Un exahustivo lavado de imagen asoma regularmente en las editoriales de la prensa y reportajes de divulgación científica. Three Mile Island y Chernóbyl ya quedan lo bastante lejos como para vender, cuanto menos como una duda razonable, las centrales nucleares como una fuente limpia y segura, una alternativa real a la contaminación de los combustibles fósiles.
En consecuencia, tras varias décadas de paralización, ya se construyen nuevas centrales en numerosos países y en otros, donde el debate sigue abierto, científicos y políticos a sueldo del nuclear, pasan a la descalificación e insulto:
La aversión a la energía nuclear, apoyada en la más absoluta ignorancia, es recibida con agrado por millones de personas, que tampoco entienden nada del asunto, y sólo tiene dos explicaciones: o una obcecación que impide el normal funcionamiento de la mente o un oportunismo político que linda con la irresponsabilidad.
Carlos Sánchez del Río, ex presidente del CSIC
Sin duda, la energía nuclear es una energía segura y barata que es mejor producir que comprar. Por tanto debemos dejarnos de demagogia pseudo-progre al efecto y es ridículo seguir insistiendo en los riesgos de esta energía o seguir llamándola contaminante: es segura y, en modo alguno, es la más contaminante.
Rosa Díez, UPyD
Pero ninguna verborrea consigue tapar la realidad.
En primer lugar, ya se pueden invertir los miles de millones que se deseen en la seguridad de las plantas, que el riesgo de accidente o, más relevante aún, de atentado siempre subsisten. Y creo que no es necesario ponerme a enumerar ahora las consecuencias de un accidente nuclear. Baste subrayar que hay suficiente dinero en juego como para enterrarnos bajo una avalancha de papeleo con las medidas que se van a adoptar, aunque ninguna ofrezca garantías suficientes para que no suceda otro Chernóbyl.
En segundo lugar, por supuesto, está la cuestión de la proliferación. Israel, Sudáfrica, Corea del Norte y la India utilizaron sus programas de desarrollo energético para aplicaciones militares. Se argüirá que la culpa es de esos gobiernos en concreto, irresponsables e inconscientes, que el desarrollo nuclear no tiene que ser necesariamente belicoso. Puede que sea verdad, que no deba serlo necesariamente. Pero yo, personalmente, no me fío ni de mi padre. Y mucho menos de empresas que han demostrado ya sobradamente que su único interés es maximizar sus beneficios y para ello crearán y distribuirán las tecnologías que les señale el mejor postor. Sin importarles las consecuencias.
En tercer lugar, la extracción de uranio, como es obvio y como pasa con cualquier extracción mineral, destruye hábitats y allí... no hay tu tía.
Pero el problema mayor, con diferencia a mi entender, es el de los residuos. Permanecen radiactivos durante miles de años y, ahora mismo, ya hay 60.000 toneladas que nadie quiere tener en su territorio.
Los de alta actividad son los menos (un 1% del total) pero su impacto es tan brutal como sus períodos de semidesintegración (cuando se supone que dejan de ser peligrosos). En las varillas de combustible gastado se encuentran sustancias como plutonio 240 (6.600 años), plutonio 239 (24.400 años) o neptuno 237 (2.130.000 años). Hace 6.600 años acabábamos de empezar a usar el arado. Hace 24.400 aún no se había extinguido el Neanderthal. Y hace 2 millones de años estábamos, creo, en el Pleistoceno y lo más parecido a nosotros que andaba por aquel entonces por el planeta eran homínidos carroñeros-recolectores. Creo que asumir la gestión a tales plazos supone una hipoteca para la Humanidad que merece, cuanto menos, un debate público.
Se pueden obviar estos argumentos. Se pueden minimizar. Se puede decir que no son realmente un problema. O que ya se inventarán las tecnologías apropiadas para gestionar los problemas indicados. Lo que no se puede decir, en todo caso, es que la oposición a la producción de energía nuclear es pura ignorancia y demagogia.
La energía nuclear aún tiene otro aspecto débil. Y es que, al igual que los combustibles fósiles, no es renovable. Cuando hayamos consumido las reservas existentes, ¿qué?
Pero tampoco vamos a satanizarla, porque, a fin de cuentas... ¿quién tiene la solución?
El petróleo se termina, no sin antes haber cambiado el clima planetario, puteado bien a fondo la fauna marina, destrozado innumerables playas...
Las fuentes renovables conocidas tienen un rendimiento muy bajo, absolutamente insuficiente para mantener el ritmo de consumo energético actual (en constante crecimiento). Y, dicho sea de paso, muchas de ellas también machacan los paisajes y hábitats naturales.
Todo indica a que el problema no es la fuente de energía... somos nosotros. La obsesión con el crecimiento, la avaricia y el consumismo compulsivo se han retroalimentado desde hace dos siglos hasta llevar el gasto energético per capita a niveles radicalmente insostenibles, por muchas vueltas que se le den.
No me considero un fanático incondicional del decrecimiento, pero es evidente que urge una respuesta y ésa sólo puede ser colectiva y limitadora de nuestro consumo. Y sin embargo aquí, salvando algunos endebles oportunismos electorales, nadie plantea pisar el freno. Y es que a nadie le interesa. Quizá porque quienes vayan a pagar la factura de nuestro empacho aún ni han nacido.
2 comentarios:
Muy buen post, espero que lo lea mucha gente porque es bastante informativo.
Buen comentario del tema. La parálisis generalizada nos llevará al esclavismo,sí ya no estamos! .
Publicar un comentario