleo de un extremo del globo a otro, volver a casa y salir de nuevo. La libertad de movimientos no está siendo instaurada para las poblaciones, sino para eso que se ha dado en llamar mercados.

Claro que ahora podemos viajar con menos trabas que antes (sobre todo aquellos que tenemos un pasaporte occidental y especialmente los que tienen más dinero). Pero ¿qué es eso en comparación con haber perdido el derecho a quedarnos donde estamos? ¿El derecho a vivir dignamente en la tierra sobre la que hemos crecido, si ese es nuestro deseo? ¿En comparación con los millones de familias divididas, hijos desarraigados, inmigrantes de segunda generación rechazados tanto en un lado como en otro de la frontera?

Se puede soñar con un mundo en el que nada de eso importe, donde hubiese desaparecido el concepto mismo de "extranjero" y por eso nadie nunca se encuentre en tierra extraña y todos seamos ciudadanos del mundo. Pero se pueden soñar tantas cosas...

Porque, en primer lugar, estamos tan lejos de ello como siempre hemos estado, por lo que es cuestionable incluso que sea posible.

En segundo lugar, porque la adaptación es también una cuestión de ritmos. Es decir, a un cierto ritmo la inmigración es llevadera y no supone grandes conflictos sociales ni trastornos individuales.

Y en tercer lugar porque los niños necesitan tener un sitio en el que crecer, un lugar y una comunidad en la que echar raíces. También es bueno que conozcan mundo y abran sus mentes. Pero enfrentarlos a la inseguridad y a los numerosos conflictos que causa la emigración cuando su personalidad todavía se está formando es una irresponsabilidad. Pienso que crecer en un marco cultural estable (que no exhaustivo ni cerrado, no se trata de tradicionalismo) es una necesidad psicológica y un derecho de la infancia. Que la mayoría -unos por avaricia e insolidaridad y otros por estrecheces ideológicas- ignoran con ganas.

Todo esto es discutible, claro está. Pero es lo que yo pienso como alguien que fue sometido a un gran proyecto migratorio a los 11 años.

No llamo a medidas represivas: estas apenas han conseguido nunca nada, que no fuera agravar las condiciones de vida y la estigmatización de la población migrante. Pero sí a tomar conciencia del problema y a considerar tan prioritario el derecho a desplazarse libremente, como a poder vivir dignamente allá donde se elija (y no donde elija por nosotros el gran capital). Incluso en casa.