lunes, 3 de octubre de 2011

La moderación como nuevo valor absoluto

El contenido ya no importa. Quién tiene la razón se ha vuelto completamente secundario. Lo único importante, de ahora en adelante, es la moderación.

Los antifascistas son iguales que los nazis porque no rechazan de plano la violencia. Las feministas son como los machistas pero al revés. Y el 15-M es, según Esperanza Aguirre, el germen del golpismo (!). Todo ello simplemente porque se posicionan, porque no se quedan neutrales ante la injusticia.

"No todo es blanco o negro", una constatación bastante pertinente, se ha convertido hoy en el comodín de quienes necesitan y ansían justificar su doblez. Debió habernos alejado del dogmatismo, del integrismo, pero nos está conduciendo al dogmatismo de lo gris. Como no hay nadie que tenga realmente razón ni que deje de tenerla, ya no hay nada que defender, nada por lo que luchar.

No importa si al que tenemos delante ha despilfarrado millones de arcas públicas o si se lucra a costa de la explotación infantil. Nos podemos encontrar frente a frente con la injusticia, el racismo, la desigualdad... Lo único importante es no subir la voz, no levantar la mano.

Poner el acento en la moderación de las formas, en la corrección de trato, en su origen debió de haber servido para posibilitar el debate: para que nadie pudiera abusar de su posición de fuerza y zanjar coactivamente las discusiones. Pero en lugar de ello ha imposibilitado el debate: cada vez más cualquier objeción, cualquier protesta, cualquier argumento que apunte a lo profundo, al corazón de las cuestiones es tachado de radical, inmoderado, violento.

Se aborta de esa forma cualquier resistencia, porque toda resistencia resulta que es una agresión. En un "dos por uno" los apologetas de la moderación consiguen que se mantenga el status quo y, al mismo tiempo, una inversión mínima en ello porque la represión -demasiado costosa- es sustituida con la ideología de la moderación.

El debate se vuelve imposible y lo único que nos queda es la insulsa y superficial charleta. Podemos hablar de política y de sociedad mientras no le demos más importancia que a la última jornada de la Liga.

Lo que se nos exige, en el fondo, es que nada nos importe demasiado.

En realidad, ya no hablamos de moderación. Sino de mediocridad.