De vez en cuando me llaman intolerante.
Cuando lo hace un homófobo o un racista, alguien que lleva "intolerancia" tatuado en la frente, no me preocupa demasiado: resulta grotesco, evidentemente manipulador. Pero cuando lo dice un amigo o un familiar, quieras o no, te quedas pensando.
Sin entrar en lo justificada que pueda ser la acusación en sí, he pensado hoy en un aspecto "supletorio" de la cuestión. Y es que el primer objeto de mi intolerancia moral soy yo mismo. Cuando escucho a una persona próxima a mí decir barbaridades, mi conciencia ataca, antes que a esa persona, a mí mismo: me castiga por tener afecto a alguien cuyas manifestaciones me parecen tan moralmente inaceptables.
Se le llama disonancia cognitiva y es la razón por la que, con frecuencia, reacciono con mayor agresividad a una declaración de alguien allegado, que a otra igual pero de un extraño. Dos cogniciones, dos juicios y sentimientos encontrados, chocan. Y el malestar provocado por ese choque se vierte inmediatamente contra la persona que parece haberlo causado.
1 comentario:
Qué bueno! me siento identificada, cuando eres demasiado intolerante, mi conciencia reacciona y soy más intolerante contigo por tu intolerancia de lo que lo sería con otros por la suya!!
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