viernes, 29 de abril de 2011

Perspectivas electorales en Rusia

En ensayo general para las elecciones legislativas de Diciembre y las presidenciales del año que viene, se han celebrado en Rusia el marzo pasado las regionales en 12 de los entes federados.

Dos aspectos a destacar:
  1. Rusia Unida sigue sin perder una sola convocatoria. Ni siquiera ve su dominio amenazado y obtiene más del 50% de los votos en la mitad de las circunscripciones (y todas las mayorías absolutas de parlamentarios, gracias a las distorsiones de los sistemas electorales).
  2. Buenos resultados del PCFR, el único partido realmente opositor con representación parlamentaria, que sube en 11 entes, tan solo perdiendo unas décimas en la región de Tambov. Los incrementos además son muy significativos: más de 10 puntos en 3 comicios y más de 5 en 4.
Por lo demás, el único partido sin representación en la Duma que consigue superar la impresentable barrera del 7% vigente en la mayoría de las entidades fue Patriotas de Rusia, coalición de una multitud de partidos de izquierda, liderada por Guennady Semiguin, un ex del PCFR. Pudo hacerlo, por los pelos en ambos casos, en Daguestán y en la región de Kaliningrado.

Sin duda el resultado pone de relieve el descenso en la popularidad del bloque en el poder. El tradicional equilibrio de Rusia Unida que le ha permitido mantener la hegemonía en las instituciones rusas desde la llegada en 2000 de Putin se ve ahora acosado por varios frentes.

Por un lado, el deterioro sostenido de las políticas sociales y el consiguiente agravamiento de las desigualdades sociales y territoriales (el abismo entre Moscú y las regiones es realmente escandaloso) parece por fin (ya era hora) reflejarse en la recuperación del voto de izquierdas.

Por otra parte, no cesa la crítica al régimen desde una oposición de centro-derecha y pro occidental que representa sectores del capitalismo no ligados al bloque del poder. Sus medios de comunicación (el diario Kommersant, la revista Vlast y un largo etcétera) gozan de amplia difusión y popularidad. Sin embargo, los partidos de ideología afín (Yábloko, Causa Diestra...) hace años que se quedan fuera de los arcos parlamentarios.

Su radio de acción es limitado por varios motivos. En primer lugar, muchos de estos sectores aparecen identificados con antiguos oligarcas ruso-judíos purgados por Putin, en los que la opinión pública (con razón) se resiste a ver presos políticos.

En segundo lugar, porque el discurso explícitamente pro occidental se encuentra con una especie de barrera "natural" en Rusia, dado lo difícil de vender la OTAN como un corderillo inocente que sólo quiere ser nuestro amigo...

En tercer lugar, el discurso de centro-derecha es en buena medida acaparado por Rusia Unida. A estos movimientos sólo les queda, pues, para forjarse una imagen propia, desarrollar los temas más clásicos del liberalismo: libertad de expresión, pluralismo político, libertad de mercado o derechos civiles. Pero -y pese a que no es difícil encontrar descontentos- lo cierto es que Rusia ni es una dictadura de partido único, ni carece de libre mercado. Y reivindicar la libertad de expresión desde algunos de los medios de más difusión del país resulta algo ciertamente contradictorio.

Al final, les pasa algo parecido que a los partidos liberales de Occidente: su voz se oye y tiene simpatizantes, pero a la hora de votar se encuentra con una base social muy limitada si no se acompaña de una definición social (social-liberalismo) o conservadora (alianza liberal-conservadora). El sistema electoral hace el resto.

Cabe mencionar un tercer frente que acecha a Rusia Unida: el nacionalismo ruso. Muy fragmentada y, de momento, con una organización política muy endeble, la extrema derecha rusa, sin embargo, se está abriendo nuevos espacios. Tras la época dorada que tuvo en los años 90 y la gran debacle en los 2000, su presencia se ha venido haciendo más notoria en los últimos años. A la regularidad de los asesinatos de militantes antifascistas se suman ahora los acontecimientos de diciembre del año pasado, cuando una multitudinaria manifestación en protesta por la muerte de un hincha del Spartak a manos de un daguestaní, fue aprovechada por nazis para llevar a cabo una batida racista por el centro de Moscú.

Su futuro es incierto. La presencia de la extrema derecha se ha hecho permanente y abundante en los principales estadios y está claro que se están produciendo intentos de reagrupación (el Movimiento Contra la Inmigración Ilegal es un ejemplo). La experiencia occidental demuestra, por un lado, que los hooligans futboleros no consiguen amplios apoyos fuera de su propio círculo y que son susceptibles de ser reducidos por la acción policial (cuando hay voluntad política para ello). Pero también que allí se pueden sentar las bases para un movimiento más amplio, más presentable y más politizado.

Desde luego los ingredientes se dan: el racismo está socialmente presente y existe espacio electoral para rentabilizarlo porque Rusia Unida se esfuerza por no aparecer como un partido únicamente de rusos étnicos y cristianos ortodoxos. Y el partido-tapón de Zhirinovsky (Partido Liberal-Democrático de Rusia), leal al Kremlin pero de retórica xenófoba, puede tener dificultades para contener electoralmente un eventual partido de extrema derecha más serio.

Dicho todo esto, mucho tendría que cambiar la situación para que Rusia Unida y Medvédev/Putin (todavía no está claro cuál de los dos se presentaría a las presidenciales) perdieran el control de la situación. Los partidos-tapón (PLDR y Rusia Justa) siguen funcionando, los mecanismos de control mediático, social y clientelar también. Y pese a la erosión de los apoyos, los porcentajes que vienen obteniendo siguen siendo muy sólidos.

Puede que el cambio haya comenzado, pero con toda probabilidad a un plazo mayor que el del año que nos separa ahora mismo de las presidenciales. Quizá Rusia Unida deba empezar a moverse en el espacio político para no quedar atrapada entre los tres frentes mencionados anteriormente (izquierda, liberales y extrema derecha). Y, aunque en este momento todo sean conjeturas, se antoja más probable que se escore hacia la derecha, buscando una alianza aún más estrecha con la Iglesia, adoptando un discurso más duro frente a la inmigración y sobre todo imponiendo las cuestiones securitarias en la agenda. Si ello sucediera, es verdad que le permitiría adquirir mayor solidez y definición, pero al mismo tiempo supondría su retirada de otros nichos electorales (que actualmente garantizan su hegemonía en la política rusa) y a medio-largo plazo podría abrir el camino a la posibilidad del cambio y la alternancia en el poder.

Por supuesto, todo esto no son sino especulaciones. De momento, habrá que estar atentos a lo que suceda en las legislativas de Diciembre.

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