miércoles, 11 de mayo de 2011

Intenta argumentar con un niño al que intentas quitar un caramelo...

Los agitados debates en torno a la solución para el futuro energético de la Humanidad han producido en los últimos meses un sinfín de argumentos y contraargumentos a favor y en contra de las diferentes soluciones que se proponen.

Afortunadamente ya no queda casi nadie tan idiota como para abogar por la profundización en la dependencia de los fósiles. Por otra parte, las petroleras tampoco necesitan realmente que nadie las defienda. Probablemente hemos llegado ya a un punto tal de dependencia en que, sin necesidad de propaganda, solamente con algo de lobbying, se terminarán de explotar las últimas reservas que quedan, los industriales se embolsarán sus últimos enormes beneficios y se irán felices a casa.

Entre los defensores de las renovables, y dejando aparte a los representantes de la industria, como es lógico abundan los militantes y simpatizantes ecologistas. Muchos están sencillamente mal informados sobre el potencial sustitutorio de estas fuentes de energía, así como sobre el impacto que su exlotación, por muy renovable que sea, causa en el medio ambiente. Aquellos que sí lo son no tienen reparos en reconocer que la única solución real es la reducción de nuestro nivel de consumo.

Pero los más obstinados son, con diferencia, los defensores del nuclear. Ante el amplio reconocimiento científico y social de la inviabilidad de la energía basada en fósiles, el lobby nuclear desde hace una década ha visto la suya y, apoyándose en un tropel de expertos obsesionados con la posibilidad técnica de realización de los proyectos y completamente ignorantes de sus condicionantes políticos y sociales, ha llevado a cabo una exitosa ofensiva que le ha permitido rehabilitar en buena medida su imagen pública... al menos, hasta Fukushima.

Con estos bien o malintencionados defensores de las centrales nucleares el esquema siempre se repite: ya les puedes sacar a colación los residuos, la imposibilidad de garantizar la seguridad de las plantas, la proliferación... que te responderán siempre con el cambio climático y la insuficiencia de las renovables. Entonces tú les dices que, por tanto, la única solución pasa por la reducción del consumo, no por el atolladero nuclear. Que l
o insostenible no es una u otra fuente de energía... sino el ritmo al que consumimos.Y entonces... ellos callan o responden con otra cosa o, en el mejor de los casos, simplemente lo tachan de imposible.

Y esto es precisamente lo que me hace temer que, cuando pase el jaleo de Fukushima, la cosa nuclear seguirá su camino. Porque la irracionalidad de un ser humano compulsivamente aferrado a sus lujos es más poderosa que cualquier argumento. Porque le daremos mil y una vueltas, nos escaquearemos de afrontar la verdad, insultaremos al que nos la eche en cara o le tacharemos condescendientemente sus propuestas de utópicas e imposibles...

Cualquier cosa antes que reconocer abierta y honestamente algo muy sencillo...

¡QUE NO NOS SALE DE LOS COJONES CONSUMIR MENOS!

¡QUE QUEREMOS SEGUIR TRAGANDO COMO PATOS HASTA QUE NOS REVIENTE EL HÍGADO!

¡QUE NOS IMPORTA UNA MIERDA NUESTRO FUTURO Y EL DE NUESTROS HIJOS SI ESO SUPONE RENUNCIAR A LA SATISFACCIÓN INMEDIATA DE NUESTROS DESEOS!


Y es que en el fondo somos una sociedad inmadura, una sociedad de críos obedientes ante la autoridad del fuerte y sin la tolerancia a la frustración necesaria para los necesarios ejercicios de responsabilidad de la vida adulta...

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