viernes, 5 de febrero de 2010

El cine bélico evoluciona (no necesariamente para mejor)

Hubo un tiempo en el que la mayor parte de las películas sobre la guerra eran, al mismo tiempo, películas históricas. El conflicto armado concreto estructuraba el argumento de la película. Importaba contar una historia de una forma, a veces realista y otras ideológicamente tergiversada, pero siempre contextualizada. He allí el grueso de las películas sobre la II Guerra Mundial, buena parte de los westerns o de los filmes que tratan de la Guerra Civil española.

Pero en algún momento la "historia de la guerra" perdió su importancia y empezó a aparecer cada vez más en las pantallas una "psicología de la guerra". Se podría decir que, al menos en parte, perdió su importancia quién luchaba contra quién y por qué. Emergió una guerra abstracta que pretendía ser una especie de estudio psicológico sobre la naturaleza humana. Esta nueva dimensión humanizó en cierta medida el cine bélico, rescató a los personajes más aplanados del cine más histórico, les dio volumen. Pero por el camino perdió algo fundamental: la razón del conflicto.

En Tierra Hostil (Kathryn Bigelow, 2008), que no deja de parecerme una película recomendable, hace algo que parece a priori imposible: hacer una cinta sólo de acción y reflexión psicológica, depurada de todo lo social o político, sobre un conflicto tan actual, tan real, tan concreto, polémico y politizado, como es la guerra de Iraq.

Obras maestras sobre la guerra de Vietnam -Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), La Chaqueta Metálica (Stanley Kubrick, 1983)- también son más "psicológicas" que "históricas". Enfocan la guerra en tanto que fenómeno psico-social, no acontecimiento histórico particular. Pero si esas dos películas no se olvidan, en el camino, de criticar la guerra, de hacerse preguntas sustanciales como "¿Qué cojones están haciendo nuestras tropas allí?", En Tierra Hostil sí lo hace. En comparación con los clásicos de Coppola y Kubrick, la película de Bigelow profundiza aún más en la neutralidad del cine respecto al conflicto. Y además lo hace, a diferencia de aquellos (que se filmaron años después de la retirada de las tropas yanquis de Vietnam), en plena guerra, cuando el ejército estadounidense sigue ocupando y torturando, tras haber provocado en el caos con su invasión.

Esa asepsia es, en parte, bien comprensible desde un enfoque comercial. Sin mojarse, es más fácil atraer a un público más amplio. Pero, como es bien sabido, aquí, en Iraq y en todas partes, no mojarse significa tomar el lado del más fuerte.

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