En un extremo, bestialización: conversión de personas en animales de carga. Exactamente así es como perciben los mandos directivos a sus trabajadores manuales. Para ellos la única diferencia con una mula o un buey son las formas en que se consigue su sumisión. Por toda la sociedad se extiende este desprecio hacia el trabajo manual, considerado el último escalón de la “pirámide” productiva. A veces, impregna incluso las actitudes más íntimas de aquellos que supuestamente están llamados a defender los derechos de los trabajadores: intelectuales, políticos y hasta sindicalistas de izquierdas.
El desprecio, aunque basado en ideología pura, tiene consecuencias reales: la víctima lo interioriza y ve dañada su autoestima o la mantiene devaluando el conocimiento y sobrevaluando otros aspectos en los que se siente más segura (como, por ejemplo, la fuerza física o la capacidad de ingerir más alcohol, valores abiertamente declarados por determinadas culturas obreras).
Y es que una sociedad que no cree posible la existencia de un obrero educado evidentemente... producirá obreros no educados. Personas que por ello verán empobrecidas sus vidas, al tiempo que carecerán de instrumentos cognitivos necesarios para tener una conciencia amplia y profunda de los hechos sociales y de su propia condición social. Perpetuándola.
Pero los ganadores de este reparto tampoco ganan por mucho. Es verdad que se quedan con unos puestos más cotizados y con la mejor parte del botín, pero uno de los precios a pagar es una fuerte desnaturalización de su estilo de vida. El ser humano requiere un esfuerzo físico regular para ser feliz tanto a corto (por las endorfinas que produce) como a largo (por la salud y la forma física imprescindibles para poder disfrutar de la vida) plazos. El que no lo realiza de forma natural en sus tareas cotidianas, bien se lo pierde (¡y no es poco lo que se pierde!), bien se tiene que obligar a gastar su escaso tiempo de ocio –y con frecuencia bastante dinero- en hacer alguna clase de ejercicio prefabricado.
Es un hecho que los trabajadores manuales gozan de mejor salud mental. Con frecuencia les azotan otras duras enfermedades profesionales pero desde luego tienen menos depresiones, estrés, insomnio, etc. Muchos directivos, mandos intermedios o trabajadores de cara al público, por ejemplo, simplemente no tienen demasiadas ventajas comparativas en el mercado laboral y, para evitar ser manuales, venden lo único que les queda: su salud mental. Su trabajo les garantiza así un importante nivel mínimo de infelicidad en sus vidas.
Y por último un peligro de no hacer nada con las manos es simplemente el de convertirse en un inútil. El que sólo trabaja con su cabeza podrá ser muy listo, pero de poco le servirá ello en determinadas situaciones de la vida. La seguridad es una necesidad natural humana que implica “tener la situación bajo control”. Y nada aporta más sensación de control que tener el dominio del cuerpo propio.
La nefasta división del trabajo I
La nefasta división del trabajo III: tareas productivas y tareas reproductivas
La nefasta división del trabajo IV: la compartimentación de saberes
La nefasta división del trabajo V: los argumentos a favor de la división del trabajo
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