jueves, 31 de diciembre de 2009

El punto de equilibrio

...restaurar ese equilibrio natural, saludable y adecuado que la perfecta libertad necesariamente establece y que sólo ella puede preservar...
He aquí, por boca de Adam Smith, el objetivo inalcanzable, la promesa siempre incumplida, de la Economía liberal y del capitalismo que ampara.

El tema del equilibrio es omnipresente y normativo. Se trata de un equilibrio natural (proviene de la Naturaleza) y que se supone que existió algún día. Por eso hay que "restaurarlo" para que la economía goce de buena salud.

Pero incluso Adam Smith sabe, como deja claro en otros capítulos de La Riqueza de las Naciones, que la "perfecta libertad" no lleva a ningún equilibrio: sólo la "liberticida" intervención pone freno a la arbitrariedad y al abuso.

Pero es que ahora sabemos además otra cosa que Adam Smith quizá no intuía: que las políticas liberales no sólo no llevan al equilibrio sino que son las más contraindicadas para preservarlo. El escocés habló de las convulsiones sociales que se producían como consecuencia de necesarios ajustes originados en excesos de regulación. Pero no de que la crisis, el cambio violento, es el estado normal del capitalismo. El capitalismo es desequilibrio permanente, es inestabilidad, es convulsión constante. El capitalismo es crisis estructural.

El mundo no puede parar en un punto de equilibrio perfecto, quedarse inmovilizado. Pero las recetas liberales no sirven sólo para responder eficientemente a las necesidades de reajuste (como pretenden). Producen esas necesidades, cada vez con mayor urgencia, magnitud e inmediatez. No sólo responden a desfases preexistentes, sino que son causa de unos desfases más graves. Favorecen a quien apuesta por el cambio de coyuntura (el especulador) y de esa manera obliga al cambio. Un cambio cada vez a un plazo más corto, cada vez más irracional e ineficiente.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

EL BIOLOGISMO A TRAVÉS DE DURKHEIM

Quizá la metáfora sea realmente nuestra manera "natural" de "conocer". Cuando descubrimos algo nuevo le tenemos que poner un nombre y por eso echamos mano de aquello que ya conocemos. Pero el poder de la metáfora se extiende mucho más allá de una mera cuestión de nomenclatura. Metáforas de las que no somos conscientes dirigen nuestro pensamiento cuando enfocamos un fenómeno nuevo: estructuras ideales (ideologías) previas impregnan nuestras interpretaciones cuando abordamos un campo que no conocemos.

Puede que no haya conocimiento sin metáfora, pero también es cierto que, al metaforizar, propiedades del sujeto completamente ajenas al fundamento de la metáfora pueden contaminar muy fácilmente la idea que nos hacemos del término. Es decir, existe el riesgo de dejarnos llevar por el entusiasmo de haber encontrado una hermosa metáfora y olvidarnos de sus limitaciones.

Uno de los más vastos flujos metafóricos es el que trasvasa ideas y términos de Ciencias Naturales a las Ciencias Sociales. Gracias a él, han sido posibles numerosos desarrollos y un fértil campo de reflexión y debate. Pero también ha producido algunas verdaderas aberraciones, como el ideólogo victoriano Herbert Spencer o el criminólogo más charlatán de la historia Cesare Lombroso. A las falacias que extienden sin fundamento, por mera analogía, los hallazgos de las Ciencias Naturales a las Ciencias Sociales son a lo que se denomina peyorativamente biologismo.

El daño que puede causar el biologismo se puede seguir a través de la obra de uno de los "padres fundadores" de la Sociología, Émile Durkheim, La División del Trabajo Social. Enfoco mi atención aquí no sobre el rigor de los estudios de científicos naturales que cita Durkheim (un rigor más que cuestionable en algunos casos), sino sobre la compulsiva necesidad de refrendar sus conclusiones con referencias biológicas que por alguna razón siente este excelente investigador. Una compulsión más incomprensible aún si se tiene en cuenta que sus propuestas apenas perderían sin esas citas.

Considero que existen formas perfectamente legítimas de conectar las Ciencias Naturales con fenómenos sociales. En este sentido se pueden citar los esfuerzos realizados, por ejemplo, en Psicología Evolucionista, en Ecología Humana o en Antropología Cultural. Por ejemplo, analizando cómo diferentes formas de adaptación al medio se relacionan con diferentes estructuras sociales. O incluso planteando -con mucho cuidado- alguna forma de "selección cultural" paralela a la "selección genética".

Pero la lista de burradas probablemente es más amplia que la de éxitos.

Tres son las formas que puelen adoptar las falacias biologistas.

1. Frenología y otros excesos en el establecimiento de causas biológicas para fenómenos sociales.

Las formas más duras de racismo explican las diferencias entre grupos humanos en clave genética. Los nazis no inventaron nada: sólo seleccionaron las teorías académicas que más les interesaban y las promocionaron. Como suele hacer el poder, por otra parte.

Pero, incluso sin necesidad de ponernos en el extremo nazismo, la tentación de ver las cosas como "naturales" ha estado omnipresente en las Ciencias Sociales. Así, uno de los prejuicios mayores que ha tenido que vencer la Antropología ha sido la presunción de "naturalidad" de la familia nuclear. Y casi de épica se podría calificar la lucha del feminismo por explicar el papel del género (cultural) frente al sexo (biológico) como factor condicionante de los roles sociales.

Durkheim, por ejemplo, pretende probar así el desarrollo histórico de la división sexual del trabajo (funciones intelectuales para los hombres y funciones afectivas para las mujeres):
El Dr. Lebon ha demostrado, ya lo hemos visto, que con el progreso de la civilización el cerebro de ambos sexos se diferencia cada vez más. Según este observador, tal desviación progresiva se debería, a la vez, al desenvolvimiento considerable de los cráneos masculinos y a un estacionamiento o incluso una regresión de los cráneos femeninos. "Mientras que, dice, el término medio de las gentes masculinas de París se clasifican los cráneos más grandes conocidos, el término medio de las femeninas se clasifica entre los cráneos más pequeños observados, muy por bajo del cráneo de las chinas, y apenas por encima del cráneo de las mujeres de Nueva Caledonia".
Y, en otra parte de la obra, intenta relacionar el desarrollo de la división social del trabajo con las características fisonómicas de los individuos de sociedades inferiores y superiores:
Cuanto más primitivas son las sociedades, más semejanzas existen entre los individuos que las componen. Ya Hipócrates (...) había dicho que los escitas tenían un tipo étnico y carecían de tipos personales. Humboldt hace notar (...) que, entre los pueblos bárbaros, se encuentra más bien una fisonomía propia de la horda que fisonomías individuales, y el hecho ha sido confirmado por un gran número de observadores. "De igual manera que los romanos encontraban entre los viejos germanos grandes semejanzas, los llamados salvajes producen un efecto semejante al europeo civilizado. (...) Bien conocida y con frecuencia citada es la frase de Ulloa, de que quien ha visto un indígena de América los ha visto todos". Por el contrario, entre los pueblos civilizados, dos individuos se distinguen uno de otro al primer golpe de vista y sin que una iniciación previa sea para esto necesaria.
El Dr. Lebon (...) ha encontrado "que las diferencias de volumen del cráneo existente entre individuos de la misma raza... son tanto más grandes cuanto la raza está más elevada en la escala de la civilización. (...) He reconocido, dice, que la diferencia de volumen entre los cráneos masculinos adultos más grandes, y los cráneos más pequeños es, en números redondos, de 200 centímetros cúbicos en los gorilas, de 280 entre los parias de la India, de 310 entre los australianos, de 350 entre los antiguos egipcios, de 470 entre las gentes del París del siglo XII, de 600 entre las del París de ahora, de 709 entre los alemanes». Existen incluso algunos pueblos en que esas diferencias son nulas. "Los Andamans y los Todas son todos semejantes. Casi otro tanto podría decirse de los groenlandeses. Cinco cráneos de patagones que posee el laboratorio de M. Broca son idénticos".
(...) «Es cierto, dice Waitz, que esta semejanza física de los indígenas proviene esencialmente de la ausencia de toda individualidad psíquica fuerte, del estado de inferioridad de la cultura intelectual en general. La homogeneidad de caracteres (...) en el seno de una población negra es indudable. En el Egipto superior el mercader de esclavos no se informa con precisión más que sobre el lugar de origen del esclavo y no sobre su carácter individual, porque una larga experiencia le ha enseñado que las diferencias entre individuos de la misma tribu son insignificantes al lado de las que proceden de la raza. Así ocurre que los Nubas y los Gallus pasan por muy fieles, los abisinios del Norte por traidores y pérfidos, la mayoría de los otros por buenos esclavos domésticos, pero que no pueden utilizarse en absoluto para el trabajo corporal; los de Fertit por salvajes y prontos a la venganza» Así, pues, la originalidad no sólo es rara: no hay para ella lugar, por así decirlo. (...) Incluso las impresiones sensibles mismas no deben ofrecer una gran diversidad, a causa de las semejanzas físicas que presentan los individuos.
Asimismo, resulta que, si las sociedades preindustriales no tenían nociones científicas y se conformaban con la religión es porque no tenían el suficiente desarrollo nervioso:
Un exceso de ciencia no puede adquirirse sino mediante un desenvolvimiento exagerado de los centros nerviosos superiores, el cual no se puede producir sin ir acompañado de trastornos dolorosos. Hay, pues, un límite máximo que no se puede rebasar impunemente, y como varía según el cerebro medio, era particularmente bajo en los comienzos de la humanidad.
Y viceversa, a medida que se desarrolla el cerebro, mayores exigencias intelectuales presenta...
La vida cerebral se desenvuelve (...) al mismo tiempo que la concurrencia se hace más viva y en la misma medida. Esos progresos se comprueban, no sólo entre los elegidos, sino en todas las clases de la sociedad. No hay más que comparar en ese punto al obrero con el agricultor; es un hecho conocido que el primero es mucho más inteligente, a pesar del carácter mecánico de las tareas a que regularmente se consagra. Además, no deja de ser cierto que las enfermedades mentales marchan al compás de la civilización, ni que castigan a las ciudades con preferencia al campo y a las grandes ciudades más que a las pequeñas. (...) Un cerebro más voluminoso y más delicado tiene exigencias distintas a las de un encéfalo más ordinario. Sentimientos o privaciones que éste ni siente, quebrantan al otro dolorosamente. Por la misma razón son necesarias excitaciones menos simples para impresionar agradablemente a este órgano una vez afinado, y hace falta mayor cantidad, pues al mismo tiempo se ha desenvuelto. En fin, las necesidades propiamente intelectuales aumentan más que cualesquiera otras; las explicaciones groseras no pueden ya satisfacer a espíritus más ejercitados. Se reclaman nuevas aclaraciones y la ciencia mantiene esas aspiraciones al tiempo que las satisface.
Y si es verdad todo lo dicho, una consecuencia casi natural es que la herencia tenga (o haya tenido, como dice Durkheim) un papel sustancial en la división social del trabajo:
Tan pronto como la división del trabajo aparece de una manera caracterizada, se fija en una forma que se transmite por herencia. Así nacen las castas. (...) Allí donde las castas tendían a desaparecer, se las reemplazaba por las clases, que, si bien menos estrechamente cerradas a la influencia exterior, no por eso dejaban de basarse en el mismo principio.
Seguramente que esta institución (...) no habría podido ni generalizarse hasta ese punto, ni persistir durante tanto tiempo si, en general, no hubiera tenido por efecto poner a cada uno en el lugar que le convenía. Si el sistema de castas hubiera sido contrario a las aspiraciones individuales y al interés social, ningún artificio hubiera podido mantenerle. Si, en el término medio de los casos, los individuos no hubieran realmente nacido para la función que les asignaba la costumbre o la ley, esta clasificación tradicional de los ciudadanos pronto se habría trastornado. La prueba está en que ese cambio se produce, en efecto, en cuanto esta discordia surge. La rigidez de los cuadros sociales no hace, pues, más que expresar la manera invariable como se distribuían entonces las aptitudes, y esta invariabilidad misma sólo puede deberse a la acción de las leyes de la herencia. Sin duda la educación(...) reforzaba su influencia; pero no hubiera podido por sí sola producir tales resultados, pues no actúa útil y eficazmente si no se ejerce en el sentido mismo de la herencia. (...) Sabemos, en efecto, que los pueblos antiguos tenían un sentimiento muy vivo de lo que la herencia era. No sólo encontramos la señal en las costumbres de que acabamos de hablar y en otras similares, sino que se halla directamente expresado en más de un monumento literario. Ahora bien, es imposible que un error tan general sea una simple ilusión y no corresponda a algo en la realidad.
(...) La herencia de las profesiones era con frecuencia la regla, aun cuando la ley no la imponía. (...) Todavía ahora, en muchas sociedades inferiores, las funciones se distribuyen según la raza. (...) En todos los países de población mixta, los descendientes de una misma familia tienen costumbre de dedicarse a ciertas profesiones.
Y, aunque critica a Lombroso, no puede evitar reconocer con él que:
La propensión al mal es, en general, con frecuencia hereditaria.
2. Darwinismo social y otras aplicaciones ilegítimas del evolucionismo en ciencias sociales.

El individuo aislado. La lucha de todos contra todos. El más fuerte sobrevive y así mejora la especie. El ideario del darwinismo social está en estrecha relación con presupuestos ideológicos liberales. Una ficción convierte forzadamente la sociedad en un juego de suma cero de individuos yuxtapuestos.

Hay aún otra forma de darwinismo social. Es la que sitúa como sujetos de esa "lucha por la supervivencia" a grupos y no a individuos.

Puede referirse burdamente a la lucha de grupos poderosos y no poderosos de la misma sociedad. En ese caso sería muy fácil de rebatir, en tanto que se trataría simplemente de una lucha de clases en la que, obviamente, el poderoso no puede en ningún caso permitirse destruir al débil.

Pero también puede referirse, de una manera más refinada, a las etnias, naciones o razas, emparentándose así con las ideologías racistas. La historia sería, pues, una historia de pueblos en pugna, de entre los cuales sobrevivirían los más fuertes. Tampoco se sostiene cuando se analizan con rigor el material histórico, la Psicología de las dinámicas intergrupales, la Sociología del conflicto y se hace memoria de los avances del evolucionismo en Biología (con conceptos, como la aptitud inclusiva, que destruyen el mito del "más fuerte"). Pero, en tanto que apela a fuertes impulsos gregarios, requiere una respuesta más compleja.

En Durkheim, encontramos apelaciones a la selección natural cuando explica las causas de la división social del trabajo. Además es interesante como deja entrever la manera en la que enganchan las explicaciones evolucionistas con las explicaciones sociales basadas en dinámicas de mercado. Si bien son
ideológicamente más mitigadas, al proponer algo parecido a la cooperación entre las diferentes especies (animales/sociales):
Darwin ha observado muy justamente que la concurrencia entre dos organismos es tanto más viva cuanto son más análogos. Teniendo las mismas necesidades y persiguiendo los mismos objetos, en todas partes se encuentran en rivalidad. (...) En una región poco extensa, abierta a la inmigración y en la que, por consiguiente, la lucha entre individuo e individuo debe ser muy viva, se nota siempre una gran diversidad en las especies que la habitan. (...) Igualmente, en el interior del organismo, lo que dulcifica la concurrencia entre los diferentes tejidos es que se alimentan de substancias diferentes. (...) Los hombres están sometidos a la misma ley. En una misma ciudad las diferentes profesiones pueden coexistir sin verse obligadas a perjudicarse recíprocamente, pues persiguen objetos diferentes. El soldado busca la gloria militar; el sacerdote, la autoridad moral; el hombre de Estado, el poder; el industrial, la riqueza; el sabio, el renombre científico; cada uno de ellos puede, pues, alcanzar su fin sin impedir a los otros alcanzar el suyo.
O también:
En tanto la constitución social es segmentaria, cada segmento tiene sus órganos propios, que se encuentran como protegidos y mantenidos a distancia de los órganos semejantes por las separaciones que diferencian diversos segmentos. Pero, a medida que esas separaciones desaparecen, es inevitable que los órganos similares se alcancen, entren en lucha y se esfuercen por sustituirse unos a otros.
Por un lado, los individuos y los grupos son "órganos" de la sociedad; por el otro, esporádicamente entran en una lucha intestina muy poco propia de los órganos de un cuerpo. No deja de ser curioso que, incluso para describir unos estados tan contradictorios, Durkheim recurre en ambos casos a sendas metáforas biologistas: el organicismo y el darwinismo social.

3. Organicismo, una permanente y abusiva expansión de la metáfora del cuerpo natural sobre el cuerpo social.

La incomprensión de la naturaleza de lo social suele conllevar dos errores típicos. Uno es el inexistente individuo independiente y soberano, supuesta unidad fundamental de la sociedad. Otro es la sociedad soberana y "perfecta", en la que todo encaja porque cada parte, cada rasgo, cumple una función respecto a las demás. Una sociedad que se asemeja a un organismo, con sus órganos íntimamente interrelacionados y complementarios.

Los individuos no son células ni simples partes del cuerpo social. Son, por el contrario, miembros activos de la sociedad, forman parte de ella al tiempo que la construyen creativamente. En ocasiones colaboran y en ocasiones entran en conflicto. Y ninguno de los dos aspectos se puede obviar: la dialéctica social descarta tanto la guerra de "todos contra todos", como un consenso cerrado.

La metáfora del "cuerpo" es interesante y se puede profundizar en ella a través de la teoría de sistemas que nos revela qué tienen en común todos los sistemas: biológicos, sociales, informáticos... Pero no más.

Sin embargo, esta visión organicista es la que Durkheim hace suya, dando lugar a uno de los grandes paradigmas de la Sociología: el funcionalista. Este paradigma, de plena actualidad, arrastra buena parte de los compromisos que el francés había contraído con su metáfora orgánica. El más problemático es ignorar las relaciones de poder: la "autoridad social" es mistificada, se convierte en algo que flota no se sabe muy bien dónde. Se eluden los procesos concretos por los que actúa el poder.

La metáfora orgánica alcanza niveles asombrosos en Durkheim. Pasa de lejos el mero recurso ilustrativo y establece un paralelismo casi total entre lo biológico y lo social. Ejerce un poder irrefrenable sobre él cuando se adentra en la descripción de los avances de la división social del trabajo:
Sábese, en efecto, después de los trabajos de Wolff, de Von Baer, de Milne-Edwards, que la ley de la división del trabajo se aplica a los organismos como a las sociedades.
Para señalar que las sociedades de solidaridad mecánica son muy diferentes entre sí pero de gran homogeneidad interna, dice:
De la misma manera, en el mundo biológico, los protozoos son (...) tan distintos unos de otros, que es difícil clasificarlos en especies, y, sin embargo, cada uno de ellos está compuesto de una materia perfectamente homogénea.
Y el paso de las sociedades segmentarias a las complejas es equiparado a la transformación de los animales que viven en colonias (como los pólipos) en organismos complejos:
De igual manera que el tipo segmentario desaparece a medida que se avanza en la evolución social, el tipo colonial desaparece a medida que uno se eleva en la escala de los organismos. Comienza ya a borrarse entre los anélidos, aun cuando todavía es muy ostensible; se hace casi imperceptible entre los moluscos, y, finalmente, sólo un entendido llega a descubrir vestigios entre los vertebrados. (...) En un caso, como en el otro, la estructura deriva de la división del trabajo (...). Cada parte del animal, convertida en órgano, tiene su esfera de acción propia, en la cual se mueve con independencia, sin imponerse a los otros; y, sin embargo, desde otro punto de vista, dependen mucho más íntimamente unas de otras que en una colonia, puesto que no pueden separarse sin perecer. En fin, en la evolución orgánica, como en la social, la división del trabajo comienza por utilizar los cuadros de la organización segmentaria, mas para independizarse en seguida y desenvolverse de una manera autónoma.
El apogeo del surrealismo se alcanza cuando Durkheim debate con Spencer qué órganos se corresponden con qué funciones sociales:
Spencer (...) compara, como nosotros hemos hecho, las funciones económicas a la vida visceral del organismo individual, y hace notar que no depende esta última directamente del sistema cerebroespinal, sino de un aparato especial cuyas principales ramas forman el gran simpático y el neumogástrico. (...) Si el gran simpático es, en cierta medida, independiente del cerebro, domina los movimientos de las vísceras en la misma forma que el cerebro los de los músculos. Si, por consiguiente, hay en la sociedad un aparato del mismo género, debe existir sobre los órganos que le están sometidos una acción análoga. La que corresponde, según Spencer, es ese cambio de informaciones que sin cesar se realiza de un lugar a otro ante la ley de la oferta y la demanda, y que, por consiguiente, detiene o estimula la producción. Pero nada hay en ella que asemeje a una acción reguladora. Transmitir una noticia no es igual que ordenar movimientos. Esta función es, sin duda, la de los nervios aferentes, pero nada tiene de común con la de los ganglios nerviosos; ahora bien, son estos últimos los que ejercen el dominio de que acabamos de hablar. Interpuestos en el trayecto de las sensaciones, sólo por su mediación es como éstas pueden reflejarse en movimientos. Muy posiblemente se vería, si estuvieran más avanzados los estudios, que su función, sean centrales o no, es asegurar el concurso armónico de las funciones que gobiernan, concurso armónico que se desorganizaría a cada instante si tuviera que variar a cada variación de las impresiones excitadoras. El gran simpático social debe comprender, pues, aparte un sistema de vías de transmisión, órganos verdaderamente reguladores, que, encargados de combinar los actos intestinales, como el ganglio cerebral combina los actos externos, tengan el poder o bien de detener las excitaciones, o de amplificarlas, o de moderarlas con arreglo a las necesidades.
El resultado, como puede verse, es un impresionante mejunje de Biología y Sociología en el que ya no se ve dónde termina la una y empieza la otra. He aquí otro ejemplo de lo mismo, en lo que es, por lo demás, un hermoso alegato por del intervencionismo social, acompañado de un soberano desprecio de las relaciones de poder como variable independiente:
El cerebro (...) no sólo parece que puede a veces modificar el estado de los órganos por conductos completamente internos, sino que, aun cuando es desde fuera desde donde actúa, es sobre el interior sobre donde ejerce su acción. En efecto, incluso las vísceras más intestinales no pueden funcionar sino con auxilio de materiales que vienen de fuera, y, como dispone soberanamente de estos últimos, tiene por eso sobre todo el organismo una influencia constante. El estómago, se dice, no actúa por su orden; pero la presencia de los alimentos basta para excitar los movimientos peristálticos. Si los alimentos están presentes, es sólo porque el cerebro lo ha querido, y se hallan en la cantidad fijada por él y en la calidad que ha escogido. No es él quien ha ordenado los latidos del corazón, pero puede, mediante un tratamiento apropiado, retardarlos o acelerarlos. No hay tejido que no sufra alguna de las disciplinas que impone, y el imperio que así ejerce es tanto más extenso y profundo cuanto más elevado es el tipo del animal. Y es que, en efecto, su verdadero papel es el de presidir, no tan sólo las relaciones del exterior, sino el conjunto de la vida: esta función es tanto más compleja cuanto más rica y concentrada es la vida misma. Lo mismo ocurre con las sociedades. El que los pueblos sean más o menos pacíficos no hace que el órgano de gobierno sea más o menos importante; pero crece a medida que, como consecuencia de los progresos de la división del trabajo, las sociedades comprenden más órganos diferentes más íntimamente solidarios unos de otros.
He aquí otros ejemplos de cómo funciona el "organismo" social:
En un hombre, "la sofocación opone una resistencia al paso de la sangre a través de los capilares, y este obstáculo va seguido de una congestión y del paro del corazón; en unos segundos se produce una gran perturbación en todo el organismo y, al cabo de un minuto o de dos, las funciones cesan". La vida entera depende, pues, muy estrechamente de la respiración. Pero, en una rana, la respiración se puede suspender mucho tiempo sin que se derive desorden alguno (...). Hay, pues, una gran independencia y, por consiguiente, una solidaridad imperfecta entre la función de la respiración de la rana y las demás funciones del organismo (...). Tal resultado es debido al hecho de que los tejidos de la rana, con una actividad funcional menor que los del hombre, tienen también menos necesidad de renovar su oxígeno y de desembarazarse del ácido carbónico producto de su combustión. De igual manera, un mamífero (...) sus funciones respiratorias, sus funciones de nutrición, sus funciones de relación, son, sin cesar, necesarias unas a otras y al organismo entero, hasta tal punto que ninguna de ellas puede permanecer mucho tiempo en suspenso, sin peligro para las otras y para la vida general. La serpiente, por el contrario, (...) sus funciones no se encuentran estrechamente ligadas, sino que pueden, sin inconveniente, aislarse unas de otras. (...) Su actividad funcional es menor que la de los mamíferos. (...) Las funciones de un organismo no pueden devenir más activas sino a condición de devenir también más continuas. (...) Si los músculos y los nervios trabajan más, necesitarán una alimentación más rica, que les suministrará el estómago, a condición de funcionar más activamente; para esto precisará que reciba más materiales nutritivos que elaborar, y esos materiales no podrán obtenerse sino mediante un nuevo gasto de energía nerviosa o muscular. Una producción industrial más grande necesita la inmovilización de una mayor cantidad de capital bajo forma de máquinas; pero ese capital, a su vez, para poder sostenerse, reparar sus pérdidas, es decir, pagar el precio de su alquiler, reclama una producción industrial mayor.
Las funciones se acoplan entre sí de la manera más natural:
Una función no puede distribuirse entre dos o más partes del organismo como no se hallen éstas más o menos contiguas. Además, una vez dividido el trabajo, como tienen necesidad unas de otras, tienden, naturalmente, a disminuir la distancia que las separa. Por eso, a medida que se eleva la escala animal, ve uno los órganos aproximarse y, como dice Spencer, introducirse en los intersticios unos de otros.
En última instancia, las diferentes funciones generan "especies" diferentes de personas:
Las diferencias funcionales (...) a veces son tan marcadas que los individuos entre los cuales el trabajo está dividido forman otras tantas especies distintas y hasta opuestas. Se diría que conspiran para apartarse lo más posible unos de otros. ¿Qué semejanza existe entre el cerebro que piensa y el estómago que digiere? Igualmente, ¿qué hay de común entre el poeta dedicado por completo a sus ilusiones, el sabio a sus investigaciones, el obrero que pasa su vida torneando cabezas de alfiler, el labrador que empuja su arado, el comerciante detrás de su mostrador?
Y si actualmente la tendencia es a la inversa -hacia la indiferencia funcional- eso también se arregla, cómo no, con una metáfora orgánica:
Sabemos que la indiferencia funcional de las diferentes regiones del encéfalo, si no es absoluta, sin embargo, es grande. También las funciones cerebrales son las últimas en presentarse bajo una forma inmutable. Son durante más tiempo plásticas que las demás y conservan tanto más su plasticidad cuanto más complejas son; por eso su evolución se prolonga mucho más en el sabio que en el hombre inculto. Si, pues, las funciones sociales presentan ese mismo carácter de una manera todavía más acusada, no es a consecuencia de una excepción sin precedentes, sino por corresponder a un momento todavía más elevado del desenvolvimiento de la naturaleza.
Las instituciones corporativas son órganos. Y cuando fallan se trata de una enfermedad de todo el organismo:
Es la salud general del cuerpo social la que está interesada.
El organicismo, que tan descriptivo parece, deviene normativo: la salud, evidentemente, es buena y la patología mala. En el siguiente fragmento aparecen condensados algunos de los grandes tópicos del "subgénero" de desequilibrio funcional:
Hay (...) algunas circunstancias en que las diferentes funciones entran en concurrencia. Así, en el organismo individual, a consecuencia de un ayuno prolongado, el sistema nervioso se alimenta a expensas de otros órganos, y el mismo fenómeno se produce si la actividad cerebral toma un desenvolvimiento muy considerable. Lo mismo ocurre en la sociedad. En tiempos de hambre o de crisis económica, las funciones vitales están obligadas, para mantenerse, a tomar sus subsistencias de funciones menos esenciales. (...) O puede también suceder que un organismo llegue a un grado de actividad moral desproporcionado a las necesidades, y que, para subvenir a los gastos causados por ese desenvolvimiento exagerado, le sea preciso entrar en la parte que corresponde a los otros. Por ejemplo, hay sociedades en las que existe un número excesivo de funcionarios, o de soldados, o de oficiales, o de intermediarios, o de clérigos, etc. (...). Pero todos esos casos son patológicos; son debidos a que la nutrición del organismo no se hace regularmente, o a que se ha roto el equilibrio funcional.
La fuerza de la metáfora está aquí en resaltar la interdependencia de los grupos sociales. Su peligro: condicionar nuestras actitudes ante los fenómenos sociales y las consiguientes respuestas. Amenaza nuestra capacidad para observar las diferentes formas críticas y creativas por las que las personas se adaptan a las situaciones sociales: formas bien diferentes de las de los órganos de un cuerpo.
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Una conclusión: es muy difícil luchar contra una buena metáfora. La carga de la prueba se desplaza. Si es verosímil que el proceso A funciona como el proceso B, la analogía elimina la obligación de detallar el funcionamiento concreto y real de cada uno de ellos. Se da por supuesto que A funciona como B, y se debe probar que A no funciona como B. Una buena metáfora da demasiadas cosas por sentado y, en ese sentido, ya no es una herramienta heurística, sino un mecanismo de presunción. Se presume a priori que es correcta, sin necesidad de explicar por qué.

Por último, señalar que existe también un vicio inverso en Sociología: el culturalismo. Un exceso de atribución de poder explicativo a causas culturales que ha parido por lo menos tantas burradas como el sesgo biologista, pero del que simplemente no era mi intención hablar aquí. Con dejar constancia de ello, es suficiente.

E. LIZCANO, "La metáfora como analizador social", Empiria, 2(1999)

E. DURKHEIM, "La División del Trabajo Social", Akal (1982)

lunes, 21 de diciembre de 2009

La política como el fútbol

Para una buena parte de la población la política ha pasado a significar algo muy parecido al fútbol: una lealtad incondicional no sujeta a argumentaciones. No me refiero a las tradicionales lealtades étnicas o clasistas, sino a los que siguen los resultados electorales como quien sigue la Liga. Mantener aquellas lealtades gregarias clásicas sí podía aportar ventajas reales al sujeto en tanto que miembro de un grupo. Pero, para el tipo de lealtad del que hablo aquí, ser del PSOE o del PP tiene tanta relevancia como ser del Barça o del Madrid. Es decir, mucha. Porque, no nos engañemos, el fútbol es importante. La victoria de su partido le otorga al hincha (perdón, al votante) lo mismo que la victoria de su equipo: la gratificación de poder decir hemos ganado o habéis perdido. Eso no es poco para él, porque su sentimiento es fuerte. Pero al mismo tiempo no implica que sea consciente de la importancia del resultado.

El paralelismo se puede llevar tan lejos como la imaginación nos lo permita: la irrelevancia de los tejemanejes millonarios (políticos o futbolísticos), el agrupamiento del espacio electoral/futbolístico en torno a dos polos claramente definidos... etc. etc.

Este tipo de lealtades se adquieren por toda una constelación de factores: la familia, el grupo de pares, la región, los medios de comunicación, etc. Pero nunca por argumentación. Y eso que el votante-hincha sí argumenta. Pero para su propio proceso psicológico esa argumentación es irrelevante, es pura racionalización de sus deseos irracionales. Es decir, lo mismo que quien "argumenta" por qué el Barça es mejor que el Madrid o viceversa.

Debido a esa costumbre de "argumentar" (básicamente reproducir sin ningún criterio crítico lo oído a los padres o al locutor del turno) no siempre se identifica a este tipo de personas de otras que están interesadas en la política de forma más sincera, aunque quizá un tanto superficial. La diferencia aflora en momentos críticos cuando todo parece estar perdido para su partido-equipo pero ellos siguen manteniendo la lealtad y se aferran a argumentaciones ya del todo inverosímiles y, con frecuencia, a todo tipo de teorías conspiranoicas, tan sólo con tal de exculpar a los suyos. Valgan dos ejemplos para ilustrarlo, antes de terminar.

Uno es la condena a Barrionuevo y Vera y los miles de hinchas sociatas que salieron a la calle a jalear a ambos torturadores de alto standing y a culpar de todo a Garzón. El otro son los adoctrinados de Pedro Ramírez y Federico Jiménez que votaron al PP aquel vergonzoso 14 de marzo de 2004 y ni siquiera después fueron capaces de reconocer cómo les habían escupido a la cara sus ídolos.

La sociedad del espectáculo, el formato mediático, ha acabado por hacer de la política algo muy parecido al fútbol. ¿Qué nos queda por hacer a los que no queremos renunciar a la política pero tampoco queremos hacerla con estas reglas de juego? Unas reglas de juego, que, por otra parte, favorecen desproporcionadamente a quien dispone de mayores recursos económicos para poner en marcha una mayor puesta en escena... Allí se queda la pregunta.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Inversión pública para generar riqueza

¿Cómo generar riqueza y justicia social al mismo tiempo? Términos que la economía liberal ha querido presentar como antitéticos, son sin embargo perfectamente conciliables a través de la inversión pública.

A) La única fuente de riqueza es el trabajo y su capacidad productiva.

B) La manera de aumentar la productividad del trabajo sin causar daño al trabajador es a través de la implementación de una tecnología apropiada y el aumento de la cualificación de la mano de obra. Ambos aspectos requieren invertir en educación.

C) Pero las posibilidades de ascenso social que proporciona la educación chocan con las estructuras sociales y productivas dadas de cada momento histórico (por ejemplo, si hay demasiados licenciados, la licenciatura se devalúa).

D) Por tanto, es necesario, asimismo, actuar sobre las estructuras.

Cómo se relaciona lo público con la educación es objeto de un debate aparte. Pero hay una cuestión más problemática: la de cómo los poderes públicos pueden actuar sobre las estructuras sociales y productivas. Pues bien: mi opinión es que pueden hacerlo controlando los sectores más dinámicos de la economía. Ya lo hicieron en la Europa Occidental de la posguerra cuando se nacionalizaron las industrias punteras, y se podría volver a hacer. No me refiero a subvenciones para las empresas privadas de la Nueva Economía: éstas sólo reforzarían con dinero público las desigualdades sociales y las estructuras productivas en las que sus directivos y propietarios estuvieran interesados. Me refiero a un control directo, a empresas públicas en sectores con amplio margen de beneficios.

Se matarían 20 pájaros de un tiro:

- Al ser sectores muy rentables, aportarían dinero para arcas públicas en lugar de quitárselo.

- Se podrían amortiguar las desigualdades sociales al tener mayor capacidad de control sobre las estructuras jerárquicas y salariales y sobre las condiciones laborales.

- Sería una forma de creación directa de empleo (y lo que es casi igual de importante: empleo cualificado).

- Reforzar lo público es reforzar la democracia: siempre hay mayor control social sobre lo que hace un cargo electo que sobre el de un empresario privado.

- Por esta vía, se podría represtigiar lo público y buscar nuevas formas de participación social en la toma de decisiones.

- Etc. etc.

Y adelantándome a posibles objeciones, debo repetir una vez más que la supuesta ineficacia inherente al sector público es un cuento. Las causas de la ineficacia están en la burocratización, el déficit democrático de la dirección y en otros factores que pueden afectar tanto al sector público como al privado de formas diferentes según el período histórico considerado. ¿Cuántas empresas han tenido que ser reflotadas por el Estado por la mala gestión privada? ¿Acaso los usuarios no hemos sufrido tanto de las administraciones públicas como de los servicios de atención al cliente privados? Es decir: nada hay en la gestión pública que necesariamente la haga más ineficiente que a la privada (aunque coyunturalmente pueda darse el caso).

Obviamente, se podría calificar de ineficiente el mantenimiento de un salario suficiente o de unas condiciones laborales dignas. Pero en realidad sólo es un problema si hay un competidor desleal que no mantiene dichas condiciones. Un objetivo complementario, por tanto, debe ser asegurar que nadie pueda sacar ventajas con rebajas salariales u otros ataques contra el trabajador.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Lo monstruoso de un concepto

Que no nos engañe el nombre: la "demanda" que se maneja en la Economía liberal sólo remotamente tiene que ver con lo que las personas "demandan", con las necesidades humanas.

La curva de la demanda se construye combinando las variables de cantidad de un producto y su precio. En cualquier mercancía normal la relación será de "a más precio, menor cantidad demandada".

Por tanto, si tenemos una sociedad de bajo poder adquisitivo (A), incluso un producto de primera necesidad (el pan, por ejemplo) tendrá una demanda muy baja. Si el poder adquisitivo es nulo (es decir, el precio que pueden pagar es 0), la demanda es 0 a cualquier cantidad dada. Es decir, en ese país no hay demanda de pan. ¿A que suena como si los pobres no necesitaran comer?

La ironía se puede resaltar más todavía con la vecina sociedad de alto poder adquisitivo (B) que no sólo tiene demanda de pan, sino que además tiene una gran demanda de joyas.

La decisión microeconómica es evidente. ¿Con quién comerciar? Con (B). La lógica es aplastante: los unos no demandan pan y los otros no sólo demandan pan, sino además joyas. Hay que llevar todas las mercancías al país de los ricos, que son los que parece que las necesitan más porque están dispuestos a pagar más por ellas...

Sí, ya sé que soy un demagogo terrible... ¿Cómo vamos a obligar al pobre comerciante a ir en contra de su propio interés regalando pan a los pobres? Deberíamos dejarlos morir de hambre y luego construir un complejo turístico en sus tierras.

Pero el caso es que yo no digo nada del comerciante individual (por mucho que me pueda repugnar su ética basada en la maximización del beneficio). Hablo de los economistas y sus entrañables abstracciones de la realidad. Hablo de su mundo de colorines en el que hay personas que no demandan comer. De que la Economía amputada del cuerpo común de Ciencias Sociales es una porquería e ideología pura. De que, mientras se dan hambrunas medievales en algunas partes del mundo, nosotros afirmamos cínicamente que en esos países no hay "demanda" de alimentos.