miércoles, 6 de julio de 2011

Gato negro

En febrero cambié la ruta de mi carrera matutina y comencé a remontar todas las mañanas el parque del Guinardó. Un día sí y otro también me encontraba allá, en su parte baja, a un lozano gato negro de brillante pelaje. Se me quedaba mirando con esos enormes ojazos de un verde amarillento que sólo he observado a los gatos. Algunos días se me cruzaba por delante.

No soy supersticioso, pero empecé a preocuparme... aunque la mala fama del gato negro tuviera un 0,01% de razón, yo estaría acumulando ya toneladas de mala suerte. Sin embargo, pasaban los meses y ningún infortunio parecía recaer sobre mí, con lo cual me fui quedando más tranquilo e incluso empecé a coger algo de cariño al oscuro felino.

Algunos días me encontraba también a un gato blanco de abundante pelaje y aspecto quizá demasiado cuidado para ser residente de un parque municipal. Y se me fue ocurriendo un argumento para un cuento: la trágica historia del malvado gato blanco y del malventurado gato negro. El primero, al acecho, intrigando sin cesar contra el bienestar humano. El segundo, intentando siempre, infructuosamente, impedir las fechorías de aquél. Pero lejos de recibir la gratitud de las personas a las que intenta ayudar es, por el contrario, vilipendiado y asociado a la mala suerte por presagiar siempre la desgracia (provocada por el pérfido gato blanco).

Pero pasaban las semanas y yo no conseguía concretar mi idea en un post...

Esta mañana, en la callejuela que bordea el parque del Guinardó por su parte baja, casi tropiezo con el gato negro, atropellado, sobre el asfalto ensangrentado, con la cabeza reventada.

Quizá yo estaba bien equivocado. Quizá toda esta historia no trataba de gatos. Quizá era yo quien cada mañana traía algo de mala suerte al gato negro al parque del Guinardó. Hasta que acumuló demasiada...

Parece que a veces un gato tiene que morir para que cambiemos nuestra perspectiva de las cosas...

4 comentarios:

Pepe Ventura dijo...

Hay señales que te indican a las claras que tienes que abandonar el deporte. Como Dios no lo consiguió a base de esguinces, está empezando a matar gatitos...

Antonio dijo...

No pienso parar hasta que caiga un tsunami sobre Barcelona.

Irene Sá dijo...

Y los perros negros?

Antonio dijo...

Los perros negros duermen plácidamente en su madriguera, ajenos al ruido mundano...