jueves, 24 de febrero de 2011

Prostituir tu sonrisa

Habrá trabajos de mierda... En los que se cobra poco, en los que se trabaja duro... Que te parten la jornada o que no paran de moverte de un lado para otro... Pero los más odiosos son aquellos que te obligan a sonreír a los gilipollas, ya sean tus superiores, clientes u otras personas de las que depende tu posición.

En realidad, se trata de una forma de prostitución. Dejando aparte los aspectos mafiosos de la profesión rameril (que, por otro lado, no son privativos de ella), utilizamos puta para designar a aquel que, a cambio de dinero, finge placer mientras le putean.

En parte, claro, la humillación exigida dependerá del grado de sado-masoquismo de cada superior en particular. Pero lo cierto es que hay ciertos trabajos en los que poner buena cara es directamente una exigencia del puesto.

El caso más paradigmático es el de los comerciales: ya puede uno despreciarles, mofarse de ellos, insultarlos en su cara... que ellos sólo deben pensar en cómo venderte su producto y para ello te seguirán haciendo la pelota hasta el infinito y más allá.

Todo un grupo de empleos-trampa que exigen la sonrisa son los servicios personales poco cualificados . En ellos ni siquiera se cobra bien para lo que se trabaja y lo que se tiene que sonreír. Son los herederos de los antiguos lacayos, ahora desvinculados de sus señores y organizados por empresas: camareros/as, azafatos/as, atención al cliente, dependientes...

Los mundos político, sindical y, en general, todos aquellos que implican estar en constante negociación directamente requieren una sonrisa grapada. Las personas que se dedican a ello profesionalmente acaban por convertirse en máscaras de personas.

Aunque las putas por excelencia son los mandos asalariados. Sus sueldos y su estabilidad laboral dependen la mayoría de las veces de los propietarios (o de directivos que están aún más arriba que ellos) y ello les obliga a lamer muchos más culos que los curritos de a pie. Reír las gracias al macho-alfa, apuñalar por la espalda a los compañeros-competidores, invitar a comer, emborrachar y llevar de putas a clientes o proveedores importantes... todo ello también forma parte de sus vidas.

Ganarán muchísima pasta e irán con cochazos de empresa, pero no les envidio lo más mínimo... No tener derecho a no sonreír aunque estés amargado, aunque lleve lloviendo dos semanas sin parar, aunque estés de resaca, aunque odies a quien tienes delante, aunque te haya abandonado tu pareja, aunque tu hermano se haya matado con el coche... eso debe de ser asqueroso, muy asqueroso... Yo, por mi parte, preferiría comerme una mierda.

Es un camino por el que las personas dejan de ser personas y se convierten bien en basura, bien en amargados de la vida. Y en ambos casos lo más probable es que acaben pagando la frustración de tener que hacerlo con los débiles que tengan más a mano.

Por otro lado... una persona con dignidad y respeto por sí misma simplemente no vale para un trabajo así.

miércoles, 23 de febrero de 2011

La nefasta división del trabajo II: trabajadores manuales y trabajadores intelectuales

En un extremo, bestialización: conversión de personas en animales de carga. Exactamente así es como perciben los mandos directivos a sus trabajadores manuales. Para ellos la única diferencia con una mula o un buey son las formas en que se consigue su sumisión. Por toda la sociedad se extiende este desprecio hacia el trabajo manual, considerado el último escalón de la “pirámide” productiva. A veces, impregna incluso las actitudes más íntimas de aquellos que supuestamente están llamados a defender los derechos de los trabajadores: intelectuales, políticos y hasta sindicalistas de izquierdas.

El desprecio, aunque basado en ideología pura, tiene consecuencias reales: la víctima lo interioriza y ve dañada su autoestima o la mantiene devaluando el conocimiento y sobrevaluando otros aspectos en los que se siente más segura (como, por ejemplo, la fuerza física o la capacidad de ingerir más alcohol, valores abiertamente declarados por determinadas culturas obreras).

Y es que una sociedad que no cree posible la existencia de un obrero educado evidentemente... producirá obreros no educados. Personas que por ello verán empobrecidas sus vidas, al tiempo que carecerán de instrumentos cognitivos necesarios para tener una conciencia amplia y profunda de los hechos sociales y de su propia condición social. Perpetuándola.

Pero los ganadores de este reparto tampoco ganan por mucho. Es verdad que se quedan con unos puestos más cotizados y con la mejor parte del botín, pero uno de los precios a pagar es una fuerte desnaturalización de su estilo de vida. El ser humano requiere un esfuerzo físico regular para ser feliz tanto a corto (por las endorfinas que produce) como a largo (por la salud y la forma física imprescindibles para poder disfrutar de la vida) plazos. El que no lo realiza de forma natural en sus tareas cotidianas, bien se lo pierde (¡y no es poco lo que se pierde!), bien se tiene que obligar a gastar su escaso tiempo de ocio –y con frecuencia bastante dinero- en hacer alguna clase de ejercicio prefabricado.

Es un hecho que los trabajadores manuales gozan de mejor salud mental. Con frecuencia les azotan otras duras enfermedades profesionales pero desde luego tienen menos depresiones, estrés, insomnio, etc. Muchos directivos, mandos intermedios o trabajadores de cara al público, por ejemplo, simplemente no tienen demasiadas ventajas comparativas en el mercado laboral y, para evitar ser manuales, venden lo único que les queda: su salud mental. Su trabajo les garantiza así un importante nivel mínimo de infelicidad en sus vidas.

Y por último un peligro de no hacer nada con las manos es simplemente el de convertirse en un inútil. El que sólo trabaja con su cabeza podrá ser muy listo, pero de poco le servirá ello en determinadas situaciones de la vida. La seguridad es una necesidad natural humana que implica “tener la situación bajo control”. Y nada aporta más sensación de control que tener el dominio del cuerpo propio.

La nefasta división del trabajo I

La nefasta división del trabajo III: tareas productivas y tareas reproductivas

La nefasta división del trabajo IV: la compartimentación de saberes

La nefasta división del trabajo V: los argumentos a favor de la división del trabajo

miércoles, 16 de febrero de 2011

La nefasta división del trabajo I

Que sí, ya lo sé, la fábrica de alfileres, tal y cual...

Creo que tenemos bastante interiorizada la conciencia de lo eficientes que nos hace la división del trabajo. De lo que quiero hablar aquí es de lo infelices que nos hace. De lo incompletos que somos por su culpa. De cómo es un obstáculo para nuestra realización. De cómo nos convierte en seres sin visión, sin comprensión de las cosas. En monstruos deformados con unos órganos atrofiados y otros hipertrofiados. Independientemente de si nuestra propia posición en la llamada escala social se ve favorecida por ella o no.

Los argumentos igualitaristas no están de moda ni siquiera entre las personas de izquierda. Pero no estará de más recordar también que la división del trabajo, o al menos ciertas formas de la división del trabajo, son causa y consecuencia de injusticias y graves desigualdades.

Determinados roles colocan a ciertas personas en nudos de poder. El círculo se cierra cuando ellos utilizan ese poder para decidir sobre la propia reasignación de roles (por tanto, de poder). El sistema tiende a reproducirse en una dinámica en la que el reparto de roles es muy poco inocente y alejado de los ideológicamente proclamados criterios de la meritocracia. Volviéndose en ocasiones… abiertamente ineficiente sin que haya ningún correctivo del mercado que valga.

La nefasta división del trabajo II: trabajadores manuales y trabajadores intelectuales

La nefasta división del trabajo III: tareas productivas y tareas reproductivas

La nefasta división del trabajo IV: la compartimentación del saber

La nefasta división del trabajo V: los argumentos a favor de la división del trabajo

martes, 8 de febrero de 2011

Caminando

En la montaña, la mayor parte del tiempo hay que mirar dónde se pone el pie. Si no, te tropiezas a cada paso y no puedes avanzar. Además, de tanto mirar la cima, se te olvida que lo importante es caminar. La ansiedad por llegar hace que el esfuerzo se haga eterno y desesperante.

Pero de vez en cuando hay que levantar la cabeza para planificar la forma más fácil para subir. O, entretenido en avanzar, acabas entre zarzales o trepando inútilmente por rocas. Desgastándote inútilmente.

Y también hay que pararse a mirar el mapa. Si es que te interesa algo saber dónde estás, adónde vas a llegar, o cómo deberás volver. Si no te quieres perder en el camino, vamos...

Vivir momento a momento. Pensar en cuál es el camino más eficiente. Nunca olvidar los objetivos. Como la vida misma...

domingo, 6 de febrero de 2011

¿Qué es la Historia?

Ocho mil años de un planeta... Una mota en el tiempo y una migaja en el espacio. Pasiones, miserias y luchas por el poder de unos monos pelados. Batallas, matanzas, traiciones, sacrificios... de los que algún día nadie se acordará. Opulencia, opresión, hambre, resistencia... que se desvanecerán sin rastro en la oscuridad del tiempo. Creencias que mañana no importarán a nadie. Hipocresías.

Dar un sentido a la vida es una necesidad del ser humano. Casi tan importante como llenar su estómago. La razón es nuestra naturaleza social: el gregarismo está en la genética humana. Al sentirlo, pero sin entenderlo, inventamos dioses, banderas, naciones y tribus. Todo son proyecciones, representaciones del grupo, del colectivo, de aquello único que, como bien ha señalado Durkheim, está al mismo tiempo dentro y fuera de nosotros. Pero no nos importa. Alegremente insuflamos vida propia a nuestros totems, erigiéndonos en dioses para nuestros dioses.

Nuestra Historia sólo es una historia. Pero también es como el aire que respiramos: lo único que conocemos, nuestra única forma de vivir posible. Y en ese sentido tan absurdo es mistificarla, como renegar de ella. Nadie se puede situar por encima. Todos somos hijos de una madre y de un padre. De un tiempo y de un lugar. Sólo de nuestro entorno social aprendemos lo que es bueno y lo que es malo. Ese aprendizaje moral construye la Historia y forma parte de nosotros. Es nosotros. Es la Historia. Somos la Historia.

viernes, 4 de febrero de 2011

El lobby nuclear levanta cabeza

Parecía que se había venido abajo pero, como el muerto viviente de una peli de terror de serie B, el lobby nuclear vuelve a levantar cabeza y a caminar detrás de nosotros por toda Europa. Los social-demócratas se dejan seducir por sus encantos tanto como la derecha, y ni la izquierda ni los partidos verdes consiguen frenar su avance.

Un exahustivo lavado de imagen asoma regularmente en las editoriales de la prensa y reportajes de divulgación científica. Three Mile Island y Chernóbyl ya quedan lo bastante lejos como para vender, cuanto menos como una duda razonable, las centrales nucleares como una fuente limpia y segura, una alternativa real a la contaminación de los combustibles fósiles.

En consecuencia, tras varias décadas de paralización, ya se construyen nuevas centrales en numerosos países y en otros, donde el debate sigue abierto, científicos y políticos a sueldo del nuclear, pasan a la descalificación e insulto:

La aversión a la energía nuclear, apoyada en la más absoluta ignorancia, es recibida con agrado por millones de personas, que tampoco entienden nada del asunto, y sólo tiene dos explicaciones: o una obcecación que impide el normal funcionamiento de la mente o un oportunismo político que linda con la irresponsabilidad.

Carlos Sánchez del Río, ex presidente del CSIC

Sin duda, la energía nuclear es una energía segura y barata que es mejor producir que comprar. Por tanto debemos dejarnos de demagogia pseudo-progre al efecto y es ridículo seguir insistiendo en los riesgos de esta energía o seguir llamándola contaminante: es segura y, en modo alguno, es la más contaminante.

Rosa Díez, UPyD

Pero ninguna verborrea consigue tapar la realidad.

En primer lugar, ya se pueden invertir los miles de millones que se deseen en la seguridad de las plantas, que el riesgo de accidente o, más relevante aún, de atentado siempre subsisten. Y creo que no es necesario ponerme a enumerar ahora las consecuencias de un accidente nuclear. Baste subrayar que hay suficiente dinero en juego como para enterrarnos bajo una avalancha de papeleo con las medidas que se van a adoptar, aunque ninguna ofrezca garantías suficientes para que no suceda otro Chernóbyl.

En segundo lugar, por supuesto, está la cuestión de la proliferación. Israel, Sudáfrica, Corea del Norte y la India utilizaron sus programas de desarrollo energético para aplicaciones militares. Se argüirá que la culpa es de esos gobiernos en concreto, irresponsables e inconscientes, que el desarrollo nuclear no tiene que ser necesariamente belicoso. Puede que sea verdad, que no deba serlo necesariamente. Pero yo, personalmente, no me fío ni de mi padre. Y mucho menos de empresas que han demostrado ya sobradamente que su único interés es maximizar sus beneficios y para ello crearán y distribuirán las tecnologías que les señale el mejor postor. Sin importarles las consecuencias.

En tercer lugar, la extracción de uranio, como es obvio y como pasa con cualquier extracción mineral, destruye hábitats y allí... no hay tu tía.

Pero el problema mayor, con diferencia a mi entender, es el de los residuos. Permanecen radiactivos durante miles de años y, ahora mismo, ya hay 60.000 toneladas que nadie quiere tener en su territorio.

Los de alta actividad son los menos (un 1% del total) pero su impacto es tan brutal como sus períodos de semidesintegración (cuando se supone que dejan de ser peligrosos). En las varillas de combustible gastado se encuentran sustancias como plutonio 240 (6.600 años), plutonio 239 (24.400 años) o neptuno 237 (2.130.000 años). Hace 6.600 años acabábamos de empezar a usar el arado. Hace 24.400 aún no se había extinguido el Neanderthal. Y hace 2 millones de años estábamos, creo, en el Pleistoceno y lo más parecido a nosotros que andaba por aquel entonces por el planeta eran homínidos carroñeros-recolectores. Creo que asumir la gestión a tales plazos supone una hipoteca para la Humanidad que merece, cuanto menos, un debate público.

Se pueden obviar estos argumentos. Se pueden minimizar. Se puede decir que no son realmente un problema. O que ya se inventarán las tecnologías apropiadas para gestionar los problemas indicados. Lo que no se puede decir, en todo caso, es que la oposición a la producción de energía nuclear es pura ignorancia y demagogia.

La energía nuclear aún tiene otro aspecto débil. Y es que, al igual que los combustibles fósiles, no es renovable. Cuando hayamos consumido las reservas existentes, ¿qué?

Pero tampoco vamos a satanizarla, porque, a fin de cuentas... ¿quién tiene la solución?

El petróleo se termina, no sin antes haber cambiado el clima planetario, puteado bien a fondo la fauna marina, destrozado innumerables playas...

Las fuentes renovables conocidas tienen un rendimiento muy bajo, absolutamente insuficiente para mantener el ritmo de consumo energético actual (en constante crecimiento). Y, dicho sea de paso, muchas de ellas también machacan los paisajes y hábitats naturales.

Todo indica a que el problema no es la fuente de energía... somos nosotros. La obsesión con el crecimiento, la avaricia y el consumismo compulsivo se han retroalimentado desde hace dos siglos hasta llevar el gasto energético per capita a niveles radicalmente insostenibles, por muchas vueltas que se le den.

No me considero un fanático incondicional del decrecimiento, pero es evidente que urge una respuesta y ésa sólo puede ser colectiva y limitadora de nuestro consumo. Y sin embargo aquí, salvando algunos endebles oportunismos electorales, nadie plantea pisar el freno. Y es que a nadie le interesa. Quizá porque quienes vayan a pagar la factura de nuestro empacho aún ni han nacido.